lunes, 4 de enero de 2010

XXII - Vientos de Guerra (II)

Ivaine suspiró y se mordió la lengua, avanzando al paso junto a sus compañeros, con el escudo a la espalda. Boddli, el paladín enano, la miraba de reojo, y le dedicó un guiño de ánimo, al que ella respondió con una sonrisa algo desdeñosa. "Nos van a patear el culo", pensó, sin decirlo en voz alta. El viento gélido del amanecer soplaba intensamente, la blanca neblina encapotaba el cielo e impedía el paso de los rayos del sol, que relumbraba pálido, intentando hacerse un lugar en la mañana. Los doce soldados caminaban, divididos en dos columnas de seis. Theod encabezaba la suya, como no podía ser de otra manera. Arristan, el viejo soldado de barba hirsuta, estaba al mando de la otra. En silencio, con los tintineos de las armaduras y los pasos metálicos ahogados gracias al manto de nieve, se apostaron en el puente, mirando alrededor.


Podía sentir su inquietud. La inquietud y la avidez de sus compañeros, que parecía fluctuar entre ellos. Miró al otro lado, hacia los grupos de demonios que se movían entre las colinas nevadas.


- Están hambrientos - dijo Theod, volviéndose hacia ellos. El yelmo con el que se cubría dejaba escapar los rizos castaños, su mirada cálida brillaba con determinación. - No esperan un ataque frontal, de hecho, no esperan ninguna clase de ataque. Caeremos sobre ellos tras cruzar el puente. La facción de Arristan por la derecha, nosotros por la izquierda. ¿Entendido?


Ivaine miró fijamente a Rodrith, con una advertencia clara en el semblante. "Mantén la boca cerrada", quería decir. El sin'dorei arqueó la ceja y parpadeó con resignación, suspirando, cambiando el peso del mandoble hacia el otro hombro. Aun así, no dijo una palabra. Los breves asentimientos se sucedieron, y los combatientes tomaron posiciones. Ivaine avanzó al frente de la fila, con el escudo por delante, concentrada y apretando los dientes, mientras Boddli hacía otro tanto en el otro grupo.


- A tu orden, capitán - murmuró.
- Provocadles con toda vuestra ira. Que no quiten los ojos de vosotros. - insistió Theod.


Ella asintió con la cabeza, la mirada fija al frente. "Que si, que ya sabemos lo que tenemos que hacer. Vamos, vamos, vamos". En su interior, la tensión palpitante previa al enfrentamiento se arremolinaba, quemándole, lamiéndole las entrañas. El grave silencio y las miradas firmes a su alrededor sólo se rompían por la malévola sonrisa de Helki, el trol que preparaba sus armas, y Rodrith, que se limitaba a permanecer en pie, contemplando a los demonios como si los tuviera delante a diario.


Ivaine no había visto nunca un guardia vil. Eran criaturas enormes y musculosas, con ojos encendidos, hachas descomunales en las manos y cuernos y púas surgiendo de sus cabezas cubiertas por oscuras capuchas. Deambulaban a un lado y a otro, seguidos por aquellos perros infernales con tentáculos y cerdas erizadas hirsutas sobre el lomo. Babeando, movían los palpos en el aire, rastreando posibles presas.


Theod levantó una mano. Los cuerpos se tensaron bajo la brisa tenue, hundidos hasta los tobillos en la nieve. El bramido de su sangre hirviente creció en las venas, y la mano del capitán bajó en un gesto firme, cortante, imperativo.


- ¡Erasus thar'no darador! - Gritó, y su grito se fundió con las voces de los demás, cuando echaron a correr hacia los enemigos.


En cabeza, con la placa de acero ante ella, Ivaine corrió como una pantera, iracunda, primitiva y arrastrada por los resortes de un instinto de guerra que latía en el corazón de todo aquel que, como ella, recordaba que el universo entero es una confrontación y que la batalla es la madre y el padre, la placenta donde todo ser vivo se crea.


- ¡Vamos, cabronazo! ¡Te aplastaré! - rugió, abalanzándose sobre el primer rival, que volvió el rostro y gruñó con una risa seca.


El hacha se movió, y el sonido de los metales restalló en el viento plácido, con los murmullos de las invocaciones y las exclamaciones de los combatientes. Ivaine apuntaló los pies, separados, sobre la nieve, y resistió el primer envite, cuando el filo del hacha golpeó el escudo y lo hizo reverberar, estremeciéndole hasta los mismos huesos.


- ¡Helkareth cael velenor!


Era la voz de Varhys, el mago silencioso a quien apenas se escuchaba nunca hablar, y ahora clamaba a los cielos, haciendo que los meteoros gélidos descendieran y estallaran en torno a los infernales enemigos, que, alertados por su presencia, se dirigían hacia ellos, acechándoles con avidez.


