miércoles, 30 de septiembre de 2009

VI - El Lago Kel'theril (II)

Ivaine miró de reojo a su hermanastro. Las orejas le habían enrojecido tanto que parecía a punto de estallarle la cabeza.

- Puedo perdonar tu insolencia y tu intento de suplantación de antes, pero no lo haré en lo sucesivo. ¿Me oyes, soldado?

El caballero se encogió de hombros.

- No he suplantado a nadie. Si me habéis tomado por vuestro jefe, por algo será.
- Dijiste que tenías un plan – Intervino Arristan sin que nadie se lo hubiera pedido, avanzando hacia el recién llegado. - ¿De qué se trata?
- No se trata de nada. - La voz del capitán resonó, iracunda e impositiva por encima de las agujas de los pinos. – Vamos a atacar ahora y vamos a hacerlo como yo digo. YO doy las órdenes aquí, ¿está claro?

“Joder, Theod…”

La chica resopló y fulminó con la mirada al elfo. Si ese imbécil no se hubiera comportado como un cretino, Theod habría estado más predispuesto a escuchar, pero ahora se cerraría en banda.

- Tomad posiciones y al ataque. Y no quiero oír una palabra. ¿Queda claro?
- Si, señor – respondieron las voces en un murmullo desganado.

Y así lo hicieron. Descendieron hacia el lago, bordeándolo hacia el este en silencio, e irrumpieron contra el primer espíritu. El fantasma no era más que los jirones transparentes de una figura femenina, envuelta en bruma, pero las armas y los hechizos hendieron el plasma translúcido y debilitaron la forma hasta que se disolvió en la luz del exorcismo de Boddli.

Todo iba sobre ruedas, si hacían caso omiso al crujido del hielo a su paso y a los chasquidos inquietantes que dejaban atrás. Ivaine se retiró hacia un lado.

- Separémonos un poco antes de que esto se rompa. – dijo suavemente a sus compañeros. Ellos asintieron.

Iban hacia el quinto enemigo cuando Grossen se detuvo, mirando al suelo.

- Señor, aquí es mas frágil. No aguantará nuestro peso. Tenemos que retroceder.
- ¿Retroceder? Bien, volvamos atrás y busquemos un acceso mejor – admitió Theod, levantándose la visera.

Se dieron la vuelta, dispuestos a desandar el camino unos pasos, cuando la capa de hielo que habían estado a punto de pisar se quebró con un chasquido. Las grietas se abrieron y una de ellas se extendió hacia el grupo, desprendiendo trozos blanquecinos casi de cristal que flotaban en las aguas gélidas y azules.

- Mierda, mierda. ¡Corred!
- ¡No! – exclamó Boddli, moviendo una mano hacia ellos. Pero el grupo ya huía en desorden hacia la ribera, golpeando el suelo quebradizo con botas de acero. Ivaine soltó una maldición entre dientes, y trató de moverse con ligereza hacia un lateral, alejándose de las fisuras que estallaban a su alrededor.

“Maldito seas, Theod, maldito seas”, se repetía, mientras trataba de deslizarse sobre la superficie resbaladiza, procurando repartir el peso entre los dos pies. Escuchó un chasquido y un chapoteo, y el grito agudo de Berth.

- ¡Lohengrin! ¡Aguanta!

El muchacho chapoteaba a varios metros de ella, con el rostro blanco y la boca muy abierta, lanzando exclamaciones espasmódicas a causa del abrazo glacial. Ivaine se arrodilló, con las palmas de las manos sobre el hielo, y avanzó a rastras, reprimiendo un escalofrío.

- ¡Cuidado!

Un nuevo estallido resonó, y esta vez fue Astafirme, el gigantesco tauren, quien se vio al borde del agua con una pezuña en el aire. El lago se rompía. Se estaba rompiendo, y los que habían llegado a las rocas firmes, ya no podían regresar. A su paso habían destruido la capa sólida y sólo había piezas blancas, flotando inestables.

- ¡Sacadme de aquí!
- ¡Sal de ahí!

Ivaine suspiró, tratando de aferrar la mano de Berth, que pataleaba y chapoteaba, intentando anclarse a los bordes resbaladizos que le rodeaban. “Mierda, vamos a morir del modo más estúpido que había imaginado”, se dijo, mientras los dedos regordetes y mojados se escurrían entre sus manos.

