viernes, 28 de enero de 2011

XXIX - Decisiones (I)

- Dime que no me estás llevando a una conspiración.
Una vez más, se sentía como una sucia manipuladora. Sin embargo, asintió. El sin'dorei, tras ella, dejó escapar un suspiro resignado, y a Ivaine se le subió la sangre a la cabeza.

- No creas que a mi me gusta más que a ti - escupió, en un susurro cortante. - Pero al menos escucha lo que tienen que decir.

Era noche cerrada. El campamento dormía tras la última guardia, las antorchas estaban encendidas y sobre las escuetas murallas de la Capilla, las sombras de los tiradores se recortaban en la noche. Ivaine había estado esperando ansiosamente a su amante, mordiéndose los labios hasta hacerse sangre, para conducirle a la forja, tal y como sus compañeros le habían pedido. Allí, bajo los toldos de cuero, detrás del yunque oxidado, los tres soldados de la compañía aguardaban envueltos en los mantos.

Aún lejos, Ivaine se detuvo y miró de soslayo a su compañero. Rodrith no parecía contento. La preocupación brillaba en sus ojos de color indefinido, bajo el ceño adusto, y le pareció que al devolverle la mirada, ésta llevaba implícito un reproche. Apretó los puños y negó con la cabeza.

- Me pidieron que te convenciera - se justificó ella - les dije que no pensaba hacerlo. Al menos, tráele a hablar con nosotros, me dijeron.

- No creas que no sé a que viene esto - repuso él, en tono tajante.

Aunque la forja estaba al aire libre, se encontraba en un rincón tras el edificio principal de la Capilla de la Esperanza de la Luz, entre la nave y la amplia verja que daba paso a las criptas y el cementerio. Las tiendas de los soldados se encontraban en el frente de la construcción, por lo que aquel lugar, a esas horas de la noche, estaba oculto a cualquier mirada no deseada. La escasa iluminación convertía las figuras de los tres compañeros de armas en tres siluetas muy negras, apretadas en el rincón.

Rodrith, con la camisa abierta y la mano en el cinturón, iba endureciendo su semblante progresivamente. Ivaine, con la capa sobre las prendas de cuero, había dejado pasar unos segundos de palabras rabiosas que no pronunció hasta volver a hablar, tras tomar aire profundamente.

- Todos sabemos a qué viene, creo. Pero si te he traído es porque estamos preocupados, todos. Yo también. Deberías hablar con ellos, por el bien de la División.

- Quien realmente quiere el bien de todos, no tiene necesidad de esconderse como una rata, ni de citarse en conversaciones conspiratorias a altas horas de la noche, lejos de todos los ojos y los oídos - repuso el elfo, alzando la barbilla con orgullo - Esto es innecesario.

- Vale, señor Honorable, pero ve y díselo a ellos si es lo que piensas. Yo no quiero saber nada de esto.

Ivaine se dio la vuelta para marcharse, pero los dedos férreos de su amante se cerraron en su brazo.

- De eso nada. Me has citado esta noche, me has traído aquí con trucos. Pensaba que íbamos a ...

- Si, ya sé lo que pensabas que "ibamos a" - interrumpió Ivaine con dureza, ocultando que en el fondo se sentía mal por el engaño - Eres un pervertido, te lo mereces por esperar siempre eso.

- Sólo espero aquello a lo que se me ha acostumbrado - replicó Rodrith, alzando más la barbilla y con un destello desafiante en los ojos. Ivaine enrojeció de pura furia y apretó los puños, abriendo la boca para responder con contundencia a semejante insinuación. Un gesto del elfo la disuadió, cuando tiró de ella hacia el grupo oculto en las sombras - Es igual, me has engañado y ahora te vas a quedar. Es lo menos que puedes hacer, y si de verdad estás preocupada, te interesará escuchar lo que tengamos que decirnos.

La muchacha rezongó entre dientes, se sacudió su mano de encima y le empujó con el brazo.

- Basta. Basta. Puedo andar sola, odio que hagas eso.

Rodrith inclinó la cabeza un ápice a modo de disculpa, y ambos se encaminaron al mismo paso hacia los tres camaradas.

Cuando llegaron frente a ellos, Ivaine les saludó fugazmente.  Hetmar Grossen había acudido sin la loba, y Gunther Arristan permanecía con gesto triste y los brazos cruzados. Varys era el tercero. Se apartó la caperuza y fue el único que tuvo agallas para hablar. Ivaine no pudo dejar de notar que los otros dos estaban incómodos y rehuían la mirada del sin'dorei. Podía entenderlo. Ella también había visto las trazas de decepción en sus ojos cuando él descubrió para qué le había sacado de su tienda en plena noche. Ella también se había sentido avergonzada de repente, y el maravilloso plan le parecía ahora un acto reprobable, deshonesto y casi cruel. Sin embargo, se cruzó de brazos y escuchó.

- Rodrith, gracias por venir - empezó el mago - eres el único al que podemos recurrir.

