lunes, 5 de octubre de 2009

XVI - Soledad


- Vamos, Berth... levanta la jodida espada - espetó Ivaine, hastiada y molesta.

El muchacho regordete se apartó el flequillo húmedo de la frente y asintió, jadeando. Su aliento se condensaba en el ambiente frío del claro, y las mejillas carnosas estaban cubiertas de un intenso rubor. La muchacha ni siquiera estaba cansada.

- ¿No podemos parar un poco? - gimió el soldado Lohengrin, mientras adoptaba la postura reglamentaria. Ella dudó, pero finalmente asintió a medias, dejando el escudo sobre la raíz de un árbol y dejándose caer sobre la nieve, suspirando.
- ¿Qué día es hoy?

Berth se encogió de hombros, depositando las armas en el suelo con un resoplido y cubriendo una piedra con su capa antes de sentarse sobre ella, tieso como una rama.

- Creo que es domingo.

Ella le observó, pensativa. El chico había perdido peso, y había ganado en confianza y habilidad, lo había percibido tiempo atrás, mucho antes de que Theod ordenase partir a dos soldados hacia la Garganta Negro Rumor, mucho antes de que ella empezara a sentir aquella infernal añoranza, estúpida por supuesto.

- Has mejorado - admitió de mala gana. Los cumplidos no eran su fuerte, pero la sonrisa entusiasmada del joven combatiente le hizo sentirse bien. Eso también era estúpido, desde luego.
- Gracias. Me estoy esforzando mucho.
- ¿Cuanto hace que te entrenas con el elfo?

Berth frunció el ceño y arrugó la nariz respingona, haciendo memoria, mientras jugueteaba con un odre de agua.

- Desde que... desde que me recuperé de la pulmonía, sí. - asintió con la cabeza, y luego sonrió. Ivaine miró hacia otra parte, con un gesto de completo desdén. - Me ha estado enseñando a escondidas. No quiere que nadie se entere.
- Ya...
- Rodrith es muy raro, ¿verdad?

Otra vez no, por favor. Maldita sea. En los últimos días, desde que el sin'dorei había dejado Vista Eterna para ocuparse de la vigilancia del puente, parecía que nadie era capaz de dejar de hablar de él.

Afortunadamente, el motín que predijo la última noche, no había tenido lugar. Ivaine había ido a hablar con Theod, y tal y como estaba planeado, su hermanastro pareció emocionadísimo de verla en su pequeño aposento, encantadísimo con su idea de organizar partidas de caza para eliminar las alimañas de los alrededores de los asentamientos, entusiasmadísimo por su excelente iniciativa y por su inusual amabilidad. Ivaine había sonreído, habló con palabras afables y fue de lo más simpática y comprensiva con el Capitán Samuelson. Y sí, había visto su mirada de cordero degollado, desde luego, sintiéndose ni más ni menos que como una puta.

Sin embargo, aunque las actividades de la división eran ahora más entretenidas que una larga espera sin dar un palo al agua y la sombra de la revuelta había desaparecido, la ausencia de Albagrana parecía haber dado vía libre a que todo el mundo comentara con mayor ligereza su opinión sobre el sin'dorei engreído que, sin embargo, parecía caer bien a todo el mundo. Y Berth era especialmente comunicativo al respecto. "Es su héroe", pensó, con cierto desdén.

- Es muy raro... - repitió ella, suspirando, impaciente. - A ver, ¿por qué es raro?
- Hace muchas cosas a escondidas.

Ivaine arqueó la ceja. El soldado había sacado un pastel de hojaldre de su faltriquera y lo mordisqueaba, arrebujándose en la capa para no enfriarse a causa del sudor y el viento cortante. Parecía pensativo.

- ¿A escondidas? - se levantó y se sentó junto a él en la piedra, cómplice e íntima. "Sabía que el maldito sin'dorei ocultaba algo". - ¿Qué cosas hace a escondidas, Berth?
- Si te lo cuento no te lo vas a creer - respondió el otro con gesto alegre, masticando - pero no se lo digas a nadie.

Ivaine meneó la cabeza, con expresión de dignidad ofendida.

- Por favor... ¿como se te ocurre? Somos amigos, ¿no?

Berth la miró un momento. Ella sonrió, tratando de parecer convincente. "Vamos, gordo, suéltalo de una vez. Necesito tener esos trapos sucios en mi poder."

- Pues... siempre se preocupa por todos nosotros. - respondió el muchacho, con una voz algo más baja de lo habitual en él. Parpadeó y la miró, muy serio. - ¿Recuerdas cuando a Shalia se le congelaron los dedos? Estaba muy asustada porque pensaba que tendría que cortárselos y no podía moverse de mi lado, porque yo estaba enfermo. Él se fue al claro de la Luna por la noche a buscarle un ungüento para las manos.

Ivaine arqueó la ceja.

- ¿Eso hizo?
- Ella me lo contó, sí. Y a Derlen siempre le lleva comida cuando se le olvida comer. Estuvo ayudando a Grossen a encontrar a su loba cuando Esposa desapareció, y a veces, cuando estamos dormidos, se levanta a revisar las armaduras y se lleva algunas a la forja.

Ivaine miró su escudo de reojo. Recordaba que había tenido una abolladura que desapareció como por arte de magia, de la noche a la mañana. Pensaba que era Theod quien se encargaba de esas cosas.

- Un santo, ¿eh?
- No... tampoco es un santo. - murmuró el muchacho, entrecerrando los ojos y jugueteando con el tapón de la cantimplora. Ella entrecerró los ojos y se echó a reír. - pero no es un demonio. No sé por qué os lleváis tan mal.
- Quizá porque es insoportable.
- Bueno, tu tampoco es que... - el muchacho carraspeó, y ella le atravesó con la mirada, sintiendo como le hervía la sangre en las venas.
- No - replicó, tajante. - No soy simpática, no soy agradable y no tengo por qué serlo.

Se quedaron en silencio, desviando la mirada hacia el bosque frondoso que se extendía ante ellos. Ivaine era muy consciente de su carácter y del rechazo que despertaba en los demás. Nunca había jugado a los dados con Boddli y Arristan, nunca había escuchado las historias de Astafirme ni se había comportado amablemente con Derlen. Jamás había sentido el menor interés por el conocimiento mágico de Nyghard y no había piropeado descaradamente a Shalia Nocheclara. No había hecho ninguna de aquellas cosas, aunque tal vez hubiera tenido ganas en alguna ocasión.

Los ojos le ardieron un momento, con un calor húmedo y punzante. Se sintió terriblemente sola en aquel instante, sentada al lado de Berth, con el viento despeinándoles los cabellos. ¿Por qué nunca le había preguntado a Helki cómo se decía "buenos días" en el idioma trol? ¿Por qué nunca se había sentado junto al fuego cuando Hetmar Grossen sacaba el arpa de hueso y cantaba viejas canciones? No lo sabía... pero ahora todo aquello le pesaba. Percibió un impulso lejano de abrazar al muchacho regordete que intentaba enroscar el tapón de su odre torpemente, de darle un beso en la mejilla y decirle que le caía bien, que le tenía cariño. Y después, cuando la sensación se desvaneció, un vacío helado se extendió sobre su corazón, tan frío como las nieves de las cumbres.

Sin saber muy bien lo que hacía, se levantó y cogió el escudo, saliendo a todo correr hacia Vista Eterna, con los ojos empañados, escuchando la voz de Berth que le llamaba, sin comprender nada. Pero no había nada que explicar. Ella tampoco lo entendía.

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