miércoles, 28 de septiembre de 2011

IV .- Ante tí

- Ya estoy aquí.

- Bienvenida. Cuidado, no tropieces con el...

- ¡Joder! Casi me mato... ¿Qué demonios es esto, Rodrith?

- Una alfombra de oso.

- Ya. Pues pon la cabeza hacia el otro lado, si no vamos a caernos cada vez que entremos.

- Ya voy. ¿Qué tal? ¿Qué te han dicho?

- ¿Qué me han dicho de qué?

- Dijiste que irías a Estrella Fugaz por lo de tus mareos.

- Ah, sí. No es nada, la druida me ha dicho que es normal, se me pasará en unos días. Me ha dado unas infusiones.

- Hum. Yo no soy druida, pero no me parece tan normal, la verdad. Quizá deberíamos acercarnos a...

- Rodrith, ¿qué intenciones tienes conmigo?

- ...

- No me mires así. Te lo pregunto en serio.

- ¿Qué clase de pregunta es esa, nena?

- No me llames nena. Y no te rías. Escucha, ya sé lo complicado que eres con ... a la hora de expresar tus sentimientos, y no quiero exigirte nada, pero necesito saber a qué atenerme.

- ... no sé si te entiendo.

- ¿Hasta cuándo vas a quedarte conmigo?

- Hasta que me eches.

- ¿Hasta que te eche? ¿Qué significa eso?

- Que estaré contigo hasta que dejes de quererme a tu lado. Es fácil.

- ¿Cómo estás tan seguro? ¿Y cómo puedo yo estar segura de que me estás diciendo la verdad? Me gusta lo que tenemos pero la vida pasa, Rodrith...

- Ivaine...

- ...y yo soy humana, mi vida es más corta que la tuya, y puede que para tí solo sea otra muesca más en la espada pero yo no quiero desperdiciar los años en...

- Ivaine.

- ¿Qué? 

- ¿Qué es lo que pasa?

- No pasa nada.

- Estás a punto de llorar y te tiemblan las manos. ¿Qué pasa?

- ...

- No sé si es que no confías en mí o no confías en tí, pero la respuesta a todas esas dudas está delante tuya, Ivaine. Estoy aquí, contigo, ¿no? Eres una mujer increíble y me vuelves loco. ¿Por qué iba a querer marcharme? No lo haré, a menos que tú así lo quieras.

- ...

- ¿Por qué me miras así? No, no te des la vuelta. ¿Donde vas? Mírame. ¿Qué pasa, Ivaine?

- Yo...

- Joder, ¿Es eso? ¿Quieres que me vaya?

- ¡No! No... pero si quisieras marcharte, no te detendría. No quiero que estés conmigo por pena o por deber.

- ¿Pero de qué hablas? Deja de escaparte, demonios. ¡Ven aquí!

- ¡Suéltame!
- No, tú, explícate.

- ¡Maldita sea, estoy embarazada!

- ...

- ...

- ...

- ¿No vas a decir nada?

- ...

- ¡Rodrith, por todos los dioses, di algo!

- ¿Estás segura?

- ¡Claro que estoy segura! ¡Por la Luz, esa... esa elfa me ha dicho que estoy de un mes, o puede que más y ha empezado a soltarme esos... esos... esas cantinelas del pan debajo del brazo y...!

- Vale... vale, Carandil, tranquila... no pasa nada. Ya verás como todo sale bien. No te asustes.

- ¡¡Como puedes decir que no me asuste!! ¡¡Tengo dentro un bebé!!

- ¿Y eso te parece tan horrible? 

- ... ¿eso significa que a ti no te parece horrible? ... no te rías, ¿por qué te ríes? No deberías reirte en un momento así... no deberías... idiota...

- Me río porque no me parece horrible. De hecho, me río porque me hace feliz. 

- ¿Te hace feliz?

- Mucho. Gracias, Carandil... gracias, gracias, gracias.

- Cuidado... no me estrujes tanto. Aún estoy...

- Perdona. Perdona.

- ...un poco mareada y... esto ha sido... oh, cielos, borra esa sonrisa de estúpido. No sabes lo mal que lo he pasado. 

- ¿Lo has pasado mal? Tenías que haberme dejado ir contigo. Eres demasiado cabezota.

- Tú no lo entiendes... no lo entiendes.

- No llores más, reina. Verás como todo saldrá bien. 

- ¿Cómo, Rodrith? No tenemos nada... ¿dónde vamos a tenerlo? ¿qué hogar le vamos a dar? ¿cómo lo vamos a mantener? ¿y qué pasa con... con su dignidad? Va a ser el hijo o la hija de una proscrita, y además soltera.

- Podemos tenerlo aquí. Para no tener nada, nos va estupendamente. Tampoco necesitamos gran cosa. Y el hogar, ¿es que esto no lo es? ¿Es una cuadra acaso? Podemos sacarlo adelante, ya verás como no es para tanto. Si crees que nuestra forma de vida no está a la altura, o no es lo que quieres para el bebé, me emplearé en la herrería de Vista Eterna, compraremos una casa, yo que sé, lo que tú quieras. Todo lo que quieras se puede conseguir. Y lo otro tiene solución, nena.

- No me llames nena... ¿cómo lo haces para que todos los problemas parezcan tan poca cosa?

- ¿Quieres ser mi mujer?

- Sí.

- Pues yo nos declaro marido y mujer. Ya está. Ahora nuestro bebé no será ningún bastardo.

- ...

- ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así?

- ¿Nos acabas de casar?

- Sí

- ¿Ante quién?

- Ante tí.

- ...

- ¿Te parece mal?

- No... no, me parece bien... pero estás loco, Rodrith... completamente... gracias a los dioses que te encontré.

- No... gracias a ellos que yo te encontré a ti. Eres una bendición, Carandil.

- ...

- ¿Carandil? ¿Te has dormido o te has desmayado?

- ...

- Vale... este es buen momento para irnos todos a la cama.


. . .

Tras darle muchas vueltas, he decidido escribir el capítulo a modo de diálogo puro. Espero que os guste, a mi me encanta :3  jejejeje. 

Para aquellos que habéis compartido rol con el personaje de Ahti, quizá le hayáis escuchado decir alguna vez que aunque Ivaine fue la mujer de su vida, nunca le dijo que la amaba y nunca se casó con ella. A pesar de todo, siempre se ha referido a Ivaine como su mujer. Yo creo que él mismo no sabe muy bien cómo expresar sus sentimientos y certezas al respecto. No consideraba esto que ocurrió entre ellos como un matrimonio que debiera ser reconocido ante ninguna sociedad ni ante nadie, solamente ante ellos dos. Fue un compromiso que sólo tenía que ver con ellos y que jamás estuvo siquiera en conocimiento de nadie, pero al cual siempre ha respondido y por el que siempre ha dado la cara. Creo que él también lo prefiere así, pues es muy suyo para guardar sus intimidades. Esta "boda", si es que se puede llamar boda, en realidad era una manera como otra cualquiera de tranquilizar a Ivaine y hacer que se sintiera más segura sobre él. En todo caso, cuando Ahti dice que nunca se casó con Ivaine, se refiere a que ellos nunca estuvieron reconocidos "oficialmente" como matrimonio, y dados los sucesos que ocurrieron posteriormente, eso habría podido resultar determinante.

Pero bueno, no me enrollo más, solo quería aclarar esta incoherencia que no es tal. ¡Un abrazo y gracias por leer!

III .- Noticias inesperadas

- ¡¡¿¿QUÉ??!!

La druida se sobresaltó al escucharla gritar, pero Ivaine no estaba en condiciones de mantener la calma. El mundo empezó a dar vueltas y de repente el aire no le llegaba a los pulmones. Tuvo la sensación de que iba a desmayarse en cualquier momento, pero se negó con tozudez a cometer semejante debilidad. Le sobrevino otra arcada. Gruñó y resopló, agarrándose al borde de la mesita labrada, como si quisiera estrangular a alguien.

- Tranquila... tranquila, muchacha.

Sintió la mano fresca de la elfa de la noche sobre la suya. Le estaba diciendo algo. Escuchaba su voz, la entonación suave y tranquilizadora, aunque su cabeza no podía procesar las palabras.  