- No enredes y ve al grano, Nyghard - replicó el elfo, separando los pies y cruzando los brazos, mirándoles a los tres - ¿Qué es esto? ¿Por qué nos reunimos en la oscuridad como los proscritos?

- No podemos seguir así. Con el Capitán.

Rodrith guardó silencio. Ivaine se removió, inquieta. Hasta ella llegaba esa vibración tensa, contenida, desde la anatomía del elfo al que tan bien había llegado a conocer - aunque no lo suficiente para su gusto - , con el sabor de su ira. Fue Gunther Arristan, el Bardo, quien tomó la palabra entonces.

Había pena en su mirada y la barba blanca se dibujaba con nitidez en la oscuridad.

- No está bien. Debería apartarse del servicio un tiempo. Hemos redactado una petición a las autoridades de la Capilla para que le releven del servicio y seas tú nuestro capitán de manera oficial. Al fin y al cabo, ya lo eres entre bastidores.

El sin'dorei ladeó la cabeza y cambió el peso de pie, apretando más los brazos cruzados y respirando con intensidad, como si estuviera aguantando un gran peso.

- ¿Por qué no podéis dejar las cosas como están? - replicó, en este caso con suavidad. - No quiero ser capitán, Theod lo es, y es cierto que no está en su mejor momento. Pero las cosas no se hacen así, no entre nosotros. Eso lo he aprendido de vosotros, joder. No se desplaza al que está débil.

- Nos causará problemas, Rodrith - Hetmar Grossen habló, con voz grave y severa. Sus ojos brillaban con fuerza - Ya le has visto. Se ha vuelto temerario e irresponsable. Habríamos tenido ya algunas bajas si no hubieras intervenido.

- Y lo seguiré haciendo. No necesitáis un motín para eso, esto es traición. No voy a participar en algo así.

Ivaine suspiró. Rodrith lo dejaba claro desde el principio, eso era bueno... pero estaba cometiendo un error, al menos eso creía ella. Sin embargo, le dejó hablar.

- No es traición - decía Varhys - es una petición a los mandos superiores. Y es por su bien, y por el nuestro, Albagrana. No es traición.
- Vístelo de terciopelo si quieres, no voy a traicionar a mi amigo.
- No lo plantees así - insistía el bardo - Piensa en Berth, o en Shalia. ¿Y si les ocurre algo por la actitud temeraria de Theod?

El elfo se revolvió, dio un paso adelante y apuntó a Arristan con el dedo.

- No me chantajees - dijo secamente - No vuelvas a hacerlo. Así no.

Por un momento, todos guardaron silencio. Habían alzado un tanto las voces y ahora un golpe de brisa les devolvía la conciencia de dónde estaban, la prudencia de mirar alrededor y disminuir el tono. Las últimas palabras del elfo habían sido bruscas y casi dolorosas. Luego su mirada se volvió nostálgica, y las siguientes sonaron resignadas. 

- ¿No os dais cuenta de lo que me pedís?

Ivaine tuvo la tentación de ponerle la mano en el brazo al mirarle en la oscuridad.

De pie, alto y trágico, parecía lejano y solitario, envuelto en una bruma mística, irreal que no era otra cosa que la niebla nocturna. Le veía allí, a su lado pero tan distante, como si estuviera enfrentándose a terribles fantasmas, a elecciones decisivas. Todos le estaban arrojando a los hombros una responsabilidad que él no deseaba tomar. Ivaine lo comprendió al instante. Y se arrepintió de haberle llevado allí, su saliva se le volvió amarga en la garganta y en la lengua, y un impulso de ternura le agitó el corazón.

- Sigamos como hasta ahora - dijo ella entonces. ¿Había hablado? Sí, lo había hecho. Y los ojos de los conspiradores la miraron, sorprendidos. Porque Ivaine había estado de acuerdo hasta aquel momento, o eso les había dicho, con el plan trazado - Sigamos como hasta ahora. Aunque Theod no esté en su mejor momento, es el capitán. Así fue designado. Rodrith es el lugarteniente, hasta el momento ha ido bien.

- Pero no irá bien constantemente - repuso Varhys, mirando al elfo - Ya os habéis enfrentado dos veces. ¿Crees que no pasará más? Cada vez que desafíes su autoridad para tomar una decisión tan lógica como un repliegue, estarás echando más leña a un fuego que acabará por quemarte, Rodrith. Si hemos depositado nuestras esperanzas en esta petición de relevo es precisamente para evitar eso.

- Al final acabarán enconándose las posiciones - le apoyó el bardo - Habrá un motín en cualquier caso.

- No participaré en un motín - insistió Albagrana - Ni en uno directo ni en un subterfugio como esa petición que proponéis. No le haré eso a Theod Samuelson. Y si no lo entendéis, es que no sentís lo que esta División significa del mismo modo que yo lo siento.

Ivaine apretó los labios y bajó la cabeza. Cuando Rodrith se dio la vuelta y se alejó a grandes zancadas, miró a sus compañeros, negando con la cabeza y con gesto de impotencia.

- Es que tiene razón - les dijo por último, en un susurro, antes de seguir sus pasos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario