miércoles, 30 de septiembre de 2009

VII - El sin'dorei (I)

Cuna del Invierno - Tercer día de primavera

Berth Lohengrin tosía y temblaba sobre la litera, mientras la druida le pasaba las manos por el rostro, entonando extraños salmos en su idioma natal. La fiebre había hecho presa en él después de su baño en el lago helado, y ahora, rojo como una manzana madura, aún exclamaba “me caigo, me caigo”, una y otra vez.  Shelia colocó un paño húmedo sobre su frente y arrojó algunas hierbas al interior del mortero, las machacó y las volcó sobre el cuenco de agua hirviendo. Allí, bajo la luz tenue de las antorchas, a Ivaine le recordó, sin saber por qué, a un parto.

Estaba apoyada sobre una columna, observando a su compañero yaciente. Berth le despertaba sentimientos contradictorios. Por una parte le daba pena el muchacho gordito y torpe, que quería ser un guerrero a toda costa, a pesar de que la naturaleza no le había dotado para ello. Por otro lado, detestaba su debilidad. Sus quejidos la hacían enfadar, porque sabía que no podía hacer nada para evitar aquel dolor.

- Tranquilo, camarada – murmuró la druida suavemente, mientras removía la mezcla sobre la hoguera. Habían trasladado el jergón de Lohengrin junto al fuego para que recibiese todo el calor que fuera posible, y su rostro parecía aún más enrojecido con el resplandor de las llamas. – Pronto te pondrás bien.

Ivaine miró a la druida, frunciendo el ceño, y ella le sonrió suavemente un instante, antes de volver a su labor.

- ¿Puede oírte? – preguntó, removiéndose un poco.
- No exactamente. – Shelia escurrió un trapo y lo colocó sobre otro cuenco, haciéndole un gesto para que se acercara. Entre las dos, volcaron el líquido humeante, que dejó los restos de hierbas prendidas en el lienzo al filtrarse al otro recipiente. – Pero estoy segura de que capta el tono de mi voz.
- No sabes si se va a curar, ¿verdad?

La elfa se apartó el cabello púrpura de la frente y la miró de nuevo con los ojos plateados, rezumantes de luz lunar.

- Sé qué hacer para aliviar su mal – respondió, retirando el lienzo a un lado. – Pero también depende de él. Si lucha, sobrevivirá. Si se rinde, morirá.

Ivaine volvió la vista hacia el muchacho de nuevo, mientras su compañera se sentaba junto a él y le acercaba la bebida a los labios, levantándole la cabeza con delicadeza.

“No puedo hacer nada. Sólo esperar.”

Se dirigió al exterior airadamente, huyendo de los gemidos sufrientes del soldado Lohengrin y de la exasperante calma de Shelia. ¿Cómo coño hacían los druidas para mantener siempre esa actitud? ¿Era por el equilibrio? Si era por eso, desde luego ella no había nacido para ser druida.

Cerró la puerta a su espalda cuando el beso del invierno la golpeó con violencia, y se estrechó la capa en torno al cuerpo. Vista Eterna estaba en calma, y aquí y allá los miembros de la división se entretenían puliendo las armaduras, remendando los tabardos o jugando a los dados. Caminó entre ellos distraídamente, intercambiando algunos comentarios banales.

Realmente, Ivaine sólo hablaba con Theod. A él le conocía de verdad, era la única persona a quien podía darse el lujo de apreciar. Con él compartía sus sueños y sus preocupaciones desde que era una niña flaca y entrometida, y a medida que fueron creciendo, los sueños eran cada vez menos y las preocupaciones cada vez más grandes. Ahora que su hermanastro era capitán, lo último que necesitaba era que le importunaran con ese tipo de cosas, tenía temas más importantes entre manos. Así que Ivaine se sentía muy sola.  Pateó la nieve, de camino hacia la puerta de la ciudad, con un movimiento vago y lánguido. “Todo esto es un asco. Ojalá me hubieran echado.” Bien, no todo era un asco. El lugar era bonito.

