jueves, 7 de enero de 2010

XXVII - Theod: Danza Macabra - Acto I: Dúo

- Si me viera mi padre...


Risillas ahogadas en la penumbra del amanecer, mientras entraban dando traspiés en el despacho. Theod intentó fijar la vista en alguna parte de la habitación que no se moviera, pero tenía la sensación de estar en un barco que se iba irremisiblemente a pique, girando y girando.


- Shhh. Capitán, no perturbéis la paz de este templo - replicó el elfo en un susurro, tropezando acto seguido con el mueble de su izquierda y mirando con seriedad la vasija que osciló una, dos veces, a punto de caerse. - Tú, quieta... quieeeetaaaa...


Theod se tapó la boca con la mano mientras se reía en voz baja, observando cómo Rodrith exorcizaba severamente al jarrón, moviendo las manos cual hechicero, exhortándola a mantenerse sobre la estantería sin llegar a tocarla. Cuando se cayó y se rompió en pedazos, ambos la miraron desolados, estrechando los ojos ante el sonido de la cerámica al quebrarse. Luego Theod estalló en una risa seca, susurrante y contenida, que arrancó la respuesta de su compañero, contagiándose el uno al otro.


La noche había dado paso al amanecer, entre cerveza y cerveza. De jarra en jarra, la conversación ingeniosa y divertida había dado paso a las confidencias, que fluctuaban en esa extraña frontera íntima tan propia de la embriaguez, donde lo más grave parece banal, y lo más banal siempre da risa, donde se puede bromear sobre los muertos, sobre los vivos, sobre la propia desgracia desdramatizada, sobre la desgracia ajena caricaturizada. Y la luz del nuevo día, la cercanía del despertar del mundo, les empujó con determinación propia de hombres de honor a enfrentarse a la tarea en la cual se habían comprometido. Así, borrachos y alegres, se condujeron tambaleantes hacia la mesa de trabajo, apestando a alcohol y con los ojos hinchados a causa de la gloriosa y sublime borrachera que tenían encima.


- Henos aquí - dijo Theod, tratando de apartar su silla de madera labrada y derrumbándose dignamente en ella, con grave semblante. - Ardua es nuestra misión, mas si alguien puede convertir esta montaña de papeles en una gesta digna de ser cantada, somos, sin duda, nosotros.
- Acertadas palabras, milord - apuntilló Rodrith, carraspeando muy serio, volteando un taburete arrinconado y sentándose en él al otro lado de la mesa con soberbia pose, de no ser por el oscilar de su enorme cuerpo. - Comencemos pues, dicen que no hay mejor defensa que un buen ataque. ¿Puedo proponer quemar ahora todas las libranzas?
- Denegado, camarada - replicó Theod, rebuscando en el cajón con torpeza hasta extraer una pluma de escribir, larga y elegante. La agitó para desenredarla y se la tendió con solemnidad. - Empuñadla, noble elfo.


Rodrith inclinó la cabeza en un gesto de exagerada gratitud, gesto que casi le hizo volcarse de boca sobre la mesa, y tomó la pluma con las dos manos, reverente.


- Es un honor, Capitán. La usaré bien.
- Recordad mojarla en el tintero.
- Gracias por la advertencia, ya iba a bebérmelo.


De nuevo estallaron en una risa contagiosa. Theod miró alrededor, preguntándose qué demonios estaba haciendo allí, y cuando lo recordó, le pareció extremadamente ridículo. Extrajo un pliego de pergamino con serias dificultades y mojó la pluma, mientras Albagrana combatía duramente por encender la vela sin hacer arder la habitación.


- Informe de sucesos en el día de hoy - declamó el capitán, mientras escribía. - Las patrullas se han desarrollado sin novedad...
- A excepción de una reyerta sin importancia con los Nevada... - apuntó Rodrith, soplando sobre una figurilla decorativa que había incenciado, confundiéndola con el cirio.
- Cierto. A excepción de una reyerta con los Nevada, que fue solventada sin gravedad por parte de los soldados de la División.