- ¡Cubrid el flanco! - exclamó Theod, interponiendo su martillo ante el ataque de un guardián babeante que se le echaba encima. - ¡Ivaine, Boddli! ¡El flanco!


Ivaine asintió, desesperada, mientras descargaba un golpe violento sobre el demonio que contenía y volvía la mirada hacia el otro, escupiéndole a la cara y descubriéndose un momento para lanzar una estocada hacia su rostro.


- ¡Aquí, hijos de perra! ¡Aquí! - Bramó, exhalando un grito rasgado, desatado, un grito de batalla que la hizo encenderse más cuando golpeó el escudo con la espada y pisó la tierra nevada, impulsándose hacia adelante para derribar al demonio que se acercaba por el lateral con el pavés.


Aguantó, aguantó y aguantó, atrayendo a las bestias hacia sí, tratando de sacárselas de encima a los demás. Diez demonios se habían evaporado ya bajo los hechizos y los ataques de sus compañeros, pero otros tantos se abalanzaban hacia ellos desde el frente. Aun así, el combate les era favorable. Cuando le dio un momento de respiro, se detuvo, revisando el estado de sus camaradas.


Todos vivos, todos en pie. Algunas heridas. Grossen y Esposa estaban terminando con una de las bestias que se debatían entre las cadenas de sombra que Derlen había tendido, concentrado y con los ojos refulgiendo con glauco resplandor. La criatura que permanecía a su lado y cortaba el paso de cualquier enemigo que osara interrumpirle, un demonio negro y púrpura, informe, desprendía una sensación inquietante y emanaba desasosiego, y cuando cruzó la mirada con los ojos vacíos del abisario, una convulsión de rechazo agitó su estómago.


- Esto va bien - murmuró, buscando el rostro severo del sin'dorei. El elfo permanecía en pie, con la espada chorreando sangre verde, observando algo entre la nieve y las lomas donde los enemigos se ocultaban. - Eh, Albagrana.


No obtuvo respuesta. Frunció el ceño y siguió su mirada. Una figura púrpura, rosada, agitaba las alas al otro lado.


- Retirada - murmuró el elfo, con un destello de preocupación en la mirada oceánica. - Retirada, Theod. Están llamando algo. Theod. Capitán.
- ¡Theod! - secundó Ivaine, llamando la atención del líder.


Y el cuerno sonó. Y un sonido estremecedor, como el de las piedras que se desprenden en un derrumbamiento, hizo temblar la tierra, mientras los clarines desafinados, graves y tenebrosos de la Legión incitaban al combate.


- ¡Retirada! - Gritó Rodrith, empuñando el mandoble, cuando el infernal apareció, envuelto en una nube de fuego verde, avanzando a toda velocidad.
- ¡AL ATAQUE! - Gritó Theod.


Los soldados dudaron. Ivaine se mordió el labio e imploró a los dioses que conocía y a los que no conocía, cuando las miradas del elfo rubio y su hermanastro se cruzaron, retadoras. Pero ya era tarde. El instante de dudar había pasado, y el infernal se les venía encima, flanqueado por seis diablesas que hacían restallar los látigos, revoloteando y trotando hacia la división.


- ¡Al ataque! - volvió a gritar Theod. Y empujó a Ivaine, golpeándola con el plano de la espada hacia el monstruo de piedra y llamas que se precipitaba con grotescos movimientos hacia ellos.


El primer golpe la hizo volver a su posición original, enviándola tres pasos más atrás, los pocos que había logrado recorrer tras el empellón de Theod. El segundo, transportó el dolor desde su brazo destrozado hacia las sienes, haciéndola gritar desesperadamente. El mundo empezó a dar vueltas y creyó que iba a caer, mareada. "Joder, me cago en la puta, joder"


- ¡JODER! - bramó, jadeando. El abrazo cálido de la sanación de Shalia, refrescante a un tiempo, la despejó repentinamente, y las bendiciones de los paladines descendieron sobre los guerreros.


La lucha comenzó a convertirse en un caos. Las súcubos habían atrapado a Boddli bajo su hechizo y le arrastraban lejos del combate, Varhys estaba en apuros y Arristan trataba de suplir al paladín enano lo mejor que podía, utilizando el escudo que rara vez usaba.


Ivaine miró de reojo a Theod, mientras las flechas silbaban y los golpes del acero resonaban sobre el crujido de la piedra del infernal. Se estaba abrasando y le dolía todo. Esperaba alguna orden, algo, antes de que el caos convirtiera aquel ataque en derrota y muerte. Pero Theod sólo combatía, tratando se sacarse a las súcubos de encima, mirando alrededor con obvia confusión.


