miércoles, 30 de septiembre de 2009

IX - Hostilidad

El entrenamiento al amanecer era una rutina constante en Cuna del Invierno. Los soldados salían al exterior, bajo las órdenes de Samuelson. Cruzaban los muros de Vista Eterna, con las armaduras completas y las armas a la espalda y se dirigían al claro, junto a la pequeña ciudad. Una vez allí, con los tabardos relucientes y las sonrisas ansiosas en el rostro, se agrupaban por parejas y entrenaban para el combate.  Theod pensaba que, ante la ausencia tan prolongada de nuevas órdenes desde la Capilla, era un buen modo de tener ocupados a los soldados, hacer que se sintieran útiles, liberasen tensiones y energías y prepararse para los futuros combates. Estaba seguro de que los habría. Ivaine también.

Para estimularles, Theod había hecho un cuadrante que sacaba al exterior cada mañana. En él, les emparejaba de maneras diferentes cada día e iba puntuando a los vencedores. Como capitán, Theod no solía participar en la pequeña competición, cosa que Ivaine se guardaba muy mucho de criticar, pero le parecía una muestra de inseguridad.

"Lo que le acojona es perder", iba pensando esa mañana, caminando junto a Berth, que se encontraba ya recuperado de su enfermedad. El joven parloteaba excitado.

- Creo que en cuanto consiga girar la espada convenientemente, empezaré a ganar de vez en cuando. - Al sonreír, el rostro redondo del chico parecía aún más infantil. Ivaine ensayó una media sonrisa, con el escudo a la espalda y el arma al cinto, y volvió la mirada hacia la muralla, donde Theod acababa de colgar el pergamino.

Se abrió paso entre sus compañeros con algún que otro codazo. Los enanos estaban riendo entre dientes y le lanzaron miradas de soslayo que no supo interpretar, de modo que les ignoró y observó su puntuación. "Hum, la tercera, no está mal".

- Vas en la cabeza, Harren - le dijo Berth, sonriéndole de nuevo con un júbilo innecesario a su juicio.
- Ajá.


Hizo rodar la vista hacia arriba para ver quién le superaba y resopló con desdén. Albagrana, segundo. Arristan, el primero. "El puto sin'dorei", dijo para sí, meneando la cabeza con desprecio.

- Me toca contra Derlen - murmuró Lohengrin.

Ivaine no solía mirar el cuadrante, así que se alejó hacia el grupo de soldados que se alineaban, esperando que su pareja le encontrase a ella. Era el tipo de molestias que no se tomaba. Silbando entre dientes, hizo girar la espada entre las manos, volteó las muñecas, se crujió el cuello y tomó el escudo, flexionando el brazo para calibrar el peso y adaptar la fuerza a él. A ella le habían asignado el escudo a los pocos días, cuando Theod comprobó que se arrojaba salvajemente contra cualquier rival sin tener en cuenta la menor consecuencia. "Con esto al menos, tus posibilidades de morir durante los primeros tres minutos de combate, descenderán", le había dicho, resignado. Al principio le costó acostumbrarse, pero ahora le estaba cogiendo gusto a la plancha de acero con forma de lágrima invertida.

- A ver como te portas hoy, colega - murmuró entre dientes con una media sonrisa, alzando la mirada para contemplar al rival que acababa de situarse frente a ella. Frunció el ceño y por un momento se le bajó la sangre a los pies.
- Intenta no mearte encima, Harren. - le dijo el sin'dorei, el puto sin'dorei, clavando el gigantesco mandoble en la nieve para anudarse el pelo en la nuca. - No pienso ser condescendiente contigo.

Ivaine apretó los dientes y trató de respirar sin parecer un dragón irritado. ¿Por qué tenía tan mala suerte? Evidentemente, sabía que tarde o temprano le iba a tocar pegarse con el elfo, pero esperaba cogerle en un día milagroso en el que no abriera la boca. Sin embargo, ahi estaba, con la petulante sonrisa, peinándose con los dedos y levantando el espadón con una sola mano para echárselo al hombro como si fuera el rey de Ventormenta. "Que asco de tío".

