miércoles, 30 de septiembre de 2009

X - Derrota

Tras la derrota en el entrenamiento, Ivaine protestó, pero nadie le hizo caso. Theod se negó a concederle la victoria, como era de esperar, y cuando ella le insistió para ser emparejada con Albagrana al día siguiente y terminar lo empezado, recibió una mirada condescendiente.

- Ya has hecho bastante, déjalo. No volverás a luchar con él hasta que no te calmes un poco, Ivaine.
- ¿Que? - entrecerró los ojos, iracunda y temblorosa. - ¡Habría ganado, joder! ¡Déjame intentarlo, te lo ruego, no me hagas esto!
- Mira Ivaine, nunca había visto algo como esto - replicó Theod, mirándola con severidad. Nunca antes le había hablado de esa manera, reprendiéndola, con la decepción pintada en los ojos castaños. - Te has tirado hacia él como si fuera un enemigo, has ido a matar.
- No puedo matarle con una espada sin afilar, coño - se defendió ella, sin comprender de qué iba todo aquello.
- Tú a él no, eso es evidente. ¿Pero es que no te has dado cuenta? Se ha pasado la mitad del combate evitando tus ataques y la otra mitad intentando derrotarte sin aplastarte. ¿De verdad crees que fallaba cuando su hoja se estrellaba cerca de tus pies? Eran advertencias, Ivaine. Le has acorralado hasta el punto de que ha preferido tragarse un par de golpes duros de tu parte antes que hacer los únicos movimientos posibles para derrotarte, porque con ellos podía haberte herido seriamente. - Ivaine parpadeó, perpleja, asimilando las duras palabras de Theod, que parecía casi indignado. - Te has pasado mucho. Y a pesar de todo, cuando ha conseguido zafarse de ti sin herirte, tú insistes e insistes. A veces parece que quieres que te maten.
- ¿Y yo que culpa tengo de que su espada sea una máquina de matar? Yo asumo esa consecuencia - espetó, sin achantarse. - No tengo por qué reprimirme por eso.

Theod suspiró, chasqueando la lengua.

- Es un entrenamiento, Ivaine, no un combate a muerte para declarar tu odio eterno a Albagrana. A mi tampoco me cae bien, pero nunca haría algo así. Le has puesto en una situación muy difícil. Si hubiera sido una lucha seria, estoy seguro de que te hubiera destrozado en el segundo asalto.
- Pues yo no estoy tan segura. Y además para mi era ... - cerró la boca. Apretó los puños, miró alrededor, bajó la cabeza y la volvió a levantar, resopló entre dientes y se marchó a rumiar su descontento.

Ascendió una colina, ignorando las miradas de reojo de sus compañeros, que regresaban a Vista Eterna. Caminó con pasos firmes y desordenados, con el fuego ardiéndole en el pecho y trepándole por la garganta, temblando de ira. "Puta mierda, con el jodido sin'dorei de los cojones. Me saca de mis casillas."

Se sujetó a una raíz para cruzar una hondonada y trepó al árbol con gestos bruscos, sentándose en una rama y rechinando los dientes. Ante ella se extendía el bosquecillo, una hondonada y las colinas mas allá. Las quimeras planeaban sobre el valle, desplegando las alas verdes y azuladas y deslizándose por los aires lentamente, mientras la mañana ascendía.

Se apartó el pelo del rostro y contempló el paisaje, masticando lentamente los sucesos y tragándolos con un resgusto amargo. Ivaine era muy orgullosa. Era terca y visceral, pero no era tonta, aunque a veces creía comportarse de un modo bastante estúpido a causa de aquellas tres características. Sin duda, hoy lo había hecho. Tuvo que admitir que había mucho de verdad en las palabras de Theod, y le dio la impresión de haber cruzado una línea que nunca tenía que haber pisado.

- Es que me pone ansiosa - dijo, mirando a una lechuza de las nieves que la observaba desde un abeto cercano. Arrugó el entrecejo y se frotó la nariz. - Bueno, mucha gente me pone ansiosa pero no pierdo los nervios de esta manera. Joder.

Meditó la solución por un instante, y le pareció muy mala idea lo que iba a hacer, pero aun así bajó del árbol, maldiciéndose a sí misma con su eterna discusión interior. Cuando no tenía con quien discutir, no le quedaba mas remedio que pelearse con Ivaine.

Al entrar en la taberna, ya era noche cerrada. Los chicos de la octava la miraron de reojo cuando atravesó la puerta, con una mueca de disgusto y los brazos en jarras, suspiró y miró alrededor, observando las mesa larga donde varios de ellos comían y los rincones en los que jugaban a los dados. El elfo no estaba por ninguna parte, y nadie dijo nada, volvieron la vista a sus actividades.

Observó las escaleras y ascendió por ellas, resignada. Le pesaban las botas y tenía la sensación de estar sucia o de haberse puesto en ridículo, por lo que no le importaba si se ponía aún más. Llamó a la puerta de la buhardilla y asomó la cabeza sin esperar respuesta. El brujo y el elfo estaban allí, Derlen parecía entretenido en sus cosas mientras el sin'dorei sostenía una jarra entre las manos y miraba por la ventana polvorienta, apartando las cortinas hechas jirones con la otra mano. Ambos volvieron el rostro hacia ella cuando se plantó en el umbral.


Para ser honesta, su primera reacción fue cerrar la puerta y largarse, dejar que las cosas volvieran a la normalidad o no lo hicieran, por sí solas. Total, que más le daba a ella. Sin embargo, arañó por un momento el marco de la puerta y luego se enfrentó a la mirada verdosa, fría y distante.

- Um...

¿Donde estaban las palabras? Quizá se las dejó olvidadas en la colina. Abrió la boca, frunció el ceño, se maldijo mentalmente y puso cara de circunstancias, esperando que Albagrana se diera cuenta de sus intenciones. No le cupo duda de que lo había hecho, pero aun así, seguía esperando, con la misma frialdad. Derlen les miró a ambos un par de veces y volvió a su trabajo, sumiéndose en las sombras y contando piedrecitas. "Joder, ya podía ponérmelo más fácil", se dijo, sintiendo como crecía de nuevo la ira en su interior. Finalmente, tras una eternidad de zozobra, fue capaz de hablar.

- Que quiero hablar contigo, ¿vale?

Bien, tal y como lo había ensayado mentalmente, las cosas eran muy diferentes. Claro que en sus elucubraciones no había tenido en cuenta el factor gilipollez del elfo ni su propia dificultad para las relaciones sociales. Se quedó un instante en la puerta, rechinando los dientes con el ceño fruncido y mirándole a la expectativa, aún enfurruñada. Albagrana arqueó la ceja. Suspiró. Dio un sorbo a la cerveza y finalmente asintió.

- Vale.

Se levantó, arrastrando la silla, y se acercó a la puerta, cruzándola y cerrando a su espalda.

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