lunes, 5 de octubre de 2009

XVII - Conjunción




Gigantes de hielo. Gigantes enormes. Eran masas de piedra y nieve, con brazos y piernas, que se movían de un lado a otro, errabundos, haciendo crujir sus extremidades y cruzándose en el cañón, retumbando en la tierra cada uno de sus pasos.

Sentada al borde del puente, inclinada hacia adelante, Ivaine los miraba, impresionada. No le importaba que la superficie escurridiza y congelada hiciera peligrar su equilibrio. Si se caía, una menos. Aquello era demasiado excitante como para perdérselo, y nunca en toda su vida había visto algo así. Le habían contado historias en Arathi, en Stormgarde, cuando era niña, y también había leído cuentos sobre gigantes en la vasta biblioteca de Lord Samuelson, pero jamás pensó que llegaría a verlos con sus propios ojos. "Si bajara ahí y me pusiera a su lado, ni siquiera les llegaría a la rodilla", se dijo, apartándose el pelo de la frente. "Claro, que después me matarían de un pisotón."

Agitó la cabeza, saliendo de su ensoñación y se incorporó, recogiendo el fardo de suministros y echándoselo al hombro. Pesaba, pero la armadura también pesaba, el escudo también pesaba, de modo que no era una gran diferencia. La capa de pieles le cubría hasta los pies, y llevaba la cabeza descubierta; el viento cortante dejaba hilos de escarcha prendidos en su cabellera roja, que ya había crecido demasiado para su gusto. Caminó hacia la pequeña tienda blanca, apostada al final del camino, donde la nieve ya se despejaba y las rocas secas abrían paso hacia el territorio colindante al monte Hyjal.

Recorría los pasos que la separaban del pequeño campamento de vigilancia con una leve sensación de nerviosismo, la misma que le había acompañado todo el camino y la había llevado a entretenerse a cada paso con vagas excusas. Bien. Dejaría el maldito fardo y se largaría de allí, no tenía por qué hablar con ellos, ¿verdad?. Sin embargo, mientras se aproximaba, no veía el menor movimiento, no le llegaba el menor sonido, ni una voz, ni una respiración, ni el jadeo o los aullidos de Esposa.

Al alcanzar la tienda, soltó la bolsa sobre la tierra y miró alrededor, arqueando la ceja. Los restos de un fuego y unas cuantas mantas era todo lo que allí había, diseminadas las teas apagadas por el terreno. No se veía a nadie.

- ¿...hola? - golpeó la lona de la tienda con la mano abierta y atisbó en el interior. Un fuerte aroma a sangre y piel curtida y unas cuantas vendas manchadas le dieron la bienvenida, haciéndola retroceder dos pasos. La inquietud se cerró sobre su pecho, al tiempo que desenfundaba la espada lentamente, observando los árboles cercanos.

"Dioses, que no les haya pasado nada. Dioses, por favor, por favor, que estén bien". Creyó escuchar un tintineo a su espalda y se dio la vuelta, aguantando la respiración, dispuesta a atacar, cuando una voz conocida llegó hasta ella desde algún lugar indeterminado.

- Esa cabeza despeinada y roja solo puede ser la de Ivaine Harren.

Joder. Menudo puto susto. Soltó el aire entre los dientes y reprimió las ganas de reír de puro alivio, incluso de alegría. Aquella voz otra vez, la que tanto detestaba. Oírla despertó en su interior una oleada de calor tibio y agradable y un impulso de saltar y llamarle por su nombre a gritos, decirle hola, agitar la mano y sonreír. No haría nada de eso, desde luego.

- Da la cara, Albagrana. ¿Cómo tenéis esto así? Parece que os hayan comido los osos, coño - dijo secamente, envainando de nuevo con un chasquido violento y cruzándose de brazos.

El sin'dorei descendió de la rama de abeto en la que estaba apostado, moviéndose silencioso y con una curiosa agilidad a pesar de las piezas sueltas de armadura que le cubrían, junto a las prendas de cuero oscuro y la capa verde que le hacía pasar desapercibido entre las agujas de los pinos. Cuando puso los talones en el suelo arrugó la nariz, acercándose a ella y mirando el fardo que había dejado sobre el suelo un instante, antes de fijar los ojos del color del mar en los suyos. Brillaban suavemente, con un resplandor cálido. Esbozó una media sonrisa que a ella se le antojó igual de cálida, como un abrazo.