"No puede ser... no puede ser, ¿cómo puede ser? Esto no debía haber pasado. Maldita sea, ¿cómo ha podido ocurrir? Soy tonta. Tonta, tonta, tonta... soy tan tonta..."

Hacía tiempo que Ivaine sabía que estaba incubando algo. Los mareos, las náuseas, los vómitos y el cansancio se habían convertido en algo casi habitual. Por eso, al final, había empezado a preocuparse lo suficiente como para acudir a la Aldea Estrella Fugaz. Éste era un asentamiento de elfos de la noche, una avanzada de vigilancia que salvaguardaba las cercanas cuevas de los druidas y se mantenía preparado con sus pocos efectivos por si había que repeler ataques de los remanentes de la Legión que aún persistían en el suroeste u otras amenazas. Allí, una de las druidas que hacía las veces de sanadora, había accedido a hacerle una revisión para determinar su enfermedad.

Y resultó que lo que Ivaine estaba incubando no era una enfermedad. Era un bebé.

"Tonta, tonta, tonta... estúpida, ¡Estúpida! ¿Es que no tienes cabeza?"

Mientras la druida repetía sus consignas esperanzadoras, eso de que toda vida es una bendición y demás frases hechas por el estilo, Ivaine sentía como si el suelo estuviera abriéndose bajo sus pies. Se obligó a reunir fuerzas suficientes para darle las gracias a la elfa y entregarle un paquete de hierbas para infusiones a modo de donativo, ya que ella no cobraba por los servicios dispensados.

- ¿Estás bien, muchacha? - preguntó la elfa, observándola comprensivamente. Ivaine enfocó la mirada en sus ojos de resplandor plateado y asintió con una vehemencia completamente irreal - ¿Quieres que te acompañe?

- No, gracias, de verdad - forzó una sonrisa y se abrochó los cordones del jubón con dedos temblorosos - Sólo me ha sorprendido, eso es todo. Además, vivo cerca.

Aun así, la kaldorei insistió en acompañarla hasta la puerta de la aldea, dándole diversos consejos que Ivaine fue incapaz de retener. Era como si la dichosa mujer estuviera hablando en Eredun, y el parloteo de su cabeza no mejoraba la situación. Tuvo ganas de estrangularla, pero tenía aún más ganas de estrangularse a sí misma ¿Cómo había sido tan ingenua para pensar que esto no podría ocurrir? Si una humana no pudiera quedarse embarazada de un elfo, los semielfos no existirían. Pero por algún motivo misterioso, Ivaine había omitido esta ancestral sabiduría y se había convencido a sí misma de que sus repetidos... sus continuos... en realidad, sus diarios y abundantes encuentros sexuales con el sin'dorei imbécil no iban a tener consecuencias como aquella. 

Se despidió de la druida y echó a andar con decisión hacia las termas. 

"Dioses, estoy embarazada". Se llevó la mano al vientre y volvió a marearse. Se sentó en una piedra, debajo de un árbol. En aquella zona no había osos, pero si los hubiera habido, le habría importado bien poco. Ahora mismo, los osos eran el menor de sus problemas. Respiró hondo y trató de calmarse, analizando la situación. Pero la mirase desde donde la mirase, era un desastre.

Ivaine nunca se había considerado muy mujer. De hecho, siempre había pensado que preferiría ser un hombre. Odiaba sus pechos y las menstruaciones, odiaba los vestidos y odiaba con toda su alma todas las indicaciones y directrices que habían intentado inclulcarle de niña sólo por ser niña. Hasta hacía relativamente poco, había envidiado a los chicos y se había sentido incómoda entre las chicas. Ellas jugaban a ser princesas atrapadas a las que tenía que rescatar un príncipe. Ella jugaba a ser un capitán de caballería de Arathi y decapitar trols. No se encontraba a gusto con su propio cuerpo, con su rostro, con su cabello. No era bonita ni femenina. Y no sabía si es que no quería serlo o si había optado por despreciar esas características porque, como ni las tenía ni creía llegar a tenerlas jamás,  para no frustrarse se convencía de que no le interesaban y no las necesitaba. 

Últimamente, eso había cambiado. Cuando Rodrith y ella empezaron a ser amantes, sus encuentros eran salvajes y urgentes, casi animales. Tenía una necesidad física de él, un hambre extraña y difícil de saciar que encontraba su reflejo en él. Pero con el tiempo, aquellos primeros revolcones violentos habían adquirido otros matices, que se habían sumado al hambre y a la pasión desenfrenada. La actitud del sin'dorei cuando intimaban le hacía sentirse deseada, y al sentirse deseada, se volvió más segura y desenvuelta. Se atrevía a buscar su satisfacción sin tapujos, a mostrarse, a provocarle, y disfrutaba con las reacciones que despertaba en su pareja. Se dio cuenta de que tenía armas que hasta entonces no conocía, y aunque nunca las utilizó con egoísmo o de una manera cruel, descubrió que en realidad, sí que era muy mujer. Puede que no tuviera la feminidad que tenía su madre, Sarah, pero tenía otra, de otra clase: más primitiva y esencial.

Esa evolución le había permitido sentirse más cómoda consigo misma y había tenido un impacto positivo en su autoestima, pero a pesar de todo, Ivaine no había avanzado tanto como para sentirse preparada para ser madre. Sabía que había chicas que a su edad ya estaban casadas y tenían una familia numerosa, pero ella apenas estaba descubriendo el tipo de mujer que era. Aquello era demasiado. Demasiado rápido.

- Dioses... ¿qué voy a hacer ahora?

Tenía los dedos sobre el vientre y miraba hacia adelante sin ver. Ahí dentro estaba creciendo un bebé. Un niño o una niña, que serían su hijo o su hija. Suyo, o suya... y de él. Cerró los ojos y tomó aire profundamente. Se le aceleró la respiración y empezó a hiperventilar. Sintió el calor líquido agolpándose detrás de los párpados y, finalmente, estalló en sollozos.

Era una proscrita. No tenía nada, nada que ofrecer a la criatura... ni siquiera tenía un apellido honrado para darle. No tenía familia a la que recurrir. En aquel momento, se sintió pequeña y frágil. Echó en falta a su madre, incluso a Theod. "Tengo a Rodrith", pensó. Y aquel pensamiento la hizo llorar más. Cuando se lo dijera a Rodrith, ¿cómo iba a reaccionar? ¿Se enfadaría con ella? ¿Se marcharía? Se abrazó a sí misma, presa del desasosiego. Si se quedaba sola, ¿qué iba a ser de ella? ¿Cómo iba a sacar adelante a la criatura? Pero si él se quedaba por la obligación, si él se quedaba para asumir su responsabilidad, pero sin quererla a ella, sin querer al bebé... no quería perderle, pero mucho menos encadenarle a sí misma con algo como eso.

- No, no, eso no puede pasar - le dijo a su vientre, acariciándolo. Apenas podía hablar entre las lágrimas y los sollozos - A tí no te pasará eso. Yo ya he crecido sin padre y no fue para tanto. Irá bien, ya lo verás. No dejaré que nadie te desprecie. Te lo prometo. Te lo prometo.

Se quedó allí más de una hora, hablando a la criatura, asegurándole que ella siempre estaría ahí. Y a medida que se escuchaba, se daba cuenta de que lo que decía era verdad. Los sollozos se fueron calmando y las lágrimas dejaron de brotar como un torrente. La desesperación dio paso a una calma grave y resignada. Cuando fue capaz de ver, se limpió la humedad de las mejillas, se envolvió en la capa y se levantó despacio, calculando sus fuerzas, para retomar el camino a casa. A partir de aquel día, su vida tenía un sentido nuevo y ya no se trataba sólo de ella. Ahora había algo mucho más importante que ella, mucho más importante que todo. Y en esto no estaba dispuesta a fallar.

No estaba preparada para ser madre, pero lo estaría. Tenía nueve meses por delante para ello.

II .- Mucho más

- Te vas a caer.

- No me voy a caer.

- La rama es demasiado fina, elfo. Se partirá y te caer...

La rama se partió y Rodrith se precipitó desde el árbol, tal y como ella había predicho. Se estrelló contra el suelo nevado: una maraña de pieles mullidas, cabello pálido y blasfemias de marinero en diversos idiomas. Ivaine levantó la ceja y se aguantó la risa, dándole con la bota en el costado.

- Te lo dije. ¿Te has hecho daño?