El cielo se teñía de púrpura y añil, y las estrellas comenzaban a encenderse, como botones de plata sobre una túnica recién tejida. Las lechuzas ululaban aquí y allá, y en el linde del bosque se encendían de cuando en cuando ojos amarillos. Entrecerró los ojos y se lamió los labios, echando mano a la espada, con un repentino deseo de matar alimañas, cuando las voces la sorprendieron. Sin saber por qué se ocultó detrás de la muralla.

- … horrible y malvado, no me cabe duda.
- No… no es para tanto, creo. Solo hago lo que sé hacer.

Reconoció la voz de Elikatos y la otra, la primera, la voz profunda y grave del elfo, con ese tono burlón, ambiguo. Ivaine frunció el ceño y curvó los labios en una mueca de desprecio instintiva.

“Maldito sea, todo es culpa suya”, se dijo, sin molestarse en pensar a qué se refería exactamente. Esperó a que las voces se hubieron alejado y vio entrar al brujo, encapuchado y taciturno, que se dirigía a la posada. Solo entonces volvió al exterior, observó la silueta de Albagrana, alejándose pausadamente, con los cabellos ondeando a su espalda.

Mientras le seguía con prudencia, se preguntó a sí misma por qué lo hacía. Encontró varias respuestas convincentes. Seguro que iba a hacer algo oscuro y ominoso, si no ¿qué diantres hacía hablando con el brujo momentos antes? Nadie hablaba con el brujo. De hecho, era un misterio para todos cómo demonios el tipo había conseguido el sello de aprobación del Alba Argenta, pero con o sin él, seguía siendo un brujo. Y si no era así, de todos modos era mejor tener vigilado a Albagrana. Al fin y al cabo había aparecido de la nada, con esas ínfulas, con su actitud irritante y esos aires de superioridad… “seguro que trama algo. Seguro”, se dijo.

Avanzó, repitiéndose sus excusas al amparo de las sombras de los árboles hasta que él se detuvo repentinamente entre unos abetos y habló.

- Ahora voy a mear, así que deberías darte la vuelta. – dijo con toda naturalidad.

Ivaine parpadeó sorprendida y pegó la espalda al árbol, preguntándose si le hablaba a ella. Quizá la había descubierto. Frunció el ceño cuando escuchó el sonido cristalino del fluir del líquido y entrecerró los párpados, vocalizando una maldición que no llegó a enunciar.

“Ahora es cuando se abren los cielos y un foco de luz cae sobre mi mientras todos se ríen, ¿no?”, pensó.

- Ya está. – dijo la voz grave cuando el surtidor pareció detenerse al fin. - Puedes continuar siguiéndome, pero yo en tu lugar no pisaría mucho por aquí. Ha sido una meada soberbia.
- No necesito tu permiso – respondió sin poder contenerse.
- ¿Para seguirme o para chapotear en mis meados? – le pareció escuchar una risa velada, ahogada. - Aun así, para ambas cosas generosamente te lo otorgo.
- Que te follen, Albagrana.

Cansada de hacer el ridículo, salió de su escondite, enfrentándose a la sonrisa socarrona del caballero, que se anudaba los cordones de las calzas. Se había atado el pelo a la nuca, pero los mechones más cortos le colgaban sobre la cara y llevaba puestas algunas piezas de la armadura.

- Nada me gustaría más. – la miró por un momento, divertido, y ella levantó la barbilla con un destello de dignidad herida.

“Si este imbécil se cree que puede reírse de mí, vamos a ver quién gana”

- Dudo que se cumplan tus expectativas. – replicó con desenvoltura, acercándose con los pulgares en el cinturón. – Si has tardado tan poco en orinar es que tus meados no tuvieron que hacer un recorrido demasiado largo dentro de tu polla.
- ¿No has pensado en la otra posibilidad?
- ¿Cuál?