Ivaine parpadeó. No hacía tanto tiempo que el elfo se había marchado, quizá dos semanas, pero ahora le daba la impresión de estar viéndole por primera vez. La barba le había crecido, desaliñada, cubriendo sus mejillas con un rastro de vello trigueño, y tenía el cabello recogido en la nuca, aunque los mechones se escapaban para caer sobre su frente, tapándole parte del rostro. "Que asco de tío", pensó, intentando encontrar alguna frase ingeniosa y llena de desdén que escupirle a la cara. Él la miraba en silencio, y deseó saber qué estaba pasándole por la cabeza en ese momento.

- Ahí están las cosas - dijo ella al fin, señalando el fardo con gesto firme. No era una frase nada ingeniosa, ciertamente. Sin embargo, no era sencillo enunciarlas mientras se esforzaba en ignorar el extraño tirón que la impulsaba a dar un paso hacia la figura alta, de pie frente a ella. Era como estar enredada en algas.
- El cazador y la loba han ido a por agua. - replicó él, con un timbre curioso en la voz grave.




Ivaine se lamió los labios, arrebujándose en la capa. Estaba empezando a marearse.



- Ya veo. Hay vendas en la tienda. ¿Alguien está herido?
- Nos cortamos haciendo el capullo con las armas.
- Patanes - reprimió una leve sonrisa ante una afirmación tan cándida. Un nuevo alivio la inundó, y se dio la vuelta para mover los restos de la hoguera con la bota, acuclillándose en el suelo y mirando alrededor.

Estaba confusa. Todo le resultaba terriblemente extraño. La presencia del insoportable elfo, al que por si quedaba alguna duda, odiaba con toda su alma, había actuado como un bálsamo agridulce en su espíritu, disipando de un soplido la densa y pesada soledad que la había acompañado en los últimos días y llenándola de una plenitud extraña, como si hubiera estado echándole de menos. Cosa del todo imposible, por supuesto. Sin embargo, aunque había pensado dejar los suministros, intercambiar un par de palabras de cortesía y largarse con viento fresco, no podía moverse del sitio. No quería irse de allí. No quería irse, aunque pareciera que su cabeza estaba embotada, cual si hubiera bebido demasiado grog antes de sumergirse en un baño caliente.

- ¿Cómo van las cosas? - preguntó él.

Ivaine asintió, agitando las cenizas con los restos de una rama requemada, apartándose el pelo de la frente.

- Bien... bien. Todo va según lo previsto, los ánimos se han calmado por ahora.
- Hablaste con Samuelson.
- Sí. Estamos combatiendo contra la terrible amenaza de los mochuelos que asedian Vista Eterna. Por no hablar de la terrorífica plaga de liebres invernales.
- Para eso está el Alba Argenta, para luchar contra la plaga.

Esta vez no pudo evitar una risa entre dientes, mirándole de soslayo. El elfo parecía extrañamente tranquilo, no apartaba los ojos de ella. "Dioses, ¿podrías dejar de mirarme?", quiso gritarle.

- ¿Tienes fuentes de magia cerca? - preguntó espontáneamente, sin saber por qué lo hacía.
- Eh... sí. Bueno, relativamente. - Él se rascó la ceja, se frotó la nariz, incómodo, y miró a otra parte. Ivaine frunció levemente el ceño, incorporándose. - Estoy yendo a Kel'theril. De vez en cuando.
- Me alegro. ¿Todo bien, entonces?

Hubo un largo silencio.

- No - respondió finalmente Albagrana, con un susurro áspero y doloroso y una mirada profunda, turbia.
Se miraron otra vez, y el tirón casi le arranca el corazón del pecho, haciendo que se olvidara de respirar.
Ivaine parpadeó, confundida. Iba a decir algo más, cuando todo se precipitó, como una avalancha descendiendo arrolladora desde las altas cumbres.

Tiempo después, cuando intentaba recordar aquel instante, Ivaine no acertaba a comprender el proceso. Nunca llegó a entender si había sido ella la que se movió, o fue él quien disolvió la distancia que les separaba. El único recuerdo que tenía era que, sin saber cómo, de alguna manera, se encontró con los dedos crispados entre los cabellos de oro pálido mientras las manos del elfo se cerraban en las raíces de su pelo, se encontró estrechando sus labios contra los de él con desesperación, y los de él hundiéndose en los suyos con hambre infinita. La tormenta bramaba en sus oídos, nublaba su mirada, y ningún pensamiento racional parecía ser capaz de tomar forma en medio de aquella tempestad descontrolada que se la llevó por delante.