- Tu tienes un serio problema, Albagrana. - replicó, con una mueca desdeñosa y una mirada de profundo desprecio. - No solo eres gilipollas, sino que además no pierdes ocasión de demostrarlo.
- Lo cual no cambia el hecho de que vas a morder el polvo.

De nuevo la sonrisa engreída. Ivaine no le entró al trapo a ese respecto, era orgullosa pero no era tonta. Había visto combatir al elfo y una de sus escasas virtudes, o una de las pocas cosas en las que no resultaba irremediablemente defectuoso, era en el combate cuerpo a cuerpo. Para algo tenía que servir, el desgraciado.

- Déjate de charlas. No estamos aquí para hablar. Prepárate y ni me dirijas la palabra, ¿está claro?

La mañana era clara y había dejado de nevar, pero el suelo era resbaladizo y el manto blanco, perpetuo, cubría la tierra por completo. La chica sacó la piedra de afilar y preparó las armas, mientras el sin'dorei hacía otro tanto, mirándose de reojo de cuando en cuando con hostilidad. A su alrededor, las demás parejas conversaban animadamente, se hacían fintas y aguardaban entre risas y chanzas la llegada del capitán. Sólo el brujo, Berth y ellos dos permanecían silenciosos.

- ¡Dale duro, Harren! - exclamó Boddli Korr, haciéndole un gesto de ánimo que algo tenía de burlón. Grossen le imitó, y luego los dos cuchichearon algo. Ivaine se limitó a dedicarles una sonrisa sarcástica, mientras el elfo se reía entre dientes, dedicándole una mirada desafiante y divertida bajo el cabello que se le derramaba ante el rostro irremediablemente. "Hoy me va a tocar aguantar muchas tonterías", pensó Ivaine con apatía.

La hostilidad evidente entre ella y Albagrana no era ningún secreto. Sus compañeros en la división no habían tardado en darse cuenta de que ella no le soportaba bajo ningún concepto, cosa que a él parecía resultarle de lo más divertida. Habían tenido varias discusiones violentas desde que él se unió a la división, y alguna vez habían llegado a las manos, pero Ivaine tenía que concederle que él nunca se había propasado. Imaginaba que podría tumbarla fácilmente de un puñetazo si se lo proponía, y pese a que ella había intentado agredirle seriamente alguna que otra vez cuando la había sacado de sus casillas, él se había limitado a detener sus golpes o a recibirlos con sorpresa y luego escupir a sus pies. Si la cosa se ponía seria, sólo la miraba severamente, arqueaba la ceja y se daba la vuelta para largarse como un señor. No le costó demasiado comprender que la única que se enfadaba de verdad, al menos hasta el momento, era ella. De hecho, apostaría una mano a que Albagrana se lo pasaba en grande.

Así pues, su relación consistía fundamentalmente en ponerse a parir, pelearse por cualquier cosa, provocarse el uno al otro y seguir al elfo en sus expediciones hacia la poza de magia. Las tres primeras cosas las hacía por que no le soportaba y era un imbécil de cojones. La cuarta, no lo tenía claro, pero ya había dejado de preguntárselo.

Evidentemente y como solía suceder en estos casos, la hostilidad palpable de Ivaine hacia el sin'dorei se había convertido en una fuente de diversión para la división al completo. Sólo Theod no parecía sentirse cómodo con aquella situación, aparte de ella misma, pero para todos los demás, cada vez que iniciaban una disputa era un soplo de aire fresco. Quizá por ese motivo, hoy las miradas se dirigían hacia ellos de cuando en cuando, con risillas maliciosas y divertidas pero que, tal y como bien sabía o quería suponer, en el fondo no eran más que fruto del humor juguetón que nacía del buen ambiente de la Octava, la camaradería y la naciente amistad de sus miembros. Hasta de eso empezaba a hartarse, cuando Theod apareció finalmente y saludó a los soldados.


- Buenos días, camaradas.
- Hola Theod. Saludos Capitán.
- Empezad cuando queráis. Ya sabéis, preparaos, saludo y coordinación, no hagáis trampas.

Se oyeron algunas risas y comentarios aislados, y finalmente, las dos líneas paralelas de combatientes se irguieron y se miraron entre sí. Ivaine levantó el escudo y preparó la espada, ladeándose un tanto, adelantó una pierna y respiró, relajada y firme, mirando al elfo por encima de la placa de acero.