El elfo apoyó la espalda contra el tronco, observándola de soslayo.

- Que tardo poco porque me llega al suelo

Ivaine reprimió una sonrisa. “No es divertido. Es engreído y estúpido y se merece una lección”, se recordó a sí misma.

- Solo habría una forma de que te llegara al suelo, y es que te la cortaran y la dejaran caer. Aunque quizá no llegase a tocar tierra y se la llevara el viento, quien sabe.
- ¿Pretendes herir mi virilidad, Harren?
- ¿Herirla? – La muchacha arqueó la ceja, fingiendo sorpresa. - ¿Acaso aun vive? La daba por muerta y enterrada, si es que algún día existió.
- Debe yacer entonces junto a tu feminidad. De hecho, a juzgar por cómo andas, no me extrañaría que tú también meases de pie.
- Me halagas. Nada me gustaría más que ser un hombre. Lamentablemente, sigo siendo mujer, pero pese a todo, soy mas hombre que tú.
- Más hombre que muchos, debo decir.
- Harás que me sonroje.

El elfo sonrió sesgadamente y un destello relució en su mirada un instante. Ivaine se regodeó interiormente ante lo que consideraba una victoria, pero la sonrisa sarcástica se esfumó de sus labios cuando él volvió a hablar.

- Lo que no esperaba es que fueras del tipo de hombres que persiguen a otros hombres, aunque entiendo que mi atractivo haya podido encandilarte incluso a ti.
- No dejes que tu vanidad te confunda. Soy del tipo de persona que prefiere vigilar a la gente peligrosa, eso es todo.
- ¿Me consideras un peligro, Harren?
- Suficiente como para ser vigilado.
- Ahora eres tú quien me halaga.

De nuevo la sonrisa sesgada y el brillo verdeante de los ojos, que relucían tenuemente en la oscuridad. Ivaine se apartó del árbol, acercándose unos pasos, mientras observaba distraídamente las estrellas, esforzándose en caminar de un modo aún más masculino.

- ¿Te gusta provocar desconfianza?

El elfo se encogió de hombros.

- Me gusta no provocar indiferencia.
- Así que si quiero molestarte, bastaría con mostrarme indiferente hacia ti en todos los sentidos, ¿no es así? – dijo con fingida candidez.

Albagrana sonrió ampliamente, mostrando una hilera de dientes blancos y perfectamente alineados. Al hacerlo, sus ojos se estrecharon con una expresión de evidente satisfacción.

- Si lo que te mueve a la indiferencia es molestarme, es que no te soy tan indiferente.
- Es cierto, no lo eres – replicó ella. – Te detesto profundamente.
- Eso lo dices porque no me conoces. Espero que con el tiempo, tus sentimientos cambien y llegues a odiarme mortalmente – dijo él, tendiéndole el brazo con una reverencia exagerada. – Si quieres, puedes seguirme con más facilidad paseando a mi lado. Te proporcionaría una coartada perfecta en tu misión de vigilar los peligros potenciales que encierra mi persona.

Ivaine se inclinó a su vez con dramática cortesía.

- Debo rehusar, ya que mi hombría me impide pasear del brazo de un caballero sin parecer una dama. Además, no necesito tu permiso.
- Te aseguro que no parecerías una dama ni aún caminando de mi brazo, Harren.
- Cierto, pero tal vez lo parecieras tú. Serías el hazmerreír de la división, aunque puede que incluso te gustara. Al fin y al cabo, eso te daría cierto protagonismo, ¿no es así?

El elfo la observaba en la misma postura, con la leve sonrisa perpetua y el brillo burlón en la mirada.

- ¿Qué harás entonces, Harren? ¿Avergonzarme paseando de mi brazo o contradecirme siguiéndome a distancia?

