sábado, 3 de octubre de 2009

XIV - Luchar contra lo imposible


El aire del atardecer era un beso helado que se prendía en los cabellos y se escurría bajo la ropa y la armadura, jugueteando con las espinas de los abetos, con los copos de nieve perezosa que lloraban lánguidos en su viaje hacia las dunas blancas. Los árboles de Cuna del Invierno observaban la reunión de los soldados ante Vista Eterna, con sus dedos de hojas púrpuras, verdes y malvas moviéndose en trémulos pasos de baile, tocándose y alejándose, mecidas por el viento del crepúsculo.

Ivaine se apartó los mechones rebeldes de la frente, firme en la fila de combatientes, la mirada fija en Theod mientras hablaba y recibiendo la imagen esquiva, difícil de ignorar, que se encontraba a su izquierda. El Capitán explicaba las últimas órdenes, ellos escuchaban en silencio, en formación, y sólo el quejido lejano de un ave o el gruñido de algún animal en los bosques hacía eco a las palabras de Theod Samuelson.

- Nuestra misión aquí aún no ha terminado. - decía, observándoles. Ivaine sentía los ojos castaños detenerse sobre ella con un brillo más dulce, menos nervioso. - Los demonios de la Garganta Negro Rumor se están moviendo. Desde la Capilla, los superiores nos piden que nos mantengamos alerta y que atajemos el problema si hay un ataque.

Asintieron todos a una, sin hablar. Ivaine se removió, incómoda. En la fila de al lado, el sin'dorei no había apartado los ojos del capitán, sin embargo se sentía observada en cierto modo. Trató de apartar los pensamientos inquietantes de su mente, alojar los recuerdos de una noche de caza en algún rincón de su memoria, pero no podía exorcizar la sensación de una corriente de energía vibrante que resonaba desde el otro extremo.

- La Garganta Negro Rumor es una zona muy peligrosa. Acceder a ella es entrar en una ratonera, y su cercanía con el monte Hyjal la ha convertido en el lugar idóneo para que los siervos de la Legión que sobrevivieron a la batalla aguarden allí, en el terreno corrupto, a ser llamados. - prosiguió el capitán.

Parecía un crío recitando su lección. Cuando sus palabras sonaban, imbuidas de una seguridad casi creíble, Ivaine tenía la impresión de ver a un niño con un disfraz de adulto. No es que Theod fuera un cobarde, pero le faltaba algo... un resplandor. Un brillo sutil. Ese aura de los líderes, esa auténtica convicción, esa plena confianza en uno mismo que hace que los demás confíen en ti. Ivaine estaba acostumbrada a verla entre los caballeros de Stormgarde, sobre todo entre sus primeros jinetes. En Theod no era capaz de hallarla.

- Así pues, no tenemos que atacar. No nos moveremos a menos que ellos no inicien un posible acercamiento hostil. Los cazadores dicen que les han visto moverse cerca del puente, así que lo mantendremos vigilado. Apostaremos allí a dos oteadores. ¿Voluntarios?

Hetmar Grossen, el cazador, se retiró la capucha verde del rostro y dio un paso hacia adelante. Su rostro estaba marcado con algunas arrugas, y la barba hirsuta, castaña, le daba un aspecto algo incivilizado.

- Señor, creo que soy el más adecuado para esta misión.

Theod asintió con un gesto que le quedó realmente infame de tan elaborado. Parecía condescendencia. "Siempre se pone nervioso cuando hay que dar órdenes", pensó Ivaine con cierta desazón. "Ya debería haberse acostumbrado". Sin embargo, un brillo casi malicioso en sus ojos le hizo arquear la ceja cuando le observó repasar la fila, esperando que otro diera el paso para cubrir el puesto que quedaba. Gar'ak, el trol, carraspeó y parecía disponerse a decir algo, cuando el capitán rompió el silencio.

- Albagrana, tu irás con Grossen.

Ivaine parpadeó y miró directamente al elfo, preguntándose por qué le había elegido. Algunos rostros más se volvieron hacia él, pero Rodrith se limitó a asentir con un movimiento afirmativo. Mantenía la mirada del capitán sin expresar emoción alguna.

- Bien... - Theod carraspeó. - Os llevaremos suministros mientras dure la vigilancia.
- ¿Qué haremos mientras los demás, Capitán? - la voz de Berth sonó ingenua como siempre. Ivaine frunció levemente el ceño, tratando de identificar qué estaba pasando. "Aquí hay algo raro", se dijo. El rostro de su hermanastro ocultaba algo, le conocía bien.
- Esperaremos.
- Llevamos esperando mucho tiempo - replicó Gunter Arristan, frunciendo el ceño. - Nuestras armas no se han oxidado porque practicamos entre nosotros, pero creo que ninguno nos alistamos para jugar a los torneos y esperar sentados algo que no llega.
- Estoy de acuerdo. - Vearys Nyghard apenas hablaba. Era un mago silencioso y algo retraído, así que el hecho de que apoyase a Arristan con la vehemencia que lo hizo, llamó la atención de la chica.
- No hay nada que podamos hacer. - zanjó, tajante, el capitán. - Esperaremos.
- Algo podremos hacer mientras esperamos...
- Grossen y Albagrana, partiréis al amanecer. División, descansen. La reunión ha terminado.