Él hizo girar el mandoble un par de veces con ambas manos y situó la punta en la nieve, tras de sí, como si fuera un remo, de perfil hacia ella. Sacudió los cabellos y la miró, con una media sonrisa y un brillo chispeante en la mirada, entre ansioso y jovial. Algunos metales ya entrechocaban a su alrededor.

- ¿Listo?
- Siempre.

Tomó aire. Contó tres. Se impulsó con las piernas, con el escudo por delante y cargó, conteniendo el grito. El escudo se estrelló contra la hoja de acero templado, que giró cuando él levantó los brazos, elevándose como una columna metálica, aún con el filo deslizándose en la tierra. Se ladeó para descargar la espada roma contra la mano izquierda de su rival, pero sólo vio flotar un jirón de cabellos trigueños ante sí cuando él se movió para esquivarla.

"Joder con el puto sin'dorei". Dio un salto hacia atrás para quitarse de la trayectoria del arma que caía sobre ella, y la hoja se estrelló contra la tierra, a diez centímetros de su cuerpo. Ivaine parpadeó, mirándole con indignación. Si no se hubiera apartado, ese golpe le habría abierto la cabeza.

- ¿Estás loco o qué?

- No te asustes, no te habría dado.- Rodrith volvió a levantar el arma, esta vez echándosela a la espalda, y agitó la melena.  
- No me asusto, gilipollas.

Arremetió de nuevo contra él, esta vez desde un lateral, rápida como una ardilla, pero él volvió a girar sobre sí mismo, hizo oscilar el espadón sobre su cabeza, y volvió a descargarlo, esta vez a un paso de los pies de Ivaine. Le fulminó con la mirada y él sonrió. "Está jugando conmigo. Asi que quieres jugar, ¿eh?", le devolvió la sonrisa y se le quedó mirando, adoptando la misma posición y probando el mismo ataque. El elfo hizo un movimiento similar, girando sobre sí mismo, pero en el último segundo, Ivaine se deslizó hacia el lateral y, mientras la masa de acero cortaba el aire en una elipse, le dio tiempo a golpearle con la espada en el costado descubierto. Puso toda su rabia en el golpe, y el metal vibró y resonó en el claro. Atisbó la mirada iracunda y se precipitó hacia la espalda del guerrero para alejarse del camino de su arma, imponiendo el escudo entre ambos.

Jadeó y le escuchó jadear cuando el mandoble se estrelló contra el suelo, y atisbó sobre el escudo al percibir el sonido rasposo del acero al raspar la tierra para elevarse de nuevo y el gruñido desdeñoso. Otro restallido de metales encontrados, y la plancha de acero ante ella vibró, haciéndole contraer el brazo y apuntalar los pies al verse precipitada hacia atrás por la violenta colisión.

Se miraron de nuevo, y tragó saliva, atravesándole con los ojos. No había burla en la mirada verdeante esta vez, sino una seriedad grave y un atisbo de serenidad que no le gustó nada. Le había visto así en el lago Kel'theril, ese mismo semblante de mandíbula apretada y la tormenta naciente bajo las pestañas.

- En serio, ¿estamos? - le dijo, sin achantarse. Un hormigueo de excitación le recorrió las venas, la adrenalina se le disparó. "Estoy zumbada. Bah, qué mas da, hagámoslo".
- No me tientes, Harren - respondió el elfo con voz grave y una advertencia implícita en ella.

Aquello la espoleó aun más, y esta vez cargó con un grito que no pudo reprimir.

El combate fue todo un espectáculo. Le acorraló con su furia hasta obligarle a responder a los ataques sin contenciones, le avasalló y desató todo su ímpetu contra él, sin importarle una mierda si la respuesta significaba terminar aplastada por el inmenso mandoble. Se arrojó sobre él, le asedió con el escudo, coló su espada por los lugares abiertos que veía, y pronto el combate se convirtió en una danza. Se sintió satisfecha cuando, agotada pero aún concentrada, logró despertar el destello frío y acerado en los ojos de Albagrana, le hizo fruncir el ceño y rechinar los dientes. Su arma no le tocó a lo largo de los primeros minutos, donde sólo le dejó opción a defenderse, esquivarla y aguantar las embestidas o poner espacio entre los dos con ataques que no estaban dirigidos a herirla sino a abrir hueco.

