miércoles, 30 de septiembre de 2009

III - Los Samuelson

Dejar Stormgarde no le costó demasiado. Añoraría siempre, eso sí, las vastas praderas de Arathi donde aprendió a montar, el ajetreo de las dependencias del servicio, los gritos de los hombres de armas y la brisa fresca y cantarina que parecía inundarle los oídos. Añoraría también las aguas heladas del río y el croar de las ranas en primavera.


Recordaba bien las miradas que su madre compartía con el caballero Theod Samuelson en el carruaje, de camino hacia las tierras del Sur. Era ya entonces un hombre recto, con algunas canas en el bigote castaño y un semblante atractivo aunque severo, y su mano grande y rosada, cubierta de pecas, reposaba sobre la blanca mano de Sarah.


- Este es tu nuevo hogar, pequeña - le dijo, cuando atravesaron las tierras de su propiedad, y avistaron la casa solariega en la lejanía. - Debes tratarme como a un padre, pues tu madre es ahora mi esposa y yo soy ahora tu padre, así como mi hijo es tu hermano.


Ivaine no asintió entonces, se limitó a observar las praderas y las colinas más allá de los lindes del bosque, con los dedos abiertos sobre la madera del carruaje y el rostro en el ventanuco abierto, dejando que el aire la despeinara. Aquella noche, dos doncellas la bañaron como si en su cuerpo hubiera chinches, frotándole la piel brutalmente con ramas de abedul hasta que casi le sangraron los poros, mientras se debatía, gritando en la bañera. Le peinaron y le pusieron un vestido de muselina antes de bajar a cenar con su nueva familia. Se negó a comer, y atravesó con la mirada al chico de pelo castaño que le sonreía, sentado frente a ella en la mesa, "su hermano".


Más tarde, Sarah le llevó a su habitación, y allí la adoctrinó por largo rato.


- No alborotes en la casa de los Samuelson. Si te obligan a lavarte y ponerte trajes de seda, te los pondrás. Sé complaciente con tu padre y amable con tu hermano, y no se negarán a tus peticiones.
- No es mi padre y no es mi hermano.
- Bien cierto es, pero de ellos depende que puedas llevar su apellido y que acepten tu petición de esgrimir las armas en un futuro. Tú serás una mujer fuerte, Ivaine.


Ella asintió y se limpió las lágrimas con el puño.


No podía evitar sonreír al recordar cómo se esforzó en cumplir con las expectativas de su madre en lo que se refería a su comportamiento. Pero Ivaine siempre había sabido que tenía el fuego en el cuerpo. Lo veía en el espejo cada vez que se miraba, con sus ojos granates y el cabello erizado y brillante, como una llamarada. Lo veía cuando se sonrojaba de rabia y el calor se extendía, abrasándole, desde el centro del pecho hasta las puntas de los pies. Las llamas de un incendio se pueden apagar, pero no hay lluvia suficiente ni océanos tan vastos que puedan extinguir un volcán.


Aun así, en la gran casa del Sur, Ivaine no fue desgraciada. Su madre colmó sus propias expectativas, luciendo los hermosos vestidos de la baja nobleza y disfrutando de esta posición, que por muy baja que fuera siempre era mejor que las cocinas de Stormgarde, y ella encontró una amistad verdadera en el hijo de Lord Samuelson, quien sólo compartía con él el nombre y el apellido.


Theod fue amable y servicial con ella desde el primer día. Y a pesar de que trató de disuadirle con mordiscos y pedradas, él no se rindió, pues la perseverancia era una de sus virtudes. El muchacho de rostro agraciado y cabellos castaños se convirtió, finalmente, en su aliado en las travesuras, a las que le arrastraba sin el menor cargo de conciencia, y pronto Ivaine cedió a su cariño sincero y empezó a verle como a un hermano de verdad... o algo muy parecido.


No se olvidó, a pesar de su recién adquirida felicidad familiar, de las historias de su madre. No se olvidó, porque tampoco ella dejó de recordárselas siempre que tuvo ocasión.


- No pierdas de vista tu objetivo, hija mía - le dijo una noche, mientras ella peinaba los largos cabellos de Sarah con un cepillo de crines. - Recuerda por qué estamos aquí y para qué hemos trabajado durante diez años.


El Alba Argenta sólo iba a ser el primer paso. Si todo salía bien, algún día recibiría el apellido de Lord Samuelson y un nombramiento, y entonces no necesitaría a nadie para ser ella misma. Este pensamiento siempre parecía dar alas a su corazón, y a él se aferraba mientras caminaba junto a Theod de regreso a casa, sintiendo el crepitar intenso de su alma ardiente.

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