Frío y calor, miedo y alivio, miríadas de sensaciones se abrían y estallaban, colapsando su percepción, y finalmente se diluían en el sabor de los labios, el aliento compartido y el aroma intenso, el tacto áspero de las mejillas y la suavidad de una lengua invasiva enredada en la suya.




Nunca acertó a medir ese instante, igual que nunca pudo contar los segundos de muchos otros.


Sin embargo, en algún momento, una luz titilante de consciencia despertó en su cabeza y le advirtió lo que estaba pasando, aún ahogada por el torbellino caótico de calor, angustia y sed. "Ivaine, estás besando al capullo de Albagrana. No es por nada, pero esto es lo más tonto que has hecho en toda tu vida, no sé si te das cuenta".

Se separaron a la vez, casi empujándose. Al hacerlo, le dio la sensación de que se estaba desgarrando. "Dioses... ¿qué ha sido esto?" Parpadeó, respirando entre dientes, y le miró, conmocionada, con los ojos como platos. No sabía que esperaba encontrar en su semblante, pero desde luego, no aquello. No el reflejo de su misma expresión, la misma incomprensión absoluta acerca de lo que acababa de pasar.

- ¡Joder! - exclamó, escupiendo a un lado, sin saber qué otra cosa decir.
- Por todos los... - Rodrith se pasó la mano por el pelo, vocalizando una maldición que parecía dirigida hacia sí mismo y desviando el rostro hacia la izquierda.
- Esto no... esto no... esto no ha pasado. ¿Entendido?

Se cerró la capa, intentó ordenarse el cabello áspero detrás de las orejas sin éxito, tratando de recomponerse. Le ardían las mejillas, aún tenía el sabor salado en los labios, el aroma a metal y cuero prendido en sí misma y le temblaban los dedos. "Condenación".

- Desde luego. Olvídalo. No sé que...
- Yo tampoco... esto ha sido una estupidez
- Una estupidez enorme, y absolutamente improcedente por mi parte. - el sin'dorei hizo una leve reverencia, inclinando la cabeza. - Te ruego que me disculpes.
- Por supuesto - carraspeó y le imitó, con una torpe genuflexión y recurriendo al mismo lenguaje distante de la cortesía - y tu a mí. Esto ha sido un... un... debe ser el aire viciado de la Garganta.
- Sin duda. Hemos debido perder la cabeza por un momento.
- Este lapsus no debe llevar a equívocos, los dos sabemos lo mal que me caes y... - se le doblaron las rodillas y reculó un par de pasos, ajustándose el cinto, que estaba perfectamente ajustado - y lo estúpido que eres.
- Por supuesto, no te confundas. No te soporto, esto ha sido un... algo absurdo, sin duda culpa de Bli'zar.
- Maldito mago.
- Maldito sea por siempre.

Ivaine carraspeó, y el elfo señaló el fardo que estaba en el suelo, mientras su mirada turbulenta revoloteaba sin encontrar donde posarse. Se dio cuenta de que sus ojos la evitaban a toda costa, y se preguntó si no debía hacer lo mismo.

- Voy a recoger eso. El cazador debe estar al llegar. - dijo, dando un paso vacilante. Ella se movió, apartándose casi dando traspiés, tratando de poner la mayor distancia posible entre los dos.
- Claro. Yo tengo que volver ya.




Se dio la vuelta y se dirigió al camino. El suelo parecía hundirse bajo su peso, inestable, mientras trataba de recordar cómo cojones se pone un pie delante de otro.




- Suerte y... todo olvidado.
- Yo ya lo he olvidado.
- Bien ... yo también.
- Al diel shala, Harren.
- Adl... ald... - levantó la mano, sin girarse un ápice, resoplando. Su presencia seguía siendo intensa, como un jodido imán tras de ella. - Bah...

Durante todo el camino de regreso, apenas era consciente de sus pasos. Su cabeza parecía haber sido invadida por un enjambre de abejas furiosas y la piel le ardía y le picaba, el corazón rebotaba contra sus costillas, subía y bajaba dentro de su cuerpo, dejando el eco de sus latidos desde la punta de los pies hasta los párpados, repicaba con estruendo en sus oídos. Los ojos le quemaban.

"Joder", pensó un momento, lamiéndose los labios. "Ha sido como besar al mar embravecido mientras te ahogas en él". Meneó la cabeza, con dos certezas claras: No iba a olvidarlo. Y desde luego, menuda cagada.

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