Theod observó las líneas escritas, mientras su lugarteniente le acercaba el candelabro, al fin prendido. Todas torcidas y borrosas, no atinaba a entender lo que había escrito.


- Creo que adjuntaré un dibujo.
- Ilustradlo, regio líder. Pintadme a mí, bien grande, pisando la cabeza de un osete. A Grossen y Esposa los puedes obviar.
- Pero qué cara tienes, por la Luz - replicó, garabateando tontamente. El monigote le quedó algo inestable, pero le pintó orejas largas por si había duda.
- Me has hecho cabezón - se quejó Rodrith, inclinándose sobre la obra de arte. - Y calvo. Joder, no me merezco eso, mi pelo es demasiado hermoso para ser ignorado.
- Silencio, debo trabajar.
- Mis disculpas.


En un silencio sepulcral, Theod comenzó a trazar las líneas de lo que debería ser un lobo, hasta que le dio hipo, posteriormente un ataque de risa y finalmente, cayó un manchón de tinta negra sobre el papel que devoró al perro y al monigote.


- Asesino, nos has matado - se lamentó Rodrith.
- Dioses, guárdame el secreto... ¡hip!
- Mis labios están sellados - respondió el elfo, cogiendo el lacre con el sello del Alba Argenta y estampándoselo en los morros con el semblante serio y cara de circunstancias.


De nuevo la risa ahogada, de nuevo se tambalearon en sus asientos, hasta que Theod tuvo que enterrar el rostro entre los brazos para intentar hacer frente al mareo y las náuseas que comenzaban a asediarle.


- Hacía tiempo que no me divertía tanto - dijo, más para sí mismo que otra cosa. - Aunque parece que tenga un enjambre de avispas en el estómago, me siento... bien.
- Deberías divertirte más a menudo, capitán - respondió el elfo, soltando un eructo algo estruendoso. - Te vas a hacer viejo antes de tiempo.
- Ojalá tuviera tiempo... si pudiera, me iría de vez en cuando a montar a caballo. O a cazar. - murmuró. - Una justa, eso estaría bien.
- ¿Una justa? Nunca he visto una.


Theod levantó la cabeza, intentando mirarle, pero le costaba enfocar la vista. Rodrith estaba limpiándose los restos del lacre rojo con un trozo de papel secante y el ceño fruncido.


- Seguro que te gustarían. Y seguro que se te darían bien, para variar - sonrió a medias.
- Lo dudo. Apenas sé montar a caballo - respondió el elfo, tocándose la boca. Se le había quedado roja. - De pequeño a veces subía a los zancudos y me daba unas carreras por el bosque. Siempre acababa estrellándome.
- Tio, parece que te has pintado los labios - rió Theod.
- Calla coño. Con amor, Rodrith - el elfo cogió una de las libranzas, escribió su firma al final con la pluma medio seca y luego estampó un beso en el papel, que quedó marcado en un tono rojizo.


Y otra vez la risa ahogada, a dúo, otra vez se tambalean en los asientos, y acaban los dos tirados sobre la mesa, con las cabezas sobre los brazos y hablando en tono bajo, con voz espesa.


- Te enseñaré a montar a caballo y a justar - murmuró el capitán, lentamente. El sueño, pesado, caía sobre él. - Así podremos practicar de vez en cuando.
- Eso estaría bien. Gracias, tronco. Aunque mañana no te acuerdes, es un ofrecimiento muy amable.
- Me acordaré... me acordaré.
- Apúntalo si eso.


Temblaron con un nuevo acceso de risa. El universo giraba y la mente de Theod Samuelson, embotada y aprisionada entre algodones densos, parecía perdida pero más libre que nunca. "Si", se dijo, "Le enseñaré a montar a caballo y a justar". Se sentía extrañamente feliz por poder enseñarle algo a aquel tipo que parecía saberlo todo, ser perfecto en todo, pero que al parecer no lo era, y no le importaba no serlo.


- Me acordaré... - repitió una vez más, antes de dormirse,  borracho, mareado y alegre.


Y se acordó.

1 comentario:

  1. jajajaj! Menuda melopeaaaa! :P
    "In vino veritas", dijeron los vates...

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