- ¡Retrodeced! ¡Les llevamos hacia el puente! ¡Vamos! - retumbó una voz poderosa. - ¡Al puente, ahora! ¡Mantenedles sobre nosotros! ¡Paladines, luz a los demonios, que les joda lo suficiente para cabrearse!


Los soldados recularon. Martillos de oro y luz se materializaron sobre los enemigos, el tintineo de las campanillas broncíneas y el arrullo familiar de la energía sagrada sonó de fondo tras el estallido de las llamas y los rugidos de los guardias viles, el restallido de los látigos y los gemidos de las súcubos.


Ivaine reculó, dando un traspiés, y el brazo poderoso que la sostuvo casi por casualidad cuando se vio a punto de perder el equilibrio desprendía un calor familiar. Se recompuso al momento y continuó su camino, volviéndose un momento con toda naturalidad para destrozarle la cara con el escudo a la puta del abismo que había enredado su látigo en el brazo de Albagrana.


- A la mierda contigo, zorra - exclamó, escupiéndola desde lejos.


Rodrith inclinó levemente la cabeza en agradecimiento y se puso en cabeza en cuatro zancadas, lanzando órdenes con voz vibrante, con el convencimiento, la seguridad y ese toque de frialdad propios de un líder que sabe exactamente lo que está haciendo.


- Aguantad aquí, hasta que estén todos. - clamaba, sin dejar de soltar mandoblazos a los demonios. - Arristan, deja a ése, Derlen, lanza el abisario y sácaselo de encima. Hetmar, trampas de hielo. Ventisca, Varhys. Paladines, listos a mi señal, los demás, mantened el fuego sobre el infernal. Aguántalo, Harren.
- Me cago en los dioses, derribadlo YA - chilló ella, cuando de nuevo la enorme mole de piedra casi la tira al suelo.


El estrecho puente mantenía el peso de la hueste infernal, mientras los soldados intentaban hacerles frente con todo su coraje. Sin embargo, de algún modo la batalla se había vuelto más sencilla. El paso angosto no permitía que mas de dos enemigos les hicieran frente a la vez, y la enorme mole invocada de piedra y llamas ocupaba casi todo el espacio. La mayoría de los demonios permanecían empujándose, intentando abrirse paso sin éxito. Ivaine miró de reojo a Rodrith. Vio la espada descender y destrozar de un tajo a otra diablesa, mientras la Luz se arremolinaba en su mano derecha, y volvía la vista hacia Boddli y Theod. Y cuando gritó la última orden, hasta el Capitán oficial de la división octava obedeció casi por impulso.


- ¡Cólera sagrada!


La Luz destelló con virulencia, invocada al unísono por sus valedores, y los haces dorados golpearon alrededor a los demonios, que quedaron inmóviles, tambaleándose, cegados por aquel fogonazo de magia sagrada.


- ¡Empujadles, ahora! ¡Al abismo con ellos, YA!


Con un grito unánime, la división octava se abalanzó sobre los viles, arrojándolos a ambos lados del puente. Más abajo, los enormes gigantes de piedra vieron llover los demonios sobre ellos, y con la indolencia propia de las criaturas milenarias, aplastaron con sus pies de roca, hielo y cristal, a los soldados de la Legión Ardiente que no lograron escapar en estampida.


Ivaine no pudo evitar una risilla débil, sosteniéndose en el escudo. La visión se le emborronó y el dolor lacerante en el brazo amenazó con hacerle perder la consciencia, cuando los brazos fuertes la sostuvieron. Se apoyó en el pecho cubierto de acero, tambaleándose, y dejó caer la rodela al suelo, apretando los dientes. A su alrededor, los vítores y los gritos de triunfo de sus compañeros sonaban casi lejanos.


- Lo has hecho muy bien. Nos has llevado a la victoria - murmuró, dolorida.
- El mérito es vuestro.


Sintió un acceso de asco al escuchar la voz de Theod y reconocer el abrazo no deseado que la estrechaba. Se tensó de inmediato y trató de revolverse, pero el cuerpo ya no le respondía. "Serás cabrón", pensó para sí, buscando con la mirada al soldado sin'dorei.


Sus miradas se cruzaron un instante. Rodrith estaba de pie en el centro del puente, con la espada apoyada en el suelo y la indiferencia pintada en el rostro mientras la contemplaba en brazos de Samuelson. Se sintió sucia y al mismo tiempo irritada por su frialdad, furiosa, agotada y confundida. Quiso hacerle algún gesto, una señal, decir algo, pero sólo pudo abrir los ojos como platos cuando sintió los labios de su hermanastro sobre los suyos, y los ojos del elfo se apartaron de ella, volviéndose hacia el resto de la división y dándole la espalda.

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