miércoles, 30 de septiembre de 2009

V - El Lago Kel'Theril (I)

Cuna del Invierno - Primer día de primavera

"...Por esta orden, la División Octava del Alba Argenta debe trasladarse a la ciudad goblin de Vista Eterna donde el soldado Gregor Pedragrís les informará de la situación con respecto a los no muertos que permanecen activos por la zona. Si bien no se tiene noticia de que pertenezcan a la Plaga, un enfrentamiento con ellos no sólo dará paz a sus almas sino que será el entrenamiento perfecto para la nueva División antes de su traslado a la Capilla de la Esperanza de la Luz"

Ivaine bajó del caballo, aspirando el aire helado de la mañana. A su alrededor, sus compañeros hicieron lo mismo, hundiendo las botas en la nieve y ajustándose las armas al cinto. Theod señaló hacia el lago.

- Ahí están. Tomad posiciones y acabemos con esto. – ordenó, mientras ataban los caballos en los árboles cercanos.
- Señor…

La voz casi infantil del soldado Lohengrin surgió, dubitativa, entre sus labios regordetes. Ivaine siempre se preguntaba cómo es que aquel muchachito había decidido unirse a una orden militar, tan fofo, tan desesperantemente pusilánime.

- Señor… ¿no deberíamos esperar a los refuerzos?
- ¿Refuerzos? – Theod chasqueó la lengua, con un ademán autoritario. – Llevamos días esperando esos refuerzos que nunca llegan. Si no hacemos esto nosotros, nadie lo hará. Ya llevamos dos meses en este lugar, no pienso prolongarlo por más tiempo.

Ivaine se echó la capa hacia atrás, apretando los dientes, y subió a un pequeño montículo, al borde del lago. Abajo, tras un descenso abrupto salpicado de rocas y montones de nieve, las placas de hielo se quebraban aquí y allá entre las ruinas de lo que antaño debió ser una ciudad élfica. Los espíritus y las ánimas se movían como sombras difuminadas en torno a las columnas derruídas, exhalando de cuando en cuando leves susurros y silbidos que se fundían con el canto del viento.

- Son muchos. ¿Cómo lo vamos a hacer?

Había contado más de veinte, sólo en el espacio que podía abarcar con su visión. El Capitán le dio un golpecito en el escudo, acercándose a ella por detrás.

- De uno en uno. Iremos eliminándolos uno a uno y ya está. Es una estrategia sencilla.

Ivaine arqueó la ceja.

- ¿Eso es todo?

Grossen, Nyghard y Arristan se reunieron con ellos, observando la situación.

- ¿Por dónde empezamos? – preguntó Grossen, con el fusil al hombro.
- Entraremos por este lado e iremos despejando de este a oeste.

Arristan se tiró de la barba blanca y meneó la cabeza, murmurando algo mientras observaba las placas de hielo con preocupación.

- Si ese hielo se parte vamos a tener problemas.

Nyghard, el mago, asintió, bajándose la capucha, y al parecer iba a decir algo más cuando Theod soltó un bufido y les miró, con los pulgares en el cinturón.

- ¿Queréis planificar vosotros el ataque? – preguntó, torciendo el gesto. – Si alguien tiene un plan mejor, estoy esperando oírlo.

Los demás se encogieron de hombros y el caballero asintió, volviéndose de nuevo hacia la ancha extensión de hielo. Ivaine exhaló un suspiro disimulado. Theod siempre se enfadaba cuando se cuestionaban sus órdenes. Ciertamente, él era el capitán. A él le correspondía toda la responsabilidad, desde el cumplimiento de las misiones hasta la supervivencia del grupo, y había aceptado el nombramiento con seria dignidad. Y desde aquel día, era especialmente insoportable.

No es que fuera un mal líder exactamente, sólo que, en opinión de Ivaine, aquel puesto le venía grande. La División Octava, a la que ambos pertenecían, estaba bajo su mando, y Theod nunca había tenido ocasión de mandar a nada ni a nadie. Por eso solía recurrir con frecuencia a la dureza innecesaria para hacerse respetar, para infundirse de una seguridad de la cual carecía. Pese a todo, los demás respetaban la jerarquía sin demasiadas dificultades. Nadie envidiaba su posición, y en el fondo, es mas fácil cumplir órdenes que tomar decisiones.

