martes, 5 de enero de 2010

XXIV - Complicado

El escudo resonaba como una campanada cada vez que la espada de Berth golpeaba contra él. A pesar de que el joven soldado no era lo que se dice el más fuerte de la división, maldita fuera su estampa, en aquel momento estaba haciéndole daño de verdad. Y la Roja Ivaine se cagaba en los dioses a voces, sin escatimar en tacos ni insultos, cada vez que su brazo dolorido recibía una descarga nueva.


- Deberíamos dejarlo, Iv - dijo Theod, resollando y mirándola con cara de preocupación.
- Y una mierda. Me voy a recuperar pero YA.
- Iv, solo han pasado tres semanas. No deberías...
- No te atrevas a decirme lo que tengo que hacer y golpea, marica.


Theod abrió mucho los ojos, pero no tuvo condescendencia con él. Estaba de un humor de perros.


- Estás más borde que nunca - replicó el joven, haciendo un mohín. Con un destello herido en la mirada, volvió a soltar espadazos sobre el escudo, esta vez desganado.
- Tu que vas a entender, coño - resolló ella, manteniendo la plancha de metal firme ante sí, resistiendo las ganas de llorar y el dolor infame. - Los demonios se han reagrupado y estáis combatiendo a los incursores sin mí. Tengo que volver a estar en forma enseguida, el tiempo apremia.
- Arristan y Boddli llevan los escudos, Ivaine. No tienes por qué machacarte así.
- Tengo por qué. No pienso quedarme al margen, ¿te enteras?. Y dale mas fuerte, cojones.


Berth prosiguió con los ejercicios, mientras Ivaine aguantaba los golpes y desgranaba sus maldiciones mentalmente. Bien es cierto que no parecía contenta con nada. Debería estar exultante, ahora que las cosas habían mejorado tanto en la división. El nombramiento de Albagrana como segundo al mando había sido acogido con entusiasmo por los soldados, y el ambiente se había distendido considerablemente. Theod había mejorado mucho, y no sólo a los ojos de sus hombres. Su manera de dirigirse a ellos era mucho más natural ahora, que había descargado parte de su peso en aquél que antaño lo había causado, y quien fuera su peor enemigo se había convertido en su mejor aliado. Tenía que admitir que la jugada había sido magistral. Rodrith no se excedía en sus funciones, y ella sospechaba que gran parte del tiempo que su hermanastro y su ex amante pasaban cuchicheando en el despacho o en el campo de entrenamiento, no sólo les servía para estrechar lazos en una curiosa amistad que ya se hacía evidente, sino también para discutir en privado y con buenas maneras sus desacuerdos hasta llegar a puntos comunes. Sutiles cambios habían tenido lugar en la División, y todo transcurría de una manera tan fluida como los engranajes que se ajustan a la perfección después de agitar un reloj a mala hostia durante unas cuantas horas. Y sin embargo, Ivaine no estaba contenta.


Apretó los dientes cuando de nuevo le llegó una embestida del acero de Berth, y maldijo entre dientes al sin'dorei. "Maldito capullo estúpido", se dijo, sintiéndose indignada de nuevo. Y es que Rodrith no le había dirigido una palabra, ni una mirada, desde el día del combate en el puente.


- ¡Agh! - exclamó, dando rienda suelta a su frustración cuando la espada del joven soldado volvió a caer sobre el escudo y el dolor lacerante alivió en cierto modo su tribulación emocional. - Vale. Suficiente, coño. Mañana más.


Soltó la placa de acero y se frotó el brazo, frunciendo el ceño. Berth la miró con desdén, y ella respondió con gesto desafiante, aguantándole la mirada hasta que el muchacho suspiró, se dio la vuelta y se marchó. De nuevo, maldijo a todo el mundo, caminando a largas zancadas hacia el exterior. Tenía un nudo en la garganta, y sospechaba que podría ponerse a llorar en cualquier momento, por muchos motivos, pero la excusa del dolor físico le venía de maravilla. ¿Por qué nadie podía hacer ni siquiera un leve intento por comprenderla? ¿Tan difícil era darse cuenta de lo herida que se sentía, de cuánto le afectaba ser prescindible en la lucha, ser prescindible para el jodido infame y odioso sin'dorei, ser prescindible para todos? Les maldijo, una y otra vez, y maldijo su fortuna, mientras caminaba hacia el viejo refugio abandonado, hundiendo los pies en la nieve y envolviéndose en la capa. Sólo quería estar sola. Estar sola por un momento, durante unas horas, lamentándose y autocompadeciéndose un poquito para luego volver con más fuerza, cimentada y bien ensamblada. Pero la Providencia tenía la costumbre de reírse en la cara de Ivaine, algo que ella detestaba, por supuesto. Cuando abrió la puerta desvencijada, el corazón le dio un salto en el pecho, se detuvo y después se puso a latir como un loco.


