martes, 5 de enero de 2010

XXIII - Canciones, huesos rotos y sorpresas


- Te pondrás bien - dijo Shalia, sonriendo con benevolencia mientras vendaba primorosamente su brazo.
- Si, ya lo supongo - escupió Ivaine.

Dolía como el infierno. No podía mover el brazo y dolía como el infierno. Dicen que no hay gloria sin dolor, que los guerreros de verdad tienen cicatrices, heridas de combate. Dicen muchas cosas, sí. Pero tener un brazo roto no duele menos con ninguna de esas excusas, y además era algo que la sacaría del combate en lo sucesivo, si es que lo hubiera. Dejó que la druida terminase sus actividades y se bebió con la mejor cara de la que se sintió capaz del brebaje de hierbas que le dio para el dolor. Cuando salió al exterior y se reunió en la plazuela despejada con sus compañeros, la cerveza corría a raudales y la recibieron con gritos de júbilo y exclamaciones de ánimo. Ella sonrió sesgadamente y cogió la jarra que le ofrecía Helki, palmeándole la espalda.
- No rota, Roja. Tu bien trabajas con escudo, T'asdingo - exclamó el trol, soltando un chorro de espuma por la nariz.
- No rota, no te jode. Claro que no estoy rota - replicó ella, enmascarando el gesto de dolor con un buen lingotazo. - Al menos no del todo.
- ¡Buen trabajo el de hoy, camaradas! Ha sido un honor - festejaba Boddli, levantando su odre y tambaleándose sobre el tonel en el que estaba sentado. Ivaine no había conocido paladín más ferviente en su fe y más aficionado al alcohol que aquel buen enano de roja barba.
- Repítelo cuando te hayas limpiado el carmín de esas diablesas de la cara, retaco.
- ¿Retaco? Cierra la boca, cara de perro. Sus besos de veneno no consiguieron doblegar a Boddli el Orador.
- Habrá que llamarte Boddli el Volador más bien - insistió Grossen, palmeando el lomo de su loba con una carcajada. - Si pensaba que un enano no podía llegar alto, aquella embestida del guardia vil que te levantó por los aires me sacó de mi error.

Ivaine rió entre dientes. Un coro de risotadas varoniles resonó en la plaza, entre las indignadas quejas de Boddli Korr, que acabó hundiendo su ofensa en la bebida. Arristan empezó a cantar, improvisando una de sus tonadas sobre la magna gesta, animado y vitoreado por sus compañeros. Los goblin observaban, entre divertidos y vigilantes, la fraternal celebración de la División Octava, sin emitir quejas al respecto. Los ejércitos de la Legión habrían llegado a Vista Eterna de no ser por la intervención de los soldados y aunque Ivaine sospechaba que la gratitud sincera no formaba parte de los quehaceres cotidianos de esos gnomos verdes y orejones, a juzgar por su actitud aquella noche estrellada, confiaba en que hicieran la vista gorda ante las secuelas que, sin duda, la borrachera dejaría en rincones, esquinas, y toneles vacíos. No había más que ver cómo se tambaleaba Berth sobre el cajón en el que estaba encaramado, agitando el pichel y riendo con ese sonsonete infantil y contagioso al compás de la balada de Gunter Arristan.

- El bueno de Boddli levantó su maza,
reventando cabezas y aplastando sesos,
hasta que las súcubos, con buena templanza,
calmaron su ira con caricias y besos - canturreaba el barbudo guerrero, luciendo su escasa sonrisa.

De nuevo resonaron las carcajadas.
- Si, si, reíd, reíd, al menos yo saqué algo agradable del enfrentamiento.
- Si al cariño de una súcubo se le puede llamar agradable... prefiero el mordisco de una loba.
- Si sigues acostándote con la tuya, acabarás recibiéndolo.

Grossen y Boddli forcejearon, riendo y mostrando su mejor cara de ofendidos cuando la diversión se lo permitía, mientras Varhys, sorprendido por la chanza a medio sorbo, expulsó el licor por la nariz en una risotada.

- El hombre y la loba estaban tan unidos
que juntos enfrentaron a los viles demonios,
tiernos sentimientos al verse en peligro
harán que esta noche se pidan matrimonio - prosiguió Arristan.