Ivaine sopesó sus posibilidades, rascándose la barbilla con estudiada expresión reflexiva. Hacía rato que se le habían olvidado las justificaciones que la impulsaban a hacer aquello, y desde luego, no encontraba ninguna para haberse enzarzado en aquella pugna verbal.

- Dudo que haya algo que pueda avergonzarte, así que optaré por la contradicción.
- Como gustes.

El sin’dorei se dio la vuelta, con una última sonrisa de suficiencia y prosiguió su camino. Ivaine le siguió a cierta distancia, ya sin precaución alguna, mientras avanzaban a lo largo de un camino irregular que se desviaba hacia el sureste. Albagrana caminaba tranquilo, deteniéndose de vez en cuando para observar en la oscuridad, olfatear el aire y proseguir a continuación.

Al rodear un túmulo, Ivaine pisó un agujero oculto en la nieve y se hundió hasta la cintura. Soltó una maldición, mientras trataba de salir a duras penas. El elfo se dio la vuelta al escucharla y se la quedó mirando, de brazos cruzados.

- ¿Qué coño miras? – replicó ella, tratando de aferrarse a la nieve, que se deshacía en sus manos cada vez que intentaba ascender. “No me puedo creer que me pase esto. Joder. Es insufrible. Insufrible.”
Sin duda, los árboles se estaban aguantando la risa, y debieron estallar en carcajadas cuando Albagrana se rascó la barbilla, observándola.
- ¿Necesitas ayu…?
- NO
- Bien, entonces me voy.

“Joder”.

La chica dio un manotazo a la nieve y trató de buscar apoyo para sus pies. “Maldito cabronazo, sabía que había un agujero aquí, él no lo ha pisado. Lo sabía y me ha dejado hundirme, que la Legión se lo lleve y le devore las tripas. Es culpa suya.”

Observó la silueta alejarse con lentitud y suspiró, tragándose el orgullo.

- ¡Elfo!

La figura se detuvo. Parecía azul bajo la luz equívoca de la noche que cerraba sus cortinas lentamente. Si no fuera por el reflejo de la nieve, estarían a oscuras completamente.

- ¡Elfo, vuelve! – repitió. No podía evitar que su voz sonara imperativa, pero aun así, el soldado regresó. “Bien, estoy en ridículo. Supongo que no podía habérmelo montado peor”. Levantó los ojos, enfadada, hacia él. La humillación le hizo apretar los dientes, y por un momento, se sintió tan desgraciada que creyó que se echaría a llorar como una niña, pero también se tragó aquello.

- Acepto tu ayuda.

Estaba preparada para suplicar, para pedir por favor cuanto fuera necesario que la sacara de ahí y para aguantar todo tipo de degradaciones verbales por parte del sin’dorei. Incluso imaginaba que la dejaría un buen rato ahí. Iba a empezar a planear su venganza, cuando dos manos enguantadas agarraron las suyas y tiraron de ella hacia arriba. La nieve se desprendió a su alrededor y dio con los talones en el suelo en un movimiento suave. Las manos soltaron las suyas al instante y se encontró con la mirada grave y profunda. “Te comprendo. Sé lo que hay dentro de ti”, decían esos ojos.

Ivaine nunca supo medir cuánto tiempo duró aquello. Segundos, o minutos quizá. Sólo consiguió romper el embrujo extraño en el que se veía presa cuando el elfo ya se había dado la vuelta y echaba a andar. Ivaine le observó con los ojos entrecerrados, haciéndose cientos de preguntas y con el corazón en la garganta, hasta que llegaron a la vieja ruina.

Era una antigua poza de la luna, con bancos antiguos medio derruidos, erosionados por la nieve, y una pila en el centro que chispeaba con titilantes motas luminosas. Albagrana se acercó y se sacó los guantes lentamente. Entonces ella comprendió a qué había ido allí.

“Es un sin’dorei”, pensó, mientras le miraba extender las manos sobre la fuente de magia. “Es un adicto”


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