jueves, 31 de diciembre de 2009

XXI - Vientos de guerra (I)

El jugo de la manzana se le escurrió por una comisura, mientras caminaba hacia el exterior de los muros gélidos de Vista Eterna. Derlen iba a su lado, mirándola de reojo con cierta extrañeza. No le culpaba, era consciente de que nunca había sido amable con él, jamás le había tenido en consideración. Pero ahora mismo no le preocupaba lo que él pudiera pensar.
- ¿Crees que por no comer vas a ser más digno de la insignia del Alba, o qué? - le espetó, ofreciéndole otra fruta. - No sé de qué te avergüenzas tanto.
El brujo carraspeó, inseguro, y la imitó. El crujido de la carne fibrosa de la manzana le arrancó un amago de sonrisa a la muchacha, que arqueó la ceja, irónica.
- Pues no es para tanto - dijo él. Le pareció percibir una nota de humor oscuro en sus palabras.
- ¿A que no? Derlen Elikatos se enfrenta al desayuno, y sus terrores frutales desaparecen al ser enfrentados. Un gran argumento de novela.
- Deberías escribirla. Quizá te hicieras famosa y rica.
- ¿Y privaros de mi escandalosa presencia en la batalla? Ni lo sueñes.


En el exterior, los soldados se agrupaban bajo el sol cálido de la mañana. Muchos de ellos llevaban el cabello mojado, aún reían a carcajadas. El ambiente se había vuelto mucho más agradable, o quizá a ella se lo parecía ahora. La saludaron con apelativos de lo más cariñosos.
- Buenos días, Roja - escupió el trol, en una lengua común más que aceptable. - ¿Theod donde?
- Estará al llegar. ¿No hay combates hoy?
- No combate. No tablero.


El trol señaló hacia el trípode de madera donde el capitán colocaba el cuadrante de los entrenamientos. Vacío, hundía sus patas en la nieve como los restos de un árbol seco. Ivaine miró a Derlen y arqueó la ceja. El brujo se encogió de hombros, dando otro mordisco a la fruta.
- Quizá es un día especial.
- Debe serlo, si estás comiendo. ¿Se acabó el ayuno, brujo?


Ivaine apretó los dientes y volvió el rostro hacia la voz conocida. Rodrith se les acercaba con la espada al hombro, y el corazón le dio un salto en el pecho. "Como una puta cría", se reprochó, preguntándose si se notaba el rubor en sus mejillas, si el brillo intenso en la mirada del elfo al detenerse un instante sobre ella era reflejo del suyo propio.
- Saludos, Albagrana - replicó Derlen, sonriendo a medias con cierta complicidad. - Harren me ha convencido de la poca utilidad de mis principios.
- Solo te digo que no vas a ser más efectivo en nuestra misión por negarte el alimento, y que la Luz no te va a querer mas ni los soldados van a mirarte mejor - declaró ella, cortante.
- Siempre tan pragmática. Buenos días, Harren.


La media sonrisa y el tono burlón de sus palabras contrastaban con el brillo cálido en la mirada. Ivaine respondió levantando la barbilla, desafiante, y haciendo una reverencia exagerada.
- Shorel'aran, Albagrana.
- Me saludas en mi propia lengua, cuánta amabilidad.
- No confundas educación y cortesía con amabilidad. Ademas, me gusta tu lengua.


Sonrió sesgadamente al ver el destello en la mirada del elfo y el breve instante de silencio perplejo que siguió. El doble sentido le había golpeado con claridad. Saboreó su triunfo mordiendo la manzana con descaro y parpadeando con cierta indiferencia, mientras dejaba que Rodrith buscara una buena salida de su propio atolladero.


- Podría tomarme eso como una insinuación, ¿sabes? - dijo al fin, removiéndose algo incómodo, tratando de mantener la compostura.


Alrededor, Derlen les escuchaba con cierto brillo divertido en los ojos, y algunos más estaban prestando atención con disimulo. Si, era consciente de que sus discusiones eran una atracción para la división. Y ahora, más que nunca, tenían que mantenerlas si deseaban que el peculiar rumbo que había tomado su relación, pasara desapercibido. Cosa que no les resultaba especialmente difícil, y tampoco desagradable, para ser sinceros.


- Demostrarías tu ignorancia una vez más, si. Pero hazlo, será un placer recordarte cuál es tu lugar.
- Sorpréndeme. ¿Cual es mi lugar, Harren?


Tragó saliva, golpeada repentinamente por una oleada de excitación en alguna parte de su cuerpo. "Maldita sea, con los juegos". Afortunadamente, Theod se acercaba, y los soldados comenzaron a formar.