El sin'dorei se puso en pie rápidamente, sacudiéndose la nieve con expresión de dignidad ofendida y lanzando una mirada cruel al abeto. Gruñó a modo de negativa.

- Al menos podemos aprovechar la rama.

Ivane asintió y recogió el madero, uniéndolo a los demás que llevaba en el brazo. El nido tendría que esperar, aunque en realidad no era más que un capricho. Se había despertado con muchas ganas de comerse un huevo frito, así, sin más. Como tenían que ir a por leña, el sin'dorei, tal vez cansado de escucharla repetir la cantinela, le prometió conseguirle al menos uno.

- Oye, puedo pasar sin él, en serio - admitió, mientras bajaban la colina hacia una línea de árboles cercana a las pozas. Por su posición, aquella zona estaba más resguardada de las ventiscas y la leña se encontraba mucho más seca. - Y si tanta necesidad tuviera de un huevo, podría trepar yo misma - añadió con orgullo.

- No sabes trepar.

- ¿Que no sé trepar? - le fulminó con la mirada - Mira, sé trepar bastante mejor que tú, ¿te enteras?

Rodrith la miró de reojo con una de sus sonrisas insolentes y provocadoras. Ella le dio un puñetazo suave en el hombro.

- ¿Y por qué nunca te he visto hacerlo?

- Porque nunca ha sido necesario - respondió Ivaine con seguridad - A mi no me gusta mirar a los demás desde lugares altos para sentirme superior, elfo engreído. Y además...

No terminó la frase. Un ligero mareo le hizo detenerse, pero ni siquiera pensó en sujetarse a su compañero. Fue él quien alargó la mano, al verla dar un traspiés. Las ramas se le resbalaron de los brazos y los dedos de Rodrith la asieron con firmeza antes de que perdiera el equilibrio.

- Carandil, ¿estás bien?

El estómago se le puso del revés y le sobrevino una arcada, pero la aguantó estoicamente. Luego sacudió la cabeza y asintió, aunque se sentía algo enferma. 

- Sí...sí. Debería haber comido algo antes de salir, creo.

- ¿Te sientes débil?

Oh, qué demonios. Odiaba esa expresión, "sentirse débil". Habría respondido un rotundo e indignado "no", si no hubiera visto la mirada de Rodrith: una expresión de profunda preocupación que no se molestaba en disimular mientras la observaba ansiosamente, sujetándola con demasiada fuerza.

- Afloja, que me vas a dejar la marca de los dedos - se quejó, removiendo la muñeca.

- Lo siento.

Rodrith apartó la mano de inmediato y le rodeó la cintura con el brazo. Ella iba a protestar pero volvió a marearse y se le revolvieron las tripas. Qué inoportuno. Maldito fuera, lo que fuera que estaba incubando, porque sabía que estaba incubando algo. No podía adivinar el qué, pero ya hacía unos cuantos días que se encontraba mal. Peor de lo que nunca iba a admitir. Había intentado ocultarlo, pero es difícil hacerlo cuando convives con otra persona... y por suerte o desgracia, el sin'dorei tenía en ella más interés del que Ivaine habría esperado.

- Vamos a regresar - dijo él, con ese tono imperativo que utilizaba cuando estaba intranquilo - dame eso, ya lo llevo yo.

- Ni lo sueñes. No soy ninguna inútil.

Forcejearon un rato por la leña hasta que Ivaine accedió a dejarle llevar la mitad. Durante el camino de vuelta, el elfo apenas habló. La chica ya se encontraba mejor, pero se dio cuenta de que Rodrith seguía inquieto. Le ceñía la cintura con un abrazo firme mientras caminaban, y aunque no la miraba continuamente, ella sentía su atención sobre sí. Aquello le produjo sentimientos encontrados; por una parte, una calidez espesa y dulce en el pecho y por otro, se sentía una molestia y eso le despertaba un atisbo de culpa. Decidida a disipar el ambiente grave entre los dos, comenzó a charlar despreocupadamente.

- ¿Por qué te pusieron nombre de humano?

- ¿Qué? - el sin'dorei parpadeó, sorprendido por la pregunta repentina - ¿Nombre de humano?

- Sí. Rodrith no es un nombre élfico, ¿No? No suena como suenan los nombres élficos.

Ascendían la colina que habían empezado a bajar minutos antes, caminando lentamente sobre la nieve compacta y arrebujándose en las pieles peludas que utilizaban como capas. El sin'dorei tenía un aspecto muy peculiar con aquella indumentaria. Si su corpulencia ya era considerable sin las pieles, con ellas, el sobrenombre bárbaro que le habían colocado en la División Octava después del incidente con el oso le iba mejor que nunca. Puede que tuviera orejas largas y ojos brillantes, prendidos del resplandor de la magia, pero con la barba crecida y la larga melena salpicada de nieve Ivaine podría apostar a que un elfo de Quel'thalas no habría sabido reconocer a Rodrith como uno de los suyos.

- Pues ahora que lo dices, no lo sé - dijo el elfo, respondiendo a la pregunta - Creo que es un nombre antiguo, no sé de donde se lo sacó mi madre. De todos modos, también tengo un nombre élfico, como tú dices.

- ¿Ah sí?

- Sí. Astorel, es mi segundo nombre.

- Es bonito. Me gusta - la chica sonrió a medias, desviando la mirada para que él no se diera cuenta. - Dime una cosa... ¿cómo es que, siendo tan engreído, hablas tan poco de tí mismo? Es indignante que no me hayas dicho tu nombre completo hasta ahora.

El elfo se rió entre dientes. Habían salvado el desnivel y ahora les esperaba una hora más de paseo a lo largo de una suave llanura ondulada, en la que los árboles ocasionales asemejaban manchas entre la blancura, nubes de color malva, verde oscuro o púrpura. 

- ¿Que no hablo de mí mismo? La mayoría opina lo contrario.

- Supongo que sí, pero a mí no me engañas. - Dejó caer un poco el peso en él. Ya que la estaba abrazando, ¿por qué no aprovecharlo? Nunca terminaría de acostumbrarse a eso, a tener un brazo alrededor, una mano siempre cerca - No eres lo que pareces. Hablas mucho de ti, pero no dices nada... pareces cercano y fácil de conocer, pero creo que nadie te conoce. Eres demasiado reservado.

Durante unos minutos, sólo caminaron en silencio. Ivaine se preguntó si le había molestado, aunque normalmente era fácil saber cuándo estaba molesto, porque tensaba la postura como si estuviera preparándose para atacar a alguien... y esta vez no lo había hecho.

- Seguramente tengas razón - confesó, al fin - No es algo premeditado. Es mi manera de ser.

Ivaine le miró de reojo. Había vuelto a abrir una pequeña brecha en él, y lo sabía. Podía verlo en sus ojos, que se habían vuelto un tanto opacos, a pesar de que su semblante no había cambiado en absoluto. Ella sabía que Rodrith se había sentido muy cercano a los compañeros de la División Octava. Sabía que su relación con Derlen y con Berth era estrecha, que, al igual que ella, él también había abierto sus puertas a aquel grupo de almas esperanzadas y perpetuamente jóvenes, les había dejado entrar y ahora, el hueco que habían dejado parecía imposible de cerrarse. Un agujero de silencio, un desgarrón de vacío. Recordó la expresión del sin'dorei cuando Theod Samuelson huyó del campo de batalla y un latigazo de ira ardiente le golpeó por dentro. Les había traicionado a todos, pero ella había visto el rostro del elfo cuando su capitán huía, la incredulidad y la incomprensión. Estaba segura de que algo muy valioso se había roto dentro de él ese día.

- ¿Por qué nunca hablamos de ellos? - preguntó al fin, en un tono suave.

Esta vez sí percibió la tensión en sus músculos. "Ya está, se ha puesto a la defensiva". Ivaine se maldijo a sí misma. Siempre pasaba, las escasas ocasiones en las que se atrevía a sacar el tema.

- ¿Es que hay algo que decir?

Ivaine apretó los labios y luego le miró directamente, alzando el rostro hacia él.

- Quizá sería mejor exorcizar todo eso desahogándote que revolverte por las noches entre pesadillas.