Pero Ivaine no se conformaba con eso, iba a abrir la boca para decir algo cuando una voz desconocida sonó a sus espaldas, con un acento suave y extraño.

- Yo tengo un plan mejor.

Se volvieron sobresaltados, con las manos en la empuñadura. Korr dio dos pasos hacia atrás y los soldados se abrieron en círculo, inquietos, ante la alta figura que estaba entre ellos como si hubiera surgido allí mágicamente.

“¿Qué demonios? ¿Cómo es que no le hemos oído llegar?”

Ivaine entrecerró los ojos, a la expectativa, abriendo y cerrando los dedos, mientras Gar’ak oscilaba, moviendo las dagas entre sus manos y contoneando la cabeza, olisqueando y murmurando algo en lengua trol.

- Identificaos – ordenó Theod, mirando el tabardo del caballero.

Sin duda, era un soldado del Alba. Allí estaba el sol de plata, bordado sobre la tela negra, brillando sobre la oscuridad. La armadura de placas que le cubría por completo estaba algo sucia, pero a primera vista parecía de igual factura que las suyas, y el yelmo sencillo y cerrado que apenas dejaba entrever algo más que los ojos de su dueño tampoco levantaba sospechas.

- Identificaos vos – replicó el desconocido.

El tipo dio unos pasos hacia delante y nadie hizo ademán de impedírselo. Llevaba al hombro la espada más inmensa que Ivaine había visto jamás, de hoja plana y brillante y una empuñadura lo bastante larga como para ser sostenida con ambas manos. Si era un hombre, era el hombre más alto que había visto nunca.

- E’ un elfo – escupió Gar’ak, tomando aire entre dientes con ira contenida.

Theod parecía haberse quedado sin palabras ante la autoridad que revelaba el caballero, que ahora examinaba de arriba abajo a los cinco soldados sobre el montículo. Los ojos, de un color impreciso entre el verde y el azul, brillaban con intensidad, escrutadores y algo burlones, con un deje de prepotencia mientras les evaluaba, juzgaba y clasificaba. Ivaine apretó el puño y mantuvo aquella mirada cortante cuando se fijó en ella, arqueando una ceja.

- Soy el Capitán Theod Samuelson, Señor – dijo al fin su compañero, llevándose una mano al pecho. – Nos disponíamos a limpiar el lago tal y como se nos ordenó.

- Vuestras órdenes eran esperar a los refuerzos.

El capitán Samuelson tragó saliva con tanta fuerza que debió oírse en todo el bosque. Entonces Ivaine se fijó en que el caballero no llevaba insignia alguna.

- No le debes explicaciones, Theod – dijo al fin con tono desdeñoso. – No es más que un soldado. No tiene potestad alguna aquí, no más que yo.

- ¿Cómo? – replicó su compañero, poniéndose lívido y abandonando su obediencia humilde al instante, hinchando el pecho. – Identificaos de una maldita vez.

Los soldados se removieron, intranquilos, y sus rostros se crisparon. Todos le habían tomado por un oficial a causa de su actitud, e Ivaine se sintió hervir de rabia cuando escuchó la suave risa velada bajo el yelmo de metal.

- Soy los refuerzos. – respondió el elfo con una reverencia casi jactanciosa.

“Oh por favor”. Ivaine volvió los ojos al cielo, chasqueó la lengua y dirigió la mirada hacia el lago, observando el ir y venir de los espíritus condenados.

- La orden de incorporación – exigió Theod, extendiendo una mano ante él. – Ahora.

El elfo sacó un pergamino de su bolsa y la dejó caer sobre la mano abierta del capitán, mientras pasaba por su lado con absoluta indiferencia y se acuclillaba al borde de la loma. Theod examinó el pergamino, enviándole una mirada torva y desdeñosa.

- Todo parece en orden. ¿Nombre?

- Rodrith Albagrana. – dijo de nuevo la voz profunda y exótica - Al servicio del Alba Argenta hasta el día de mi muerte, que será hoy si no cambiáis de estrategia.

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