jueves, 1 de octubre de 2009

XIII - Mujer

Cuna del Invierno - Décimo día de primavera

"Dioses, dioses, como lo odio, como ODIO esto". Ivaine daba vueltas en la cama polvorienta, gimiendo quedamente, encogida sobre sí misma. El dolor era insoportable. Le parecía que una manada de hurones habían anidado en su vientre, mordiéndole las entrañas y electrocutándola por dentro, tirando de sus tejidos con las fauces cerradas en ellos hasta hacerle saltar las lágrimas. Se cubrió la cabeza con la almohada, rechinando los dientes, cuando alguien golpeó la puerta de la buhardilla.

- Se... se puede?
- ¡NO!¡NO SE PUEDE! - gritó, furibunda. - Dioses, ¿es que nadie me va a dejar en paz?
- Em... disculpa... em... Harren...

La puerta se entreabrió y apareció la cabeza del brujo, con el pelo moreno pegado a la frente y el mismo rostro demacrado de siempre. Apenas percibió su semblante inseguro al verle asomar, y le arrojó la almohada, incorporándose a medias y buscando a tientas objetos contundentes para tirárselos también.

- ¡HE DICHO QUE NO SE PUEDE!
- Pero... este es el cuarto que me asignaron... tengo aquí mis almas y...
- ¡QUE LES FOLLEN A TUS ALMAS! ¡YA LE HE DICHO A ESE MEMO DE THEOD QUE ESTOY INDISPUESTA! - gritó, bombardeando al brujo con todo lo que encontró a mano. Derlen se protegió con la mano lo mejor que pudo. - ¡Dejadme en paz!

La puerta se cerró y se arrebujó bajo las mantas, maldiciendo a todo y a todos en la intimidad de sus pensamientos. No era solo el dolor. Se sentía profundamente desgraciada, al tiempo que terriblemente enfadada, hastiada del mundo, abandonada y a la vez con ganas de estar sola. Todo y todos eran sus enemigos. Y el hecho de escuchar los comentarios al otro lado de la puerta no colaboraba en aplacar su estado. Frunció el ceño, prestando atención.

- Es igual, baja de una vez, Elickatos - Era la voz de Theod. - Harren está indispuesta y hoy no podrá bajar al entrenamiento.
- Pero Capitán... es que mis almas...
- Da igual, puedes luchar sin ellas
- Pero los esbirros...
- ¿Qué le pasa a Harren? - Ese era Arristan, el vejete. Joder, le caía bien ese tipo, pero hoy no era capaz de sentir afecto por nadie.
- Está enferma - respondió Theod.
- ¿Enferma? No habrá contraído nada grave, espero
- Se habrá mordido la lengua y se habrá envenenado

Ivaine reprimió un rugido de ira y golpeó el colchón con los puños al escuchar a Albagrana. Dioses, dioses, dioses, cerrar los dedos en su cuello y estrangularle, arrancarle su maldita cabeza y arrastrar su adorado cabello trigueño entre las heces de los yetis. Solo de imaginárselo se sentía un poquito mejor. Solo un poquito.

Golpes en la puerta.

- ¡Harren! ¿Qué coño te pasa, te has roto una uña o qué?
- ¡QUE TE FOLLEN ALBAGRANA! ¡QUE TE FOLLEN LOS DEMONIOS DEL TORBELLINO HASTA QUE VOMITES SANGRE!

"Será cabrón... y aún se atreve a llamar a la puerta para reírse de mí. Dioses, en cuanto se me pase esta mierda voy a cortarle el pelo al cero. ¡Al cero! Maldito sea por toda la eternidad".

- Estás muy tensa, quizá la que necesita eso eres tú, cariño
- ¡CARIÑO TUS MUERTOS! ¡DEJADME EN PAZ, JODER!
- Albagrana, ve abajo - Theod de nuevo. - No la molestes, está enferma, ¿de acuerdo?. Vamos a entrenar. Todo el mundo abajo, ya.
- Espera, coño. Harren, ¿Estás menstruando?

Ivaine se quedó lívida bajo las sábanas. Maldito cerdo asqueroso, elfo abyecto...

- Albagrana, más respeto. Y abajo. No pienso esperar más.

Se oyeron pasos por la escalera, pero Ivaine no prestó ya atención. Se sentía demasiado humillada, demasiado dolorida y jodidamente herida. Encogió la cabeza y se refugió en las mantas, temblando ligeramente a causa del dolor, sumergiéndose en el lecho viejo y descosido todo lo que fue capaz.

Odiaba ser una mujer, y en días como este lo odiaba aún más. Se limpió las lágrimas escapadas con rabia, frotándose hasta que se le enrojecieron las mejillas y se revolcó en su autocompasión durante largos minutos, reprimiendo los sollozos y apretando los dientes cada vez que una nueva punzada le asaltaba violentamente. Pues para su desgracia, la feminidad de Ivaine era más que evidente en aquellos días del mes, en los que sangraba abundantemente y se veía sobrecogida por molestias que la convertían en un manojo de nervios. No podía impedir que sus camaradas lo notaran, y aunque la irregularidad de su ciclo le había dado tregua por dos lunas, ahora la marca de su sexo había caído sobre ella con la violencia acumulada del retraso. Acabarían dándose cuenta.