El elfo se paró en seco y le devolvió la mirada, entrecerrando los ojos como si se sintiera desafiado. Ella se contuvo y se esforzó por mantenerse serena y firme. Si se enfadaba ahora, seguro que él no diría nada.  No era fácil manejarse con alguien de carácter tan fuerte como Rodrith, menos aún cuando ella misma era de naturaleza similar. Pero iba aprendiendo. Iban aprendiendo, de acuerdo, tenía que reconocer que él también se esforzaba. Prueba de ello fue que accedió a responder sin desdenes y sin desviar el tema.

- No tengo nada que decir... o quizá es que no sé que decir al respecto. De todos modos, hablar de lo que pasó no va a hacer que se vayan los recuerdos. Ni que deje de soñar.

- Bueno... eso no lo sabrás si no lo intentas.

El elfo pareció pensárselo un momento. Después suspiró y negó con la cabeza. Ivaine se atrevió a ir un poco más lejos, suavizó su voz al máximo y, cuando reanudaron la marcha, le tanteó con otra pregunta.

- ¿Theod era muy amigo tuyo?

El sin'dorei avanzaba con la mirada fija hacia el frente. Ivaine sabía que, en realidad, estaba vuelta hacia atrás. Luego la estrechó un poco más hacia sí. Percibiendo su necesidad de cercanía, ella pegó el costado a su cuerpo y le pasó el brazo libre por la cintura, cerrando la mano en la capa de pelo blanco. Tal vez eso era una respuesta. Él siempre había sido más de actos que de palabras. ¿Acercarla hacia él quería decir "sí, lo era y me hizo daño"? ¿O quería decir "lo fuera o no, estoy hecho polvo por su traición"? Sin embargo, cuando la chica había perdido ya toda esperanza, Rodrith contestó, en un susurro.

- Era mucho más - hizo una larga pausa. Ivaine no interrumpió, apenas sí se atrevía a respirar, temiendo que él dejara de hablar. - El hermano que siempre había querido tener. El capitán al que habría seguido hasta el final. Creía que era un gran hombre... y que llegaría a ser aún más grande. - Luego tensó la mandíbula y su voz se volvió áspera - Pero me equivoqué.

Ivaine desvió la mirada y siguieron caminando, apoyándose el uno en el otro. Casi podía tocar su herida. Estaba segura de que, si metía la mano debajo de la capa, encontraría sangre de su alma en alguna parte. "Pues claro que está herido, pero es tan cabezota..." Entonces él volvió a detenerse y frunció el ceño, como si estuviera sumido en reflexiones muy profundas y cruciales. Después la miró, con una de esas miradas que la desarmaban y parecían tocarle por dentro.

- No me gusta hablar de mí mismo, es verdad. Y puede que no sea transparente. - Se detuvo, como si buscara las palabras. Ella tuvo el impulso de tirarle del pelo y zarandearle, gritarle "¡Dilo de una vez, maldita sea, suéltalo!", pero aguardó, disimulando su impaciencia. -  No me oculto de ti a conciencia, es sólo que no sé ser de otra manera. A veces lo intento, pero no estoy seguro de poder controlarlo. Lo que quiero decir es... que no quiero ser un desconocido para ti, Ivaine. Tú también eres... eres importante para mí. Eres mucho más. Mucho más que nadie.

Ivaine se mordió el labio. Él hizo una mueca, una pregunta silenciosa para cerciorarse de que ella había entendido. Y lo cierto es que lo había hecho. La chica asintió con la cabeza y sonrió un poco. Habría preferido otra cosa, algo más claro, como un "te quiero", pero no estaba nada mal... por el momento.

- No creas que eres tan terrible, elfo engreído - repuso, alzando la barbilla. - Ya te he dicho que a mí no puedes engañarme, aunque a veces te gustaría. Sé perfectamente cómo eres, lo que piensas y lo que sientes.

Rodrith se echó a reír, inclinando la cabeza hacia atrás con una carcajada franca y luminosa que fue como un amanecer en el corazón de Ivaine. "Dioses, terminaré atándome lacitos y usando enaguas si sigo sintiendo y pensando estas cosas tan... tan cursis", se dijo, al notar que le flojeaban un poco las piernas al verle recuperar la alegría. Él echó a andar, estrechándola más con el brazo.

- Bien, si eso es así, entonces me ahorro el tener que decirte cómo soy, qué pienso y lo que siento, ¿no? Como lo sabes todo...

- ¡No! De eso nada, tienes que hacerlo. 

- ¿Por qué? Si ya lo sabes.

- Pero podría equivocarme... aunque no es probable.

- No, seguro que no te equivocas. Todo lo que piensas es acertado.

- ¿Qué? Eso es trampa. Maldito seas, eres un cabrón.

- ¿Ves? Siempre aciertas.

Cuando llegaron al refugio, les faltaba la mitad de la leña. Ivaine vomitó dos veces a escondidas, y al final, antes de que cayera la noche, Rodrith consiguió robar un nido para que ella tuviera su capricho.

martes, 19 de abril de 2011

I.- La Reina entre las nieves

Cuna del Invierno - Ocho meses más tarde


El venado estaba inmóvil. Había oído algo y permanecía quieto sobre la loma, como una estatua, con el rostro vuelto hacia el lugar donde la muchacha esperaba, escondida. Ivaine tenía la espalda pegada al tronco y el arco en la mano. Colocó la flecha y tensó la cuerda muy lentamente, intentando no hacer el menor ruido. Tenía viento a favor y una posición privilegiada. No podía fallar.

Respiró hondo y aguantó el aire. Se giró para salir del escondite y disparar. El ciervo se dio la vuelta para huir hacia el este. La flecha silbó y atravesó el cuello del animal, que cayó de lado sobre la nieve, emitiendo un gañido desesperado y removiendo las pezuñas frenéticamente. Ivaine sonrió, satisfecha. Comenzó a trepar a la colina a buen paso, arrastrando el trineo tras de sí. La ventisca arreciaba, amenazando con cubrir de blanco los caminos y las veredas. Tenía que darse prisa. Cuando llegó a la loma, comprobó que el venado había muerto antes de atarle las patas y encaramarlo al trineo.

Cuando terminó, estaba acalorada y se había hecho daño en la espalda, había soltado tantas maldiciones que haría enrojecer a un pirata y se encontraba, en resumen, con un ánimo de lo más belicoso. Se golpeó las palmas de las manos enguantadas con los puños. Llevaba ropa de lana y cuero, una capa de piel con una gruesa caperuza peluda y botas forradas con las suelas tachonadas para evitar accidentes en el hielo. Su aliento se condensaba en el aire, pero no tenía frío.

- Bueno. Vas a ser nuestra comida y cena durante unos días. Bendito seas – dijo, atando bien el animal – Haremos ropa con tu piel y tallaremos cuchillos con tus cuernos. Pero no pienso perdonarte si mañana no puedo ponerme derecha.

Se ajustó las correas en la cintura y los hombros y comenzó el trabajoso descenso de vuelta a su casa.

Tres horas más tarde, el sol estaba a punto de ponerse y la nevada ya era intensa. Entró al refugio reformado tirando de las patas del venado, maldiciendo entre dientes y hecha un desastre. El fuego ardía en la chimenea, y Rodrith se cruzó de brazos y se pegó a la pared para hacerle sitio. Ella le dirigió una mirada asesina.

- No digas nada.

Él arqueó las cejas y levantó las palmas de las manos con un gesto pacificador. “Demonios. Es insoportable”, se dijo Ivaine, cerrando tras de sí. El ciervo muerto estaba en el centro del refugio, manchando de sangre la madera del suelo. Bien, Ivaine tenía que admitir que el elfo había hecho un buen trabajo transformando aquella choza polvorienta en un hogar. También tenía que admitir que había tenido razón al decirle que ir sola a cazar un ciervo iba a ser problemático. Seguramente lo hubieran hecho mejor entre los dos, y habrían tardado menos. Pero Ivaine a veces seguía siendo testaruda solo por el placer de serlo. Formaba parte de su terrible carácter, y ella quería conservarlo intacto. Aún no había nacido hombre o elfo que pudiera cambiarla.

Miró el ciervo. Comprendió que destriparlo, desollarlo y limpiarlo allí, sería un desastre para la casa, y además le llevaría toda la noche.

- Demonios.

Rodrith se estaba riendo. Lo sabía. No necesitaba mirarle ni escucharle, sabía que estaba riéndose en silencio mientras la observaba con semblante serio pero ese brillo en los ojos que delataba su hilaridad. Ella apretó los labios y suspiró, quitándose la capa.

- ¡Demonios!

- Mientras invocas al vacío abisal, voy a llevarme tu pieza al almacén – dijo el sin’dorei, echándose el animal sobre los hombros y abriendo la puerta.

Una ráfaga de viento descontrolado hizo bailar las llamas y casi levantó del suelo la pesada alfombra de piel de oso.

- Ten cuidado, idiota.

- Lo tendré, estúpida.

Le siguió con la mirada a través del cristal de la ventana, sucio de escarcha. El almacén era en realidad una pequeña caseta de madera que habían levantado junto a la casa. Allí guardaban los suministros que conseguían en Vista Eterna o en la Aldea Estrella Fugaz a cambio de pieles o de algún trabajo sencillo. Rodrith solía herrar los caballos cuando se lo pedían, pero la mayor parte del tiempo, esa clase de cosas las hacía gratis. A él le gustaba más vivir de lo que mataba que de lo que producía. Era un consumado cazador, y había enseñado a cazar a Ivaine. También era capaz de curtir y coser pieles. Ella, sin embargo, no era muy capaz de hacer nada de provecho que pudiera resultar útil para la subsistencia, de modo que había puesto todo su empeño y el ardor de su mal humor en aprender todas aquellas cosas de él. Se había estado sintiendo exageradamente inútil y humillada hasta que fue capaz de igualar sus habilidades en todos los aspectos. A partir de ahí, las cosas fueron mejor.

Sonrió a medias y abrió la faltriquera, sacando el montón de huevos que había encontrado. Los dispuso sobre la repisa de la chimenea y levantó la tapa de la caldera, olisqueando la sopa con la que su querido compañero pretendía alimentarla. Hizo una mueca de asco: fuera lo que fuese, apestaba.

- Por todos los dioses, ¿qué has echado aquí? ¿Ojos de perro? – exclamó, cuando escuchó abrirse la puerta tras ella.

- No, es algo que había en un saco.

Ivaine suspiró.

- ¿Qué saco?

- Uno pequeño que había en el rincón del almacén.

- Rodrith, palurdo, eso es abono.

La muchacha apartó la cazuela del fuego, asqueada.

- ¿Y como querías que lo supiera yo? – replicó él, indignado - No soy agricultor. Y lo has dejado junto a las cosas de comer.

- ¿Pero es que no has notado el olor?

- A veces cocinas cosas que huelen peor. No me pareció tan raro.

- No seas cabrón – replicó ella, fulminándole con la mirada. Él sonrió con aire malévolo. “Imbécil”. Ivaine apretó los dientes, ignorando el calor agradable que le subía por las piernas hasta el estómago. – Por la Luz, saca esto fuera y tíralo en alguna parte. Me muero de asco.

Él suspiró con resignación, cogió el recipiente arqueando la ceja con aire altivo y volvió a abrir la puerta, a luchar contra la ventisca y a desaparecer en la oscuridad.

Una hora más tarde, Ivaine estaba sentada frente al fuego, en mangas de camisa, con la espalda apoyada en el costado del elfo y su brazo sobre los hombros, apurando una escudilla de huevos revueltos. La alfombra de piel de oso era mullida y agradable, y Rodrith no se había quitado la capa: les cubría a ambos con ella, mientras conversaban a media voz y el fuego cantaba y chisporroteaba.

- Los bosques tienen árboles de hojas doradas y corteza blanca como la luna. Y los dracohalcones vuelan entre las ramas, rojos, plateados. A veces gritan y arrojan fuego a través de los picos.

- ¿Arrojan fuego? – preguntó, mirando al sin’dorei de reojo.

Él asintió. Extendió la mano y le apartó un resto de comida de la comisura de los labios, luego se lo llevó a la boca.

- También tenemos linces. Son parecidos a los pumas de Tuercespina pero más estilizados y con las orejas puntiagudas, como nosotros.

- Me gustaría mucho ir a Quel’thalas alguna vez – dijo Ivaine, apartando el plato y acomodándose en el abrazo de su amante. El fuego le arrancaba destellos cálidos, dorados y cobrizos al cabello de ambos – La madre de la madre de mi madre era una elfa de Quel’thalas. Pero ella parecía más una elfa que yo.

- ¿Ah sí?

Ivaine asintió con la cabeza. Sarah siempre había sido bella. Tragó saliva, frunciendo un poco el ceño. Una amargura antigua, casi olvidada, se le enredó en la garganta. Le hizo sentirse repentinamente incómoda, allí, recostada en el cuerpo de aquel elfo alto y bendecido con la hermosura de una estatua antigua, de ojos brillantes y cabello como el oro y la plata hilados.

- Ella era muy guapa – admitió, bajando un poco el tono – Tenía los ojos azules, la piel cremosa, las manos finas, la expresión dulce y el cabello suave. Supongo que me parezco a mi padre, quien quiera que fuese.

Hubo un instante de silencio. Después, sintió los dedos de Rodrith en su nuca, y se encogió con una súbita emoción y un escalofrío. No importaba el tiempo que pasara. Aquella magia nunca parecía extinguirse. Su corazón, su alma y su cuerpo seguían reaccionando a su presencia como lo hace la tierra al sol.

La caricia se extendió sobre sus cabellos, lenta y devota. Ivaine entrecerró los ojos y su voz, grave y suave como el pelaje de un león, le llegó en un susurro arrebatado.

- Tú no necesitas nada de eso para ser hermosa, reina. Eres como las orquídeas. Tienes la misma belleza profunda y primigenia. La belleza de la vida explosiva y salvaje, la de las flores únicas y libres, capaces de llevar a la obsesión a quien las admira.

Ivaine tomó aire abruptamente. Cuando Rodrith hacía eso, los sentimientos la bloqueaban. Aquella magia nunca se terminaba.

- No tienes por qué decirme esas cosas – respondió, con sequedad, mientras por dentro se derretía – Ya no tienes que seducirme. Estoy aquí y aquí estaré hasta que me canse.

- No te estoy seduciendo – replicó él, en el mismo tono, sus dedos aún viajando por los cabellos ásperos y rojos de Ivaine. – De hecho, ahora que lo dices, tengo que informarte de que no lo hice en ningún momento.

Ella no pudo evitar reírse entre dientes y darle un codazo, aún con la emoción vibrando en su interior. "Elfo estúpido..."

- Pero qué mentira. La luz te va a castigar.

- Lo digo en serio. Yo nunca te he seducido.

- ¿Ah no? – Ivaine se removió y se dio la vuelta para mirarle con desdén infinito - ¿Y entonces como hemos llegado hasta aquí?

Él se encogió de hombros y la miró de soslayo.

- Me limité a tomar lo que era mío.

Ivaine se echó a reír y se enzarzó en una acalorada discusión acerca del tema con Rodrith, que terminaría en nada, porque ninguno de los dos daría el brazo a torcer hasta que el debate pasara de ser una broma a amenazar con herir el orgullo de ambos. Después, harían el amor sobre la alfombra hasta quedarse dormidos, y el amanecer les despertaría con el calor de las brasas ahogadas y escarcha en la ventana.

Ivaine Harren cumpliría diecisiete años al día siguiente. Llevaba tres meses viviendo en Cuna del Invierno con su amante, Rodrith Albagrana, sin'dorei de Quel'thalas. Ambos estaban en busca y captura. Eran proscritos. Ivaine Harren, sin embargo, era feliz por primera vez. Completamente feliz.

El lago

Despertó, sobresaltada y bañada en sudor frío. La hoguera seguía ardiendo y se escuchaban, lejanos, los tambores de los trols del bosque. Alzó la vista al cielo y comprobó que las estrellas no se habían movido.

“Malditas pesadillas. Malditos sueños. Ojalá pudiera no soñar”. Exhaló un suspiro cansado y se arrebujó en el manto, incómoda. Tenía la piel húmeda y la sensación de llevar pegado al pecho un sudario helado y asfixiante.

- ¿No puedes dormir?.

Al otro lado del fuego, Rodrith había abierto los ojos al oírla despertar. Con la espada en la mano, permanecía alerta, inamovible, con la mirada penetrante como una lanza escrutando la oscuridad de la arboleda de cuando en cuando.