Un cabo de cáñamo le golpeó en el hombro.

- Dásela al chaval. – ordenó la voz profunda. Ivaine siguió la cuerda con los ojos. El elfo estaba de pie, a salvo, sobre los restos de un templete, y ataba el otro extremo de la cuerda a una columna. - ¿Qué clase de soldados sois que no lleváis sogas?
- ¡Cállate, imbécil! ¿Cómo has llegado hasta ahí?
- Teniendo cuidado.

La mirada se clavó en ella, mientras Berth se asía y trepaba torpemente hacia la superficie, temblando y tiritando. Ivaine entrecerró los ojos, iracunda, y ayudó a su compañero. Después, los dos se arrastraron hacia la base de mármol.

- Me muero – repetía el muchacho. Los labios se le estaban poniendo azules. – Me arde el frío. Me muero.
- Joder, Berth… joder – Levantó los ojos – Elfo, ¿hay paso seguro hasta aquí?
- Lo hay, humana.

El caballero señaló una columna derruida que reposaba entre las ruinas y la orilla, formando un puente precario y erosionado. Tendrían que hacer de equilibristas si querían llegar a salvo.

- Pregunté por un paso seguro. – replicó, mirando hacia la columna, sin decidirse. Pero el elfo ya avanzaba hacia allí con toda la calma del mundo.
- Si te lo piensas mucho más, el chaval morirá de frío.

Berth la miró, asustado.

- Harren, no voy a poder. Me caeré, seguro.
- No te vas a caer.

Le cogió las manos y tiró de él con brusquedad. No tenía tiempo para aquello. “Malditos sean todos. Ese plan absurdo y luego echar a correr. ¿En qué coño estaban pensando, es que no nos han enseñado nada?”

- Me voy a c-c-c-c-caer – repitió el muchacho, con los ojos azules desmesuradamente abiertos. Los dientes le castañeteaban y le temblaba la papada, y sus extremidades parecían convulsionar. Con aquella armadura parecía un monigote, e Ivaine sintió una oleada de desprecio hacia él.
- ¡Calla! ¡Calla y sube!
- Vamos, chaval.

La mano enguantada del elfo recuperó el extremo de la cuerda, que estaba siendo estrangulado por los dedos ateridos del joven, y luego avanzó con agilidad sobre el fuste hasta llegar a las peñas nevadas. Ivaine le observó con ojos entrecerrados, y cuando la cuerda se tensó sobre sus cabezas, suspiró. Tenía que reconocer que aquel idiota sabía usar la cabeza.

- Agárrate a la cuerda, Lohengrin. Agárrate mientras caminas y no te sueltes.- dijo, mientras subía al pilar y aferraba la soga con una mano, tendiéndole la otra al chico asustado. – Aunque resbales, no te sueltes. Todo saldrá bien, ¿te enteras?
- S-s-s-si.

El muchacho ascendió torpemente y obedeció.

- Ve delante. Si te caes te sujetar…

Aun no había acabado de hablar cuando el chico perdió pie, escurriéndose sobre las botas chorreantes. Ivaine alargó un brazo y le sujetó por la gruesa cintura, cerrando los dedos en torno al cinturón, y se sintió oscilar hacia el agua.

La cuerda se tensó más, firme, sujetando el peso de los dos.

- ¡AAAH!
- ¡Pon los pies, imbécil!

Ivaine clavó las punteras en una arista, tratando de sostenerles a los dos y recuperar el equilibrio. Berth pataleaba y se debatía, con las manos en la cuerda y los pies en el aire. Su peso les inclinaba cada vez más hacia las aguas azules que se abrían abajo. “Si pierdo pie no podremos aguantarnos los dos, con soga o sin ella”. Levantó una mirada desesperada hacia la figura de la orilla, que tiraba de la cuerda para mantenerla tensa, con un pie apuntalado en una piedra. Tras él, algunos de sus compañeros trataban de ayudar como podían. Grossen se encaramaba a la columna y Shelia había invocado unas extrañas raíces que parecían avanzar hacia ellos.

Y entonces, Ivaine resbaló.

La soga se curvó y luego volvió a tensarse con un tirón.

- ¡Vamos a morir!
- ¡Calla joder!