Al cabo de un rato, le dio sed. Asomó la cabeza despeinada y se arrastró penosamente hacia las bolsas, buscando un odre de agua, y lo bebió con avidez, suspirando quedamente. A través del cristal roto del ventanuco de la buhardilla, donde se había refugiado a pasar su particular suplicio, llegaban las voces del entrenamiento sobre la nieve. El griterío le provocó un suspiro de melancolía, y se maldijo de nuevo. Ella tendría que estar ahí abajo ahora, combatiendo con ellos... cumpliendo con su deber y su afición, no ahí arriba, débil, susceptible, blanda de ánimo y físicamente destrozada.

Se asomó para mirarles desde lejos, frotándose la nariz. Notaba una tensión brutal en los riñones, como si un elekk le estuviera pisando la espalda.

- Mira a Theod... que sonriente está, ahí de brazos cruzados - se dijo a sí misma con amargura. - Tan guapo y tan perfecto, tan excelso él, pero tan inseguro. ¿A que no lo parece? Pues lo es.

Volvió la vista, observando el combate de Grossen y Berth. El chico había mejorado mucho con la espada, estaba convencida de que alguien le estaba adiestrando a escondidas. Gros era bueno, muy ágil, como todos los cazadores. Boddli ya estaba descansando en una esquina, su combate había finalizado ya, aparentemente, y en cuanto al brujo...

Ivaine dio un respingo al oír abrirse la puerta y volvió a su nido de colchón sucio y mantas descosidas.

- ¿La luz te puede aliviar esa mierda?

Se mordió los labios, rogando a todos los dioses que conocía y a los que no conocía, que el maldito sin'dorei saliera de la habitación. En respuesta, ellos la bendijeron con un nuevo pinchazo de dolor y la primera oleada de humedad abrasadora entre sus piernas. "Mierda, no".

- Vete de aquí, joder.

Sentía los lagrimones caerle por las mejillas, y era consciente de que su voz había sonado como el quejido de un cachorrillo, pero ahora le daba igual. La sangre le manchaba entre las piernas, y no podía moverse para alcanzar los paños que llevaba en la bolsa sin que el sin'dorei lo viera y supiera lo que estaba pasando. No iba a darle el gusto de jactarse una vez más, aquella burla no la podría soportar.

- Harren, haz el favor de dejarte de gilipolleces y asomar la cabeza. - insistió la voz melódica, mas suave esta vez. - ¿Puede aliviarte la luz o no?
- No quiero tu puta luz, solo quiero que me dejes en paz. - Un tirón en las mantas. - ¡NO!¡JODER, NO!

Se debatió, intentando recuperar los cobertores y cubrirse de nuevo, con la cabeza agachada para que el elfo no pudiera ver sus lágrimas. El sollozo que la sobrecogió, nacido de la rabia y la desesperación, dieron al traste con cualquier intento de disimular, y soltó las sábanas para ocultar el rostro entre las manos. "Dioses... todo está en mi contra".

- Ivaine... no pasa nada. Solo es una menstruación.
- ¿SOLO? ¡QUE TE FOLLEN!
- Vale, te voy a mandar a la druida. Seguro que tiene hierbas y potingues para eso. Pero tú deja de hacer el idiota, ¿vale?
- ¡NO HAGO EL IDIOTA! - exclamó, tirándole la lámpara de aceite de la mesa. Jadeaba, respirando entrecortadamente, y Rodrith se ladeó, mirando pasar el objeto que se estrelló contra la pared, atónito.
- No tienes que esconderte.
- ¡NO ME ESCONDO!
- Todos sabemos que eres una mujer, y las mujeres pasan por esto. Nadie se va a escandalizar y nadie va a creer que eres mas débil porque te salga sangre del coño una vez al mes, ¿te enteras?
- ¡ME ENTERO!
- Pues no me grites
- ¡NO ESTOY GRITANDO!

Albagrana se la quedó mirando, mientras ella se volvía a tumbar y se tapaba hasta el cuello, observándole con rencor mal disimulado. "Joder, con el puto sin'dorei, ahora me viene de comprensivo". Finalmente, el soldado meneó la cabeza y se dirigió a la salida.

- Eh
- Que quieres
- ¿Me traes agua? Es que no me queda, joder, y me da mucha sed. Y no quiero salir de aquí así, y que todos me vean y eso.

Se mordió los labios de nuevo, esperando la respuesta, y cuando le vio suspirar y asentir, no pudo evitar una leve sonrisa a pesar del dolor. La puerta se cerró a su espalda e Ivaine se quedó sola con su feminidad, eso tan misterioso, encantador, extraño y a la vez jodidamente doloroso que se hace patente en las mujeres, sean reinas o soldados, criadas o nobles, una vez al mes, con las mismas consecuencias para el entorno que un huracán descontrolado.

1 comentario:

  1. Pobre chica. Si ya lo dice mi madre, te duele más cuando menos la quieres XDDD. Me siento identificada con Ivaine... en eso

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