- Un mal sueño – repuso ella, apartando la mirada.

Rodrith. Su amante, su compañero de viaje. Ivaine solo le había visto dormir unas cuantas veces desde que abandonaron la Capilla, y siempre era un sueño tenso y sin descanso. Él sólo se lo permitía a veces, cuando ella se encargaba de la guardia. En una ocasión, cayó dormido más profundamente de lo habitual e Ivaine se negó a perturbar aquel reposo hasta el amanecer. Cuando salió el sol y le tocó el hombro para despertarle, él se había abalanzado sobre ella en un único movimiento, había desenvainado y le había puesto una daga debajo de la barbilla. A Ivaine el corazón se le disparó. Cuando los ojos del elfo dejaron de brillar con fuego salvaje y apartó el arma, pidiéndole disculpas, ella aún estaba impresionada.

No había tenido ningún miedo. Había sido emocionante, de hecho. Apartó el recuerdo de un empujón, con fastidio, y negó con la cabeza.

- Necesito darme un baño.

- No sé si es muy prudente – repuso él. – Escucha los tambores.

Ivaine elevó la comisura del labio en un gesto desdeñoso, y no hizo el menor caso. Se levantó y rebuscó en su equipaje. Encontró unos lienzos y ropa limpia, y también el jabón envuelto en hojas de haya. Una punzada de dolor le atravesó el pecho. Shalia Nocheclara había hecho aquel jabón, lo había empaquetado con sus manos de dedos largos y finos y se lo había regalado. “Con aroma a acerita, Harren”. Acerita salvaje.

- Volveré enseguida.

Agarró la espada y las ropas y se encaminó hacia el lago.

Habían acampado en las Tierras del Interior, tras varias semanas de viaje a pie hacia el sur. Habían soltado el caballo rumbo a Quel’thalas para despistar a los posibles perseguidores, y decidido viajar hasta Menethil a pie. Una vez allí, tomarían un barco hacia Trinquete. Rodrith conocía muy bien los puertos y tenía experiencia en travesías por mar. Había explicado a Ivaine con todo lujo de detalles cómo iban a ser las cosas, y según su plan, todo iba a salir muy bien. Ella no había criticado su ingenuidad. Muchas veces no entendía cómo podía él estar tan seguro de que las cosas iban a ser exactamente como pretendía, pero en aquellos días, no tenía ánimos ni ganas para oponerse a su determinación.

Tras atravesar una arboleda desierta, llegó al lago. Respiró hondo, paseando la mirada alrededor. El cielo sobre su cabeza era un manto oscuro cuajado de luminosas estrellas, sin una mácula, sin una nube. El lago, como un espejo, reflejaba la exhuberancia del firmamento. Una cascada alta dejaba caer el agua con un murmullo sordo y constante, y sobre la calma superficie se balanceaban los juncos, los lirios de agua y los nenúfares. A Ivaine le recordaba al mágico paraje que había descrito en un libro de caballería que leyó en casa de los Samuelson.

Se desnudó con alivio. Cuando se despojó de la camisa, los pantalones y las prendas íntimas, el frío le besó la piel húmeda de sudor y le erizó los poros. Metió los pies en el agua y se internó en el lago con un trozo de jabón en la mano, estrujándolo para aplastarlo. El agua estaba helada. Hundió la cabeza, se lanzó en picado hacia el fondo y aguantó el aire, dejándose llevar por el gélido abrazo, dejando que la limpiara del sudario pegajoso, de la sensación de irrealidad, del cansancio y de la debilidad. Aguantó hasta que se quedó sin aire, y aún más. Cuando estaba a punto de desvanecerse, emergió, resollando y estrangulando el jabón. Se frotó con vigor, haciendo espuma en los cabellos y sobre su piel, y después se aclaró a conciencia.

Su cuerpo había cambiado. Sus músculos eran ahora más firmes, largos y torneados. Tenía marcas de esa fuerza en los costados del vientre, en la espalda y en las piernas, pero sobre todo en los brazos. Largos y elásticos, ,,si tensaba los músculos éstos sobresalían un poco, como suaves colinas. Algunos consideraban aquello un rasgo de mal gusto en una chica, pero a Ivaine le importaba un carajo, porque a ella le agradaba. Lo único que le resultaba molesto es que, de nuevo, le habían crecido los pechos. No importaba que los llevara vendados, su feminidad se abría camino a pesar de todo.

Suspiró con desazón, y volvió a cruzársele por la mente un pensamiento recurrente que la había acompañado toda su vida. “Ojalá hubiera nacido hombre”.

Entonces escuchó removerse las aguas en la orilla. Se dio la vuelta, sobresaltada y dispuesta a luchar o huir si era necesario. Pero no lo fue. Era el elfo, ese elfo estúpido y engreído que ni siquiera podía dejar que se bañara tranquilamente, que se había metido en el agua en camisa y pantalones y con la condenada espada colgando a la espalda y el semblante impasible.

Ivaine no se molestó en cubrirse. A esas alturas, era ridículo.

- ¿Qué demonios haces? – murmuró.

Los brillantes ojos del elfo estaban fijos en ella. Tuvo la impresión de que se le doblarían las rodillas, y cuando escuchó su voz, el agua, que le llegaba hasta la cintura, pareció devolver el eco, como una bóveda.

- Tienes frío.

Ivaine se le quedó mirando, sin responder. El sin’dorei detuvo sus pasos frente a ella, abrió los brazos y la atrapó contra su pecho, en una presa caliente y posesiva.

Sí, tenía frío. Dioses, él estaba caliente. El fuego en su interior se reanimó instantáneamente, una llama que se eleva de improviso con su calor, con su olor, con su presencia intensa. Sólo había necesitado eso para volver a arder. “Son las fuerzas”, supo Ivaine, apretando los dientes, cerrando los ojos con fuerza y clavándole los dedos en el pecho, sin decidir aún si apartarle o no. “Son las fuerzas que chocan cada vez que nos rozamos. Luz sagrada. Nos destruirán. Nos consumirán, si las dejamos libres.”

- Rodrith… - susurró, con voz áspera. Se le había hecho un nudo en la garganta. Su cuerpo estaba rebelándose contra ella, su corazón también. Ese virus terrible del deseo irracional, instintivo, invadía todo poco a poco como una inundación; incluso estaba contagiando una parte de su razón.

- Qué.

Una respuesta tajante y ruda.

Tenía miedo. Todo aquello siempre le había dado miedo, porque no le parecía normal. Ella no sabía como eran aquellas cosas para los demás. Solo sabía que lo que había entre ella y el sin’dorei era demasiado intenso, tanto que saltaban chispas y perdía por completo el control.

Alzó el rostro, apretando los dientes, buscando algo que decir. Encontró los ojos del elfo, y ahí terminó todo. Las correas con las que se sujetaba saltaron, rompiéndose, con un latigazo que casi pudo escuchar resonando en su alma.

El fuego de Ivaine estalló hasta hacer hervir las aguas del lago. El frío desapareció cuando le agarró de los cabellos y casi trepó sobre su cuerpo, salvaje y necesitada, para devorarle los labios con un beso agónico. Tenía frío, claro que había tenido frío. Había estado congelada desde que El Cruce arrasó toda su vida, las pesadillas consumían sus noches sin dormir. Se enredó en su cuerpo duro y caliente, le arrancó la camisa y le arañó. Él la atrapó entre sus brazos, le mordió la boca hasta hacerle sangrar. Ivaine le tiró del pelo para apartarle cuando le hizo daño, exhaló un jadeo y le devolvió el mordisco. Le escuchó gruñir, con un ronroneo feral e indefinido, quizá irritado, o tal vez complacido. Sus manos la estaban tocando. Le horadaban la espalda, seguían el contorno de su cintura, moldeaban sus caderas, las redondeces de sus nalgas, se cerraron sobre sus pechos, los que había maldecido minutos antes.

“Las fuerzas… son las fuerzas”, pensaba una Ivaine rendida en el centro del incendio. En el exterior, la Ivaine del fuego asediaba a su amante como una pantera hambrienta y exigente, rozándole con su cuerpo, agarrándole las manos para llevarle a donde ella quería, acariciando los surcos entre los músculos bruñidos, bebiéndose su fuerza. Y él no se quedaba atrás, la asediaba, le exigía y la rociaba con su hambre de la misma manera. Embriagada de hogueras y amapola, se sujetó a sus hombros para buscarle y llenarse de él, se aferró a su cuerpo para cabalgarle con urgencia. Las sensaciones punzantes, dulces y estremecedoras como el terremoto y el huracán, la sacudieron por dentro y comenzaron a empujarse unas a otras, a alimentarse y girar en la vorágine.