- Joder, cómo te pasas - estalló Ivaine, recostándose en la pared, observándoles y escuchándoles con una risa leve.
- Tu no te vas a librar, Roja - sonrió el guerrero entre la barba hirsuta, pulsando las cuerdas del laúd como acompañamiento.
- No te atreverás, soy una dama - le desafió ella, con un punto divertido. Esa afirmación arrancó un coro de exclamaciones incrédulas y expresiones irónicas, a las que respondió ensanchando la sonrisa y alzando el dedo corazón.

- La Dama levanta el escudo y la espada,
defiende a los suyos con gran elegancia
como un marinero maldice y resuella,
sus tacos se escuchan en las colindancias,
¡Qué grácil la dama! ¡Que dulce muchacha!
Es tan femenina como un uñagrieta
diría que es hombre, sin broma ni chanza,
si ya no le hubieran crecido las tetas. - Cantó Arristan, con gesto de suficiencia.


- Tienes para todos, Gunther - se carcajeó Astafirme. El tauren no se prodigaba en bromas últimamente, pero después de la batalla, al parecer se consideraba más parte del grupo que nunca.
- Las vacas para el final, camarada - replicó el caballero, dispuesto a soltar la artillería pesada. - Ahora viene lo mejor.

Vio el brillo ávido en los ojos de los soldados, divertidos y jocosos. Lo mejor. Eso significaba que le tocaba el turno a Theod, no le cabía duda. Ivaine torció el gesto, no estaba muy segura de querer seguir escuchando las afiladas rimas del veterano combatiente, pero él empezó a despacharse a gusto antes de que pudiera despedirse con sutileza y hacer mutis.

- Galante y risueño, marcha el Capitán
las órdenes suenan con su voz de campana...
como siempre, a la hora de la verdad
las castañas del fuego, las saca Albagrana.
"Atacad", "Retirada", que contradicción,
viene ya el infernal, ¿Cual es la situación?
Mientras piensa y repiensa, con gran desazón,
El Oso ya ha tomado la mejor decisión.
Larga sombra la suya, muy pesadas sus botas
¿Logrará el Duquesito su lugar en la gloria?
Seguirle la corriente nos trae las derrotas
Seguir a Albagrana, nos trae la victoria.
Le pondrán las medallas, le darán los ascensos,
en la Orden su nombre, Samuelson, honrarán,
No sé que veis vosotros, pero yo, lo confieso,
sé que tengo a un Oso como Capitán.

Las risas se alzaron de nuevo y las jarras se levantaron.
- ¡Muy acertado, sí señor! - escupió Grossen, casi ahogándose con la cerveza.
- Si no fuera una canción podrías meterte en un lío por decir esas cosas - replicó Astafirme. Arristan se encogió de hombros y su semblante se tiñó de orgullo.
- Digo lo que pienso. Y lo que pensamos todos. Los bardos nos lo podemos permitir, eso dicen... no te relajes, vaca, tu turno se acerca.

Ivaine se mordió el labio y miró alrededor, descontenta. "Joder... idiotas. No deberíais clamar esas cosas en alto", pensó, cerciorándose. Imaginaba que ninguno de los dos andaría cerca, y estaba en lo cierto. No había rastro de Theod, ni tampoco de Rodrith. Arqueó la ceja y miró inquisitivamente a Berth, pero el muchacho, cuando respondió a su mirada, no pareció entender muy bien lo que ella quería. Derlen, sin embargo, que permanecía en un discreto rincón, la estaba observando. Se acercó a él en pasos flexibles, y antes de que pudiera abrir la boca, el brujo señaló el piso superior de la posada con un gesto sutil y una media sonrisa.

- ¿Y el Capitán?
- Arriba.
- Me refiero a Theod - aclaró, por si las moscas. Derlen sonrió con ese humor suyo, tan peculiar. 

- También arriba. Fue a buscar a Rodrith y le llamó para hablar. Los dos muy serios.

Ivaine apretó los dientes y se bebió otro trago de cerveza. Los calambres en el brazo estaban volviéndose más violentos y más frecuentes.

- Espiar está muy mal, Harren - le dijo el brujo, mientras ella ascendía las escaleras. Se giró a medias, sonriendo con suficiencia.
- Invocar demonios está peor.

