miércoles, 30 de septiembre de 2009

XI - Conversación

Cuando Rodrith salió de la buhardilla, dejando solo al brujo, se dirigieron a la escalera. El rellano era un pasillo rectangular donde, habitualmente, se condensaban los parloteos y la algarabía del piso inferior, pero hoy todo estaba silencioso y las voces no llegaban arriba. Ivaine lo agradeció en su interior, pero no dijo nada. Los ojos verdosos miraron alrededor y ella hizo lo mismo, pisándose las botas con cierto nerviosismo, hasta que finalmente él señaló el rincón con la jarra, donde una ventana semicircular se abría al exterior, acristalada.

Caminó detrás de él, intentando recordar el guión, pero cuando el elfo se apoyó en la pared de arcilla y dirigió la mirada hacia afuera a través del ventanal, agitando la jarra entre las manos, se sintió estúpida otra vez. "No me pregunta de qué quiero hablar. No me insulta. Ni se burla de que esté humillándome así, delante suya. ¿Tanto la he jodido?"

Ivaine suspiró y se apoyó al otro lado, vuelta hacia la escalera. El resplandor de la luna le devolvía reflejos plateados de la cabellera del sin'dorei, y eso era todo cuanto podía ver de él en su posición. Le jodió descubrir que una parte de ella quería encararle y disculparse sin más, así que buscó el término medio.


- Ha sido un combate cojonudo el de hoy. Al menos para mi. - comenzó con voz átona, mientras su vocecilla interior se exasperaba entre bastidores. - La verdad es que me he pasado un poco, así que gracias por no matarme muchas veces.

"Por los dioses, menuda frase". Se llevó la mano a la frente, deseando llegarse a su propio culo para darse una patada en él, pero cuando percibió el estremecimiento en los hombros del elfo y el susurro de una risa breve, silenciosa, una oleada de alivio se extendió sobre su pecho.

- De nada, Harren.


Por un momento, ninguno de los dos habló, y finalmente, Albagrana suspiró y la miró de soslayo, un destello verdoso y una sonrisa sesgada.

- Me lo has puesto muy difícil, pero coincido contigo. Ha sido un gran combate.

Ella sonrió a medias, sintiéndose imbécil por sentirse feliz. Y lo que dijo a continuación la sorprendió a ella misma.

- Deberíamos entrenar de vez en cuando.

"Gilipollas, ¿Te has vuelto loca? ¡¡QUE HACES!! ¿Por qué has dicho eso?". Carraspeó y trató de componer una expresión grave, mientras rezaba a los dioses que no conocía e incluso a los demonios del Torbellino que se la llevaran de allí en aquel momento. O mejor, que se lo llevaran a él. "Coño. Mierda. Estoy zumbada."

- No pienso pelear contra ti ni una sola vez más - respondió él, tajante, volviendo a ensombrecer su semblante.

Sintiendo que no había más que decir, introdujo los pulgares en el cinturón, caminando hacia la escalera con estudiada calma. "Que no se note que estoy huyendo vilmente".

- Oye Ivaine.

Se detuvo como si una cuerda invisible tirase de ella al escuchar su nombre. Pronunciado desde el fondo de un pasillo, por una voz grave y profunda de acento exótico y musical, en la que le sonaba demasiado bonito. Se insultó de nuevo y giró el rostro a medias, dando la vuelta sobre los talones, sin abandonar su postura despreocupada. En el oscuro rincón del rellano, el cabello claro relucía, extrañamente luminiscente en la oscuridad, y entre las facciones dibujadas en la penumbra, los ojos del color del mar despedían una luz suave, inquietante. Que no tenía nada de hermosa, se dijo rápidamente, atajando cualquier pensamiento al respecto.


- Oigo.

La sonrisa destelló de nuevo, pálida entre las sombras, y le recordó una historia que había leído una vez, algo sobre una niña que se perdía y un gato invisible del que solo se veían los dientes, su memoria no era muy buena al respecto.

- A pesar de lo de hoy en el entrenamiento, sigo pensando lo mismo de ti.

Degustó la frase misteriosa, levemente burlona, ladeando la cabeza y sin atreverse a preguntar lo evidente.


- ¿Que soy tonta? - de vuelta al terreno conocido, donde las reglas del juego son claras.
- Exacto.
- Bien, porque yo sigo pensando que eres insufrible. Bueno, ahora más.

Empuja la sonrisa y atrapa el bienestar lejos de la punta de su lengua, sin atreverse a saborearlo. No es divertido. No lo es. La sonrisa baila en la oscuridad, los ojos destellan, cálidos, apacibles y burlones, el cabello se agita suavemente como una cortina de hilo de plata cuando el elfo se cruza de brazos y se apoya en la pared. Puede sentir con claridad el extraño magnetismo, la leve fluctuación de algo denso y vibrante entre los dos. ¿Es cosa suya, o él también lo está notando?


- Me alegra saberlo.
- ¿Puedo irme ya, o quieres que sigamos lanzándonos flores y recitándonos poemas?
- Puedes irte, te doy permiso. - hace un gesto teatral con la mano, como el rey que despide a sus siervos. Ivaine le atraviesa con la mirada ardiente de desprecio.
- Una de dos, o eres imbécil y quieres provocarme, o en el fondo te mueres por que me quede un poco más y sabes que diciendo eso, me irritaré y no me iré sólo por llevarte la contraria. ¿Cual es la respuesta correcta?
- A mi no me preguntes, soy idiota.

Él se encoge de hombros. Ella resopla. Un juego de máscaras, empieza a tenerlo claro, pero no, no es así, no quiere verlo, empuja el descubrimiento y trata de borrarlo de su comprensión. Se caen mal, ella le detesta y él es un engreído estúpido que la molesta por mera diversión. A ella no le divierte. Se enfada. Y punto.


- Anda y que te den.
- Que te den a ti, Harren. Con ese humor es evidente que te hace falta.

Se despidió mostrándole el dedo corazón, ofendida y ceñuda. Como tenía que ser.

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