- Ni quorya…- murmuró el elfo, con la respiración entrecortada. Los cabellos rubios cayeron sobre ella como una cortina, como un telón hecho con haces de luz estelar cuando se inclinó sobre ella. Se estaba conteniendo, y ella lo sabía. – Ni quorya, Carandil.

- No…no… - ordenó ella, tajante, buscando una bocanada de aliento. – Si te ahogas, respírame.

Le clavó los talones, gimió, desgarrándole la espalda con las uñas. “Yo también me estoy ahogando. Me estoy ahogando. Eres mi hogar”. Los ojos azules, verdes, grises, destellaron con avidez. Podía oler la tormenta. Su voz grave, vibrante y átona era un hechizo arcano. La hipnotizaba. Despertaba todos sus nervios. Y sin embargo, él la miraba como si fuera ella la hechicera.

- Ae anírach…

Los dedos del sin’dorei se hundieron en sus cabellos y apuntaló la otra mano en sus riñones. Luego embistió con una energía renovada, de ritmo e intensidad primitivas, casi animales, en movimientos largos que eran más que una respuesta a los envites de la muchacha. Él se estaba haciendo con el control, y la arrastraba consigo. Ivaine tuvo que morderse los labios para no gritar, sujetándose a su cintura con las piernas y tratando de mantener su paso, pero cada nuevo impulso amenazaba con romperla, le desollaba la cordura, la empujaba más hacia el borde del precipicio. Cuando, en el frenesí de la extraña danza, la vorágine la engulló, Ivaine hundió el rostro y los dientes en su hombro, rindiéndose al éxtasis liberador que se la llevó por delante. Él palpitó en su interior y se desbordó, apretándola contra sí hasta casi asfixiarla, aún invadiéndola con poderosas arremetidas. Le escuchó resollar y gruñir, sintió sus dientes en la carne, la tensión contenida en sus músculos mientras se vaciaba. Cuando el estremecimiento se detuvo, la mantuvo sujeta y le acarició el cabello, buscando la respiración entre sus labios.

Rodrith se arrodilló sobre el lecho del lago. Ivaine, desmadejada y aún temblando, se abrazó a él, negándose a moverse, manteniéndole dentro. Apoyó la mejilla en su hombro. Los dedos del sin’dorei le peinaron los cortos cabellos, y durante minutos enteros compartieron el silencio cargado de vida que sigue a los momentos de pasión.

- La próxima vez, duerme conmigo – murmuró ella, al fin, en un susurro íntimo y apenas audible. – Quizá así puedas dormir también tú. Sé que no lo haces.

- ¿Quieres regresar y dormir? – preguntó el sin’dorei, con la voz suave, vibrante y en un punto desafiante.

Ivaine reprimió una sonrisa contra su piel y arqueó la espalda en respuesta, oscilando lentamente sobre su regazo y contrayendo los músculos del vientre. Le oyó tomar aire y percibió cómo sus brazos se tensaban.

- No me pongas a prueba, elfo engreído – susurró la muchacha.

Era imposible olvidar. Ivaine sabía bien que nunca podría arrancar de su corazón, de su alma, los recuerdos de lo que había vivido y visto en el Cruce de Corin. Pero el fuego y la tormenta demostraron ser una buena manera de exorcizar las pesadillas, de invocar al sueño calmo. Aquella noche, bajo la luz de las estrellas, ante la atenta mirada de los búhos y con los tambores de los trol y el arrullo del agua al fondo, Ivaine y Rodrith consiguieron evadir sus preocupaciones durante algunas horas.

Las fuerzas eran más poderosas que cualquier otra cosa; incluso más que el miedo y el dolor.

martes, 5 de abril de 2011

Theod: Danza Macabra - Acto II: Dueto inevitable

A media noche, Ivaine entró, sola, en su tienda. Los médicos la habían revisado a fondo, su armadura destrozada estaba en el herrero y un batallón armado hasta los dientes había partido a recuperar los cadáveres de los caídos en el Cruce. Había tomado un baño de agua hervida en una tina de madera, dentro del pabellón de la enfermería. Ausente y agotada, vacía por dentro, no le había importado que la vieran desnuda hombres y mujeres. 

Las mantas enredadas ocupaban el centro de la carpa. Se arrodilló sobre ellas, rozando una arruga de lana con los dedos. De su cabello mojado y revuelto se desprendieron algunas gotas. Afuera seguía lloviendo.

Tomó aire y se rodeó el cuerpo con los brazos, balanceándose y manteniendo los ojos cerrados. Aquellas estaban siendo las peores horas de toda su vida. Desde que entraron en el Cruce, se sentía atrapada en una pesadilla de la que no podía escapar, y cada vez que despertaba sólo era para encontrar que el horror no había terminado, que aún faltaban golpes por caer.

Todos sus amigos habían muerto. Rodrith no estaba. Le habían encadenado fuera de los muros de la Capilla, en la parte de atrás del campamento. Mañana tendría que someterse a un juicio en el que sería condenado sin ninguna duda. Le imaginó allí dentro, con ella, tironeándose de los cabellos y vendándose las manos para empuñar mejor las armas, dándole consejos que ella no le pedía, hablando, o callado. Los ojos brillando en la oscuridad.

Una saeta de dolor agudo le atravesó la garganta.

- Lo he intentado - murmuró. De nuevo se le llenaron los ojos de lágrimas - Lo he intentado, pero no me han escuchado. Te lo juro. Lo he intentado.

Se inclinó hacia adelante, respirando profundamente para controlar las oleadas de angustia que iban y venían.

Lo había intentado, era verdad. Cuando se llevaron a Rodrith a rastras, tardó unos minutos en volver en sí. Entonces se había abierto paso a empujones, señalando a Theod con el dedo, gritando acusaciones, intentando poner palabras a la verdad. Eligor Albar la observó con curiosidad, y puede que por unos momentos hubiera considerado creerla, si el maldito perro desgraciado de su hermanastro no hubiera mantenido el tipo y se hubiera girado a explicarle al comandante que Ivaine, como muchos podían constatar, no estaba del todo en sus cabales. Además había sufrido una violenta conmoción y se encontraba todavía en estado de shock. Eligor Albar dio orden de que la llevaran a la enfermería, y cuando las manos de dos centinelas se cerraron en sus brazos, ella perdió toda esperanza y se dejó hacer.

No iba a conseguir probar nada. Su testimonio valía tanto como un montón de barro. Theod se había encargado de hacer correr en el campamento el rumor de que Ivaine estaba un poco loca; y para colmo, había documentos que podían considerarse evidencias acerca de un supuesto motín. Varhys y los demás habían intercambiado correspondencia en los días en los que propusieron a Rodrith que se hiciera con el mando. De alguna manera, Theod había encontrado las cartas y las había aportado, con gran pesar, como pruebas incriminatorias.

No podía salvar el honor de Rodrith Albagrana. No podía sacar de su engaño a la Orden del Alba Argenta. ¿Y qué futuro le esperaba ahora? Sus amigos estaban todos muertos, su amante iba a ser juzgado y condenado, puede que su pena fuera la expulsión; y eso como mínimo. Sólo le quedaba la lucha contra la plaga y Theod Samuelson, ese traidor, ese asqueroso asesino, como una sombra negra acechando constantemente sobre ella.

Y de repente, Ivaine sintió quebrarse algo dentro de sí.

¿Era eso todo cuanto le quedaba, de verdad? No, tenía que haber algo más. Algo más para ella. Algo más que la resignación, la oscuridad, la lucha hasta la muerte y el ansia de venganza no cumplida.  "¿De verdad voy a pasarme el resto de mis días así?", se preguntó, por primera vez. "¿De verdad voy a pasar lo que me queda de vida sólo con la sangre y el acero, solo con el rencor y la ira, siendo únicamente desgraciada?"