Los dedos le quemaban, y sintió un fuerte dolor en los tendones del brazo. No iban a aguantar mucho más.

- ¡Tú, el brujo! – exclamó el elfo. - ¡Ven aquí!¡Invócales! ¡Ahora!

Un instante después, el cuerpo del muchacho desapareció, liberándola de su peso, y pudo trepar de nuevo.

Cuando llegó al capitel, sentía que iba a vomitar en cualquier momento. Berth estaba a salvo, sentado y temblando sobre la nieve mientras las sombras de la invocación se disipaban alrededor suya. Derlen Elikatos, el brujo, recibía una severa reprimenda de Theod, que al fin había llegado, alertado por los gritos.

- ¡Harren! ¿Estas bien?

Apartó la mano solícita de Arristan con gesto airado y bajó por su propio pie. El elfo se sacudía las manos y se había sacado el yelmo. Un manantial de cabellos de oro pálido se escurrieron sobre sus hombros, y el rostro esculpido del caballero se volvió hacia ella cuando se acercó.

Iba a darle las gracias. Esa era su intención, antes de encontrarse delante suya. Pero cuando la mirada severa y prepotente se dirigió hacia ella desde aquel semblante magnífico, sólo sintió un profundo desprecio y la ira se agolpó en sus sienes.

La bofetada restalló con la violencia del crujir del hielo.

- ¡Todo es culpa tuya!

Ivaine se dio la vuelta y fulminó con la mirada a todos los reunidos. En aquel momento, les odiaba a todos. A Theod por imprudente y cabezota, a Berth por torpe, a los demás por no ser capaces de contradecir las órdenes, por correr como niñas empeorando la situación, al elfo por su soberbia y, sobre todo, a sí misma.

Los demás se encogieron de hombros. Se habían acostumbrado a sus estallidos de carácter y no le daban más importancia.

- De nada, humana. – replicó la voz profunda a su espalda.
- Tengo un nombre, gilipollas.

Cuando se giró de nuevo hacia él con los dientes apretados, apenas podía contener las ganas de abofetearle de nuevo, sin embargo, algo en sus ojos la contuvo con un escalofrío. Una mirada grave, profunda y vibrante, severa, sin rastro de la altanería que había percibido anteriormente “Son ojos de anciano. Es porque es un elfo”, se dijo. “O no… no es eso.”

- Yo también tengo un nombre.

De repente, se sentía como una niña otra vez. “Te conozco”, decía esa mirada. “Sé como eres, me ha bastado un vistazo para saberlo. Y te comprendo. Pero ten cuidado conmigo.” Parpadeó, tratando de deshacerse del influjo.

- Ya lo sé.

Había una tormenta en esa mirada. Una tormenta naciente e imprevisible, tan honda que asustaba sumergirse en ella, que se extendía más allá del mar verde claro, casi transparente. Le pareció ver un torbellino agitándose en las profundidades y quiso alejarse, pero por un momento le resultó imposible.

- ¿Has sido tú? – La voz iracunda de Theod la rescató de hundirse por completo, y tras un batir de pestañas, la expresión del elfo volvió a ser la de antes. - ¿Tu has permitido brujería en este lugar, Albagrana?
- Suena muy mal dicho así. “Tú has salvado la vida del chaval” sería más apropiado, pero supongo que eso también es aceptable.
- ¡Como te atreves! ¡Yo soy quien da las órdenes aquí!
- Si hubiéramos esperado a tu orden, esos dos ya estarían muertos bajo el agua. Además, no estabas aquí, sino allí.

La discusión se prolongó un rato, pero Ivaine ya se había reunido con los demás, haciendo caso omiso a aquella lucha que en nada le incumbía.

Cuando emprendieron el regreso, con Berth envuelto en mantas, tembloroso y pálido como la nieve sobre la que cabalgaban, lo hicieron en silencio. El capitán, con el ceño fruncido y los cabellos castaños enmarcando la mirada furiosa, encabezaba la marcha. Los demás le seguían, cabizbajos y algo abatidos. Ivaine se volvió para tirar de las riendas del caballo de Berth, que siempre quedaba rezagado, y sintió una punzada de curiosidad al distinguir a la última figura de la comitiva.

A cierta distancia del grupo, Rodrith Albagrana les seguía a pie, con la espada sobre el hombro, observándoles con semblante pensativo.

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