Se dieron tregua un instante cuando ella reculó para recuperarse del cansancio que comenzaba a invadirla a causa del desenfrenado acoso, y sólo entonces se dio cuenta de que varios compañeros, que habían terminado ya, estaban mirándoles y lanzando arengas. Theod les observaba, con el ceño fruncido y los brazos cruzados. Se permitió una sonrisa ácida antes de volver a la carga.

La danza prosiguió con el mismo proceder, esta vez acompañada por los gritos y los vítores del círculo de soldados que se había formado a su alrededor, pero en sus ojos sólo existía el rostro firme y severo de mirada turbulenta que percibía de cuando en cuando entre los mechones de cabello claro y la armadura del rival. Estaba sudando y el brazo del escudo empezaba a temblarle a causa del esfuerzo, incapaz de hacerse una idea de cúanto tiempo llevaban combatiendo.

Apretó los dientes y se lanzó de nuevo hacia su contrincante, con el escudo ante sí. Él resistió el ataque con la hoja del arma perpendicular sobre la tierra, como había hecho al principio, y ella volvió a ladearse, tratando de alcanzar el cuerpo del elfo con su espada sin afilar. Los ojos verdeazulados destellaron triunfales. Una de las manos que sostenía el mandoble se apartó de la empuñadura y se precipitó hacia la hoja de su acero. Por un momento creyó que iba a atravesarle, pero se movió un instante, levantando el mandoble en el que presionaba con el escudo y privándola del punto de apoyo, de modo que se precipitó hacia adelante arrastrada por su propio impulso. 



"Mierda". Esa palabra rebotó en su cabeza mientras caía, y por si fuera poco, Rodrith le arrebató su propia espada por el camino, cerrando la mano en la guarda y tirando con tanta fuerza que casi se le llevó los dedos por delante. Su armadura golpeó contra el escudo cuando tocó tierra, desarmada, y escuchó el silbar del metal cortando el aire a su espalda. Guiada por el instinto, sostuvo el escudo con las dos manos y rodó sobre la tierra, cubriéndose con él boca arriba.

Parpadeó un par de veces y las voces se apagaron en el claro. El mandoble se detuvo secamente, apenas rozando el escudo de Ivaine con el extremo. El elfo respiraba con cierta dificultad y rechinaba los dientes, y en su expresión seria y ceñuda no había asomo de ira. Toda estaba concentrada en su mirada. Abrió la mano con la que le había arrebatado su arma y la dejó caer al suelo, dándole una patada después. Ella aferró el escudo, testaruda. Él arqueó la ceja. Y las palabras de Theod se hicieron oír en el tenso silencio reinante, ante los ojos expectantes de los miembros de la división.

- Harren, estás desarmada. La victoria es suya.
- No estoy desarmada.

"Y una mierda lo estoy", se dijo, sin soltar el escudo. Los murmullos volvieron, más tenues, tímidos, emocionados. Albagrana suspiró imperceptiblemente entre los dientes y no dijo nada, pero leyó sus labios. Ya basta, decía. Ella negó con la cabeza, inamovible.

- No estoy desarmada - exclamó con indignación, empujando el mandoble con el escudo y poniéndose en pie.
- Ya basta - y esta vez lo dijo claramente, con voz grave y reverberante, imperativa. El semblante era amenazador y esta vez si, estaba enfadado.
- ¡He dicho que no!
- Es un puto entrenamiento, Harren, y se ha terminado. Si no estás contenta con el resultado, me rindo. - volvió los ojos hacia Samuelson. - Dale la victoria a la chica del escudo, Capitán, yo no pienso seguir.
- ¡Y una mierda! ¡No puedes retirarte! - exclamó ella, poniéndose en pie. - ¡Esto no es justo!


Jadeó, echando chispas por los ojos, destellando iracunda. Un fuego abrasador estaba despertándose en su pecho, consumiéndola de rabia, pero el sin'dorei ya había soltado la espada y se marchaba sin volver la vista atrás, sin mirar a nadie.

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