Recordó Cuna del Invierno. Volvieron a su mente todos los momentos felices, y fue consciente de que era exactamente eso lo que habían sido: momentos felices. Y recordó unas palabras que ella misma había pronunciado en una airada discusión que terminó de un modo mucho más agradable de lo que empezó.

"¿Quieres tú gobernar un reino desierto?", había exclamado ella entonces. "¿Quieres tú sentarte en un trono de espinas, ceñirte una corona de cenizas y sostener un cetro de sangre en las manos?"

Alzó el rostro, secándose las lágrimas. El fuego volvió a encenderse en su interior y le lamió las venas, prendió el calor en su corazón cuando encontró la respuesta y supo exactamente lo que iba a hacer. "Bajo la tormenta, en un trono de piedra", se dijo, sobrecogida por una súbita emoción. Volvió a sentirse fuerte.

- No - dijo, a la oscuridad, y miró de reojo a su espalda cuando sintió el aire frío del destino, negro, de nuevo silbar en su nuca. Una media sonrisa ácida le cruzó el rostro - Puedes seguir soplando todo lo que quieras. Vete al infierno. Iros todos al infierno.

Se puso en pie, salió de la tienda y se dirigió en silencio hacia la de Albagrana, en el otro extremo del campamento. Tenía que hacerle el equipaje.


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Minutos antes del amanecer, Ivaine Harren se acercó al poste que había detrás de la Capilla, cerca del cementerio. Normalmente se utilizaba para atar caballos o mulos. Aquella noche habían encadenado allí a un elfo. Había sido imposible contenerle de otra manera, y ya que insistía en comportarse como una bestia, los centinelas no habían tenido más remedio que tratarle como tal.

Había dejado de llover. El elfo estaba sentado, con la espalda pegada al poste y las manos encadenadas sobre las rodillas. Tenía la camisa y los pantalones sucios de barro, le habían despojado de la armadura y las insignias. El cabello le cubría el rostro, y no podía decirse si estaba dormido o despierto. Los dos centinelas que le vigilaban parecían cabecear a pocos metros, apoyados en las lanzas. Ivaine comprobó que no llevaban yelmo.

Cogió dos piedras pesadas del suelo, se echó las manos a la espalda y se acercó a los guardias, saludando y sonriendo.

- Vengo a hacer el relevo.

- ¿Qué relevo?

Abrió los brazos y estrelló los adoquines en las sienes de los dos centinelas con tanta fuerza que se desplomaron al momento. Luego las dejó caer. Estaban manchadas de sangre. Se inclinó y rebuscó con rapidez en sus cinturones hasta dar con las llaves de los grilletes. Se acercó al prisionero a la carrera, buscó la cerradura y soltó las cadenas.

- Elfo. Elfo, vamos.

Rodrith alzó el rostro. Los ojos brillantes habían perdido el resplandor, Ivaine se encontró con una mirada azul verdoso, perdida y desconfiada. Impaciente, le sujetó el rostro con las manos, le apartó el cabello con los dedos y le observó con fijeza, obligándole a prestarle atención.

- Rodrith, tienes que escapar - le apremió, en un susurro insistente - ¿Comprendes lo que te digo?

El elfo pareció volver en sí. Asintió y se puso en pie ágilmente, con un movimiento felino. Cuando se irguió, Ivaine se sorprendió de su gran envergadura aún sin los atavíos de combate, como si fuera la primera vez que se fijaba en ello. Quizá en realidad, en ese momento le parecía mas alto por algún motivo que se negaba a analizar. El primer rayo de sol se deslizó a través de las nubes pardas. Le emborronó la visión y creyó percibir un resplandor lejano, un brillo áureo, orlando su figura por un instante. Después, la ilusión se desvaneció.

- Necesito mis cosas - dijo él, echándose el pelo hacia atrás. Un elfo alto, decidido y atractivo, pero sin ninguna luz dorada alrededor ni apariencia de gigante. - Y tú vas a tener dificultades para explicar eso.

Señaló a los guardias inconscientes.

- Me las arreglaré - respondió ella, sacudiendo la mano - Venga, vamos. Tienes un caballo esperando y te he hecho el equipaje.

No se detuvo a esperar un agradecimiento ni a deleitarse en su mirada. Odiaba las despedidas, y aquella iba a odiarla especialmente. Se dirigió hacia el cementerio, seguida por los pasos pesados del sin'dorei. 

Tras los restos de la valla, el corcel esperaba. El elfo se adelantó en unas zancadas y abrió el petate que Ivaine le había preparado. Echó un vistazo rápido, luego cogió el jubón de cuero tachonado y la capa que ella había preparado para él sobre la silla de montar y los vistió. Se colgó la espada a la espalda y se recogió el cabello con un trozo de cuerda dispuesto a tal efecto junto a los arneses.

- Veo que no has olvidado nada - Luego la miró, con un brillo intenso en los ojos, e inclinó la cabeza en un gesto de severa gratitud - Estoy en deuda contigo. 

- No lo estás - dijo ella, haciéndole un gesto con la mano de nuevo - Lárgate, antes de que se despierten. 

Rodrith miró el caballo, miró el equipaje en el suelo y luego la miró a ella. Sus ojos se quedaron ahí, escrutándola. Parecía que estuviera esperando algo. ¿Qué quería, una maldita despedida romántica? Ivaine se obligó a no tragar saliva, le apremió de nuevo con el mismo ademán, endureciéndose por dentro y por fuera.

- Vete de una vez.

Rodrith arqueó la ceja con extrañeza.

- No voy a ir a ninguna parte sin tí.

Pronunció aquellas palabras como si fueran una obviedad, algo evidente como el amanecer. Y sin embargo, su efecto fue devastador. La sangre de Ivaine se convirtió en un torbellino desquiciado, empezaron a zumbarle los oídos y el corazón se le hinchó en el pecho hasta cortarle la respiración. Todos aquellos estúpidos síntomas le hacían odiarse a sí misma, al menos un poco. Pero cada vez menos. Buscó una excusa.

- No puedo - dijo ella, tragando saliva. - Quiero decir, sí que tenía pensado irme. Pero aún no, y no contigo.

Rodrith arqueó la ceja. Luego meneó la cabeza, se rió entre dientes y ajustó el petate sobre la grupa del corcel. Apoyó el pie en los estribos, se impulsó y montó. Acto seguido, le tendió la mano y la miró con aquellos ojos que no daban tregua.

- No quiero perderte. Y no lo voy a hacer. - La voz del elfo caía sobre ella a mazazos. Cada palabra era un golpe seco, pronunciada con la seguridad que dan las certezas. Las mismas certezas de las que Ivaine trataba de esconderse, él las empuñaba para acorralarla contra una realidad ineludible - Sube conmigo o tendremos una escena. Discutiremos, acabaremos peleando y esto se resolverá con un secuestro o con una ruptura. Y yo no voy a romper contigo ni a dejar que lo hagas tú, ni ahora ni nunca. Así que, por lo que más quieras, Harren: sube al jodido caballo y quédate conmigo.

Ivaine resolló, con los ojos abiertos como platos.

Era una humana y tenía dieciséis años. Todos sus amigos estaban muertos. Reinar bajo la tormenta, en un trono de piedra. "Qué demonios. Al infierno con todo". Resopló, miró alrededor, sacó las espadas de los cintos de los centinelas inconscientes y se las enganchó a su cinturón. También les robó una capa. Se acercó al corcel en dos zancadas y golpeó con desdén la mano tendida del sin'dorei.

- Ahórrate caballerosidades conmigo, elfo engreído - dijo, impulsándose en el estribo y montando delante suya, arrebatándole las riendas de las manos - Yo nací en Stromgarde. Voy a enseñarte cómo cabalgamos los señores de Arathor.

Rodrith se rió entre dientes. Ivaine espoleó al corcel y atravesó los campos muertos al galope, en dirección al noreste. Dejó atrás un pasado calcinado y su mirada se fijó en el horizonte de un futuro incierto, con el soplo oscuro de la fatalidad acariciándole los oídos y el aire fresco y límpido de la esperanza sobre el rostro. Ivaine siempre había vivido fluctuando entre ambas. Pero estaba dispuesta a esquivar la fatalidad y eludir el destino tanto tiempo como le fuera posible. Aún merecía la pena. Aún había cosas que merecían la pena.

Y si después de lo que había visto y vivido en los últimos días podía pensar así, es que la vida no era tan mala.