Si, era un poco infantil espiar conversaciones ajenas, pero realmente tenía una necesidad ancestral y primitiva de cotillear de qué demonios estaban hablando aquellos dos. Theod no podía ni ver a Rodrith, bien lo sabía. Y el elfo... bueno, lo toleraba, pero se había guardado muy mucho de extenderse en sus opiniones sobre Samuelson delante de ella. Sin embargo, cuando se encontró con la espalda pegada al muro del piso de arriba, tratando de no hacer ruido, y la oreja pegada a la puerta cerrada, se sintió muy estúpida de nuevo. "Joder, Ivaine... vete a beber y celebrar. A ver si se te olvida el dolor, por lo menos. No deberías estar aquí, ¿qué mierda te importa su conversación?". Estaba a punto de obedecerse a sí misma cuando las palabras de Theod resonaron con firmeza tras el silencio, que era todo cuanto había llegado a los oídos de Ivaine en aquel momento.

- ¿Sabes lo que es esto? - decía la voz de su hermanastro.
Tras una larga pausa, un suspiro y el acento musical y grave del soldado Albagrana, teñida con cierta amargura o dureza.
- Si no he contado mal, son veinte bolsas de oro - Ivaine abrió los ojos como platos - Sólo necesito que me aclaréis, Señor, si se trata de una prima o un soborno.

Un golpe en la mesa, y de nuevo Theod.

- Me... me ofendes. Siempre me ofendes. ¡Me ofendes continuamente! - casi chilló la ultima frase, y luego pareció relajarse el tono. - Solo quiero que te marches.

Ivaine aguantó el aire en los pulmones, consciente de lo que estaba teniendo lugar allí, dentro de aquel despacho. Estaba nerviosa e inquieta, viendo como sus intuiciones tomaban forma en aquella conversación espiada. "A Theod le pesa mucho la presencia de Rodrith", confirmó, reprimiendo un suspiro. "Está asustado. Es como un cachorro midiéndose con un lobo". La pausa silenciosa se prolongó más de la cuenta, luego escuchó el suspiro de nuevo, y la voz bien timbrada, con un tono casi amistoso.

- No quiero marcharme, señor. Y tampoco quiero ofenderos. Disculpadme si lo he hecho con mis actos impulsivos, si habéis sentido que desafiaba vuestra autoridad. No puedo decir que...
- Así es, no puedes decirlo - replicó Theod, más dolido que enfadado. - No puedes decir que no volverá a suceder, porque sucede continuamente. Es... oh, dioses. Es algo natural. Tu... tu siempre sabes qué hacer cuando todo se tuerce.

Ivaine parpadeó. Algo incrédula, pero también conmovida. Escuchaba a su hermanastro, abatido y confesándose al soldado a quien menos soportaba.

- Solo busco lo mejor para todos - respondió el elfo, casi en un murmullo. - No quiero que muera nadie. Solo quiero... no quiero desplazaros, señor.
- Soy yo quien deja el hueco. Sólo lo llenas. - La voz del Capitán sonaba cansada. - Doy lo mejor de mí mismo, pero nunca es suficiente. Siento la presión constante... es...
- No envidio vuestra posición.
- ¿Ah no?
- En absoluto. Yo no quiero ser capitán. No querría serlo por nada del mundo, me gusta ser un soldado. Obedecer órdenes es mucho mas sencillo que darlas. Si a veces lo hago es por mera supervivencia.

Un nuevo silencio. Y cuando Theod volvió a hablar, Ivaine no pudo menos que sentirse muy, muy orgullosa de su hermanastro.

- Si no vas a marcharte, quédate a mi lado. Sé mi lugarteniente y ayúdame.
- No os ofendáis, señor - respondió el sin'dorei, y esta vez había un matiz cálido y con un punto divertido en sus palabras. - Pero es una de las mejores ideas que habéis tenido hasta ahora.
- ¿Eso es un sí?
- Estaré a la altura de vuestra confianza, señor.

No se quedó a escuchar la despedida. Ivaine voló escaleras abajo y se unió de nuevo al grupo de soldados que, ya bastante borrachos, seguía cantando canciones menos comprometedoras. Miró al cielo cuajado de estrellas, con gran confianza, y se permitió una sonrisa más amplia de lo normal. Todo era bastante bueno en aquel momento, y esa sensación no era habitual en alguien como Ivaine. En los últimos tiempos se repetía a menudo, pero siempre tenía que haber algo que lo jodiera todo, claro. En ese caso, un hueso roto. "Podría ser peor", se dijo, por primera vez.

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