Era complicado ignorar el tirón que Rodrith provocaba en ella. No parecía que a él le resultara más sencillo, pero sí lo aceptaba con más entereza. Delante de los demás, se mostraban cautos y mantenían las apariencias. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, un turbulento oleaje había hecho presa en ellos, y la contención saltaba por los aires cuando, mientras patrullaban por el bosque, repentinamente una mano tiraba de ella y la estrellaba contra un árbol para besarla con la sed de mil náufragos, o en la quietud de la noche, la muchacha se escurría, sigilosa, bajo las mantas del sin'dorei en pos de esa mirada reluciente de mares embravecidos, del tacto cálido y áspero de las manos sobre su piel y el calor incendiario de los húmedos besos. "Amantes", se dijo, con un estremecimiento de satisfacción y un estúpido azoramiento, sintiéndose de nuevo como una niña. Pero sí, eso es lo que eran. Amantes. Dioses. Apartó el pensamiento de su cabeza a empujones y se centró en las palabras de Theod, sin molestarse en contener las miradas de reojo que lanzaba al soldado Albagrana... y que en todo momento se cruzaban con la suya.


- Así pues, ante la movilización evidente de las tropas del remanente de la Legión en la Garganta Negro Rumor, es oficial, señores. - decía Theod. - La División Octava está en guerra. Vamos a aplastar a esos demonios.


Aquellas palabras le hicieron volcar toda su atención en el Capitán. ¿Guerra? ¿La Garganta?.


- Nos dividiremos en dos grupos de seis. En cada uno quiero un hombre con escudo, preparado para contener las avalanchas de enemigos, y un sanador. El resto, preparad armas y armaduras para derrotar criaturas infernales. Aquellos que podéis usar la Luz, mentalizáos para reventarles el alma con ella.


La sonrisa decidida de Samuelson y el brillo en la mirada arrancó un par de gritos de júbilo. Ivaine sonrió también, emitiendo un gruñido de satisfacción. Cuando rompieron filas, se encaminó de nuevo al interior de las murallas, pensando animadamente en los días de actividad y combate que seguirían. Se quedó atrás, intercambiando unas palabras con el maestro de vuelo, mera conversación casual... "oh joder, Ivaine, eres ridícula" se dijo. Si, en el fondo era consciente de que estaba haciendo tiempo para que esa presencia que ahora sentía a la espalda se hiciera presente, el leve roce del aliento lejano sobre sus cabellos le pareció tan perceptible como el rugido de la tempestad. "Debería darme verguenza", se dijo, con una risita maliciosa y algo tonta resonando en sus mientes. Se giró, con la mano en la cadera y postura desafiante, encarando a Rodrith con cierto desdén.


- Vientos de guerra, ¿Qué te parece, Oso? - dijo, sonriéndole con sarcasmo. - ¿Confías en mi escudo?


El Oso, así habían empezado a llamarle tras el incidente con aquel animal fiero en las colinas, cuando había salvado la vida de Ivaine. Ese detalle, afortunadamente, no había sido hecho público, gracias al galante silencio del elfo. Rodrith arqueó la ceja, con ese aire prepotente que tanto le gust... "¡tanto ODIAS, Ivaine!", se corrigió.


- Confío mucho en él. Por eso creo que deberías prestárselo a alguien mas hábil, damisela.
- Obviamente, ese alguien no eres tú.
- Los dioses me libren. Los escudos son para los que tienen miedo a las cicatrices.
- O aprecio a la vida. Lo agradecerás cuando mi escudo y mi escasa habilidad salven la tuya, chiflado.
- Si tengo que depender de eso, ya puedo darme por muerto.
- Habrá que festejar ese momento. El mundo será un lugar mejor contigo bajo tierra.
- Ya que me condenas a la perdición con tu ineptitud, tendré que llevarme una alegría al mas allá - replicó él con un tono insidioso, sonriendo con un destello hambriento en la mirada y una expresión depredadora que la muchacha reconoció al momento.


Le devolvió la sonrisa, alzando la barbilla. No tenía miedo a hacerle frente. Le encantaba, de hecho.


- Pues ve a buscarla a la taberna. No encontrarás nada que pueda darte goce aquí - respondió ella, agitando el corto cabello rojo y pasando por su lado con arrogancia.
- Yo no estaría tan seguro.


El susurro le llegó a los oídos, casi flotando en el aire. La siguió casi hasta la puerta y arrojó la mano enguantada sobre su muñeca, tirando de ella y volteándola en un recoveco de la muralla. El goblin que guardaba la entrada se encontraba conversando con su compañero, afortunadamente, aunque Ivaine temía que el violento retumbar de su corazón atrajera su atención. Un estallido de calor se le inflamó en las venas, mientras forcejeaba con el elfo. "Mi amante", se dijo una vez más.


- Quítame las manos de encima, escoria - gruñó secamente, en voz baja.
- Eres un ser abyecto y despiadado - respondió el susurro embaucador, malicioso y seductor, casi sobre sus labios. - Si quito las manos será para poner otra cosa.
- Cerdo. Cállate y bésame.


Y Rodrith obedeció. Ivaine había aprendido algo en aquellos días. Había aprendido que el Oso, a pesar de su carácter impositivo y dominante, podía ser dócil y obediente como un corderito cuando estaba de acuerdo con la orden que se le daba.