Ivaine resopló, siguiendo con la mirada a su hermanastro mientras se dirigía, con la barbilla alzada y el porte de un duquesito consentido, hacia la entrada de la ciudad. No le pasaron desapercibidos los comentarios murmurados en susurros entre algunos de sus compañeros. "Están descontentos".

Berth corrió para ponerse a su altura al verla darse la vuelta y echar a andar hacia Vista Eterna.

- Nos vamos a aburrir mucho.
- Me temo que sí, Lohen - asintió, pensativa.

El chico la miró, con un resplandor de curiosidad en los grandes ojos inocentes. Berth era un buen muchacho. Es cierto que a veces le provocaba una ira irracional que el joven no tuviera el menor reparo en exponer sus debilidades y sus miedos delante de todos, pero por otra parte, le resultaba entrañable. Había llegado a desarrollar un aprecio sincero por él, y no le costaba darse cuenta que el soldado regordete la admiraba de alguna manera y también sentía afecto por ella. Pero eso no era ningún logro. Berth Lohengrin era esa clase de personas que quiere a todo el mundo al instante de haberles conocido, que te miran con perplejidad cuando les gritas y que se sienten heridos cuando les pones la zancadilla... pero aun así no son capaces de sentir hostilidad, por mucho que los maltrates.

- ¿Estás preocupada?
- Puede que un poco... no es bueno que estemos inactivos - admitió, mientras cruzaban las puertas. Una sombra larga, el murmullo de un tintineo de armadura pesada llevada con ligereza pasó a su lado y les sobrepasó en amplias zancadas. Ivaine apretó los puños cuando el corazón le dio un vuelco.
- No te preocupes. Todo saldrá bien.

La voz del elfo resonó, vibrante, optimista y potente, y les dedicó una mirada fugaz, de soslayo, que le secó el paladar y le pegó la lengua a él. "Tormentas en un océano infinito", se dijo absurdamente. El pálpito se precipitó en sus venas, y tuvo que esforzarse en controlarlo.

- Pareces muy seguro.
- Solo hay que plantear alguna actividad hasta que llegue la acción.
- Y sin duda piensas hacerlo.
- Claro. - sonrió, con su hilera de dientes perfectos y esa expresión engreída. "Es tan odioso...".
- Rodrith, ¿como vamos a entrenar ahora? - interrumpió Berth, mientras Ivaine chasqueaba la lengua y se detenía junto a la entrada de la taberna, limpiándose la nieve del pelo y rebuscando en una caja abierta llena de piedras de afilar.

El elfo aguardó. Como si la estuviera esperando. Eso no ayudó a que encontrara la piedra adecuada, de algún modo todas parecían escurrirse entre sus dedos, estúpidos y odiosos también. Se sentía torpe.

- Tendrás que esperar a que regrese, chaval.
- Practicaré entretanto con los muñecos.
- Recuerda que los muñecos no se mueven... no te habitúes demasiado a pelear sólo con ellos.
- Descuida. Si Harren quiere, podríamos practicar juntos hasta que vuelvas.

Ivaine se incorporó, al fin, con su presa aferrada entre las manos con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos, y les miró. Berth sonreía. Rodrith sólo a medias, observándola con ese brillo extraño en los ojos, casi burlón, con un fondo grave e intenso oculto detrás... dioses, el calor le estaba subiendo a las mejillas. "No seré tan estúpida para sonrojarme".

- ¿Estás entrenando a Berth?

Una leve inclinación de cabeza como respuesta, los ojos fijos en ella. Lohengrin les miraba alternativamente, con cara de no enterarse muy bien de algo.

- No me importa cruzar un par de espadas contigo, Lohen. A saber qué esta enseñándote este imbécil.
- A defenderse de mocosas como tú.
- Pues veremos que tal lo hace.
- También te daría clases a ti, si no fuera tan tedioso oír tus quejas constantemente.
- Nadie te lo ha pedido.
- Tu falta de técnica lo pide a gritos.
- Mi falta de técnica no fue un obstáculo para que te rindieras en los entrenamientos, pese a haber ganado. - Ivaine sonrió - Prefiero la falta de técnica al exceso de piedad.

Oh si. Un hormigueo cálido, casi lúbrico, se extendió por todo su cuerpo al verle fruncir el ceño detrás de los mechones de cabello pálido y vislumbrar esa tormenta, hirviendo con el calor del orgullo herido, apretar la mandíbula y atravesarla con los ojos con una mirada violenta. Sin decir palabra, el elfo se dirigió al interior, y Lohengrin parpadeó, fuera de lugar.

- No sé por qué os llevais tan mal - dijo, mientras ella se dirigía al rincón a afilar su espada. - Parece que no podéis vivir sin molestaros.

Seguramente fuera eso. Aquella noche, Ivaine durmió a pierna suelta, sintiéndose más relajada que nunca, con la perspectiva de quitarse de encima por algunos días aquella presencia molesta, tensa y desconcertante que amenazaba con hacerle perder de vista sus objetivos.


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