El elfo levantó la vista hacia ella y la miró, atravesándola. La muchacha que había entre sus brazos se apartó el pelo rojizo del rostro, con las mejillas arreboladas, y se levantó de su regazo con cierta precipitación, observándoles a ambos.


- Um ... no me dijiste que seríamos tres - murmuró la chica, con expresión confundida, sosteniéndose el vestido desatado para que no se le abriera en el escote. Estaba despeinada. Y tenía un mordisco en los labios.


Ivaine la miró. La reconocía, no había muchas putas en Vista Eterna, pero Sabine era una de ellas. Alguna vez habían compartido una jarra en el patio, por la noche, poniendo a parir a los hombres. Ahora mismo, a quien quería poner a parir era a ella, o mas bien desollarla viva.


- No vamos a ser tres - dijo finalmente Albagrana, poniéndose en pie con toda naturalidad y anudándose la guerrera de cuero. Lanzó un saquito de monedas a Sabine y se inclinó con cortesía, una cortesía que Ivaine detestó profundamente en aquel momento, y esta vez con toda su alma. - Puedes volver ya.
- Pero si no hemos hecho nad...
- Que te largues - escupió Ivaine sin poder contenerse. Algo en su mirada debía ser muy amenazador, porque Sabine dejó la boca abierta sin llegar a replicar y se echó la capa por encima, corriendo hacia el exterior.


Cuando se hubo marchado, todos los instintos asesinos de Ivaine se proyectaron hacia el elfo que tenía enfrente, mordiendo las palabras que pugnaban por salir de su boca y que finalmente se precipitaron hacia él como un torrente de despecho y frustración.


- Eres un cabrón y un hijo de puta, maldito seas, cerdo - dijo con voz trémula, apretando los puños. Sentía algo abrasador y punzante mordiéndole dentro del pecho, que hacía palidecer su rostro y arderle las cuencas de los ojos. Ella sólo había venido a llorar sola. Era injusto. Era una mierda. - Nunca había conocido a nadie tan rastrero y sucio como tú. Me das asco.


Al otro lado, sólo encontró indiferencia. Un rostro impasible que apenas la miró de soslayo mientras se ajustaba el cinturón, entre los cabellos pálidos. Los ojos fríos, blindados, no expresaban más que un vacío insondable, un muro que no era capaz de franquear ahora. Y la voz que llegó a sus oídos no era menos gélida.


- ¿Has venido para decirme eso?
- No. Venía para estar sola - confesó. Y la amargura se le desbordó como un torrente, pintada de decepción. - Venía para estar sola, con mi brazo inútil, con la única compañía que ahora puedo tener, que al parecer es la única que me soporta y ni siquiera a mí me gusta. Pero sabes, no necesito nada más. Al menos puedo mirarme al espejo por las mañanas, sabiendo que soy honesta conmigo misma.
- Acostarme con una puta de vez en cuando no me impide mirarme al espejo - replicó el elfo, con la voz melódica, aséptica, mientras se envolvía en la capa. - Al fin y al cabo, no le debo nada a nadie. No estoy atado por ningún compromiso. No sé que ves de reprobable en algo tan natural. 
- Nada - respondió ella, tras una larga pausa. Algo la había abofeteado con violencia, y esta vez reconoció claramente el rechazo - Nada, la verdad. No hace falta que te vayas. Ya me voy yo.


Se dio la vuelta, casi tambaleándose a causa de la fuerte impresión de sus propios sentimientos. Un dolor peor que el de su brazo, que la estaba ahogando. Prescindible. Prescindible por completo. Intentó no pensar en aquel refugio destartalado, en las manos enredándose en sus cabellos, en el susurro arrebatado y trémulo en su oído, "carandil, vanya... Mentiras, todo mentiras". Dioses, como dolía cada paso sobre la nieve mullida. Dioses, cómo se clavaba ese nudo espinoso en el alma a medida que se alejaba, y las lágrimas ardían en las mejillas. Se las limpió, tragándoselas, ahogándose con ellas antes que permitir una revelación tan obvia de su fragilidad, aunque sólo los árboles pudieran verla ahora, sólo la nieve, sólo el cielo blanquecino. Se detuvo un momento, tratando de recuperar la compostura y el ritmo de la respiración temblorosa, tragando el sorbo amargo y gélido que se le ofrecía y al que no podía rehusar.


"Acostarme con una puta de vez en cuando..." Acostarse con ella. Estaba a la misma altura que las golfas de pago. Genial. ¿Qué coño había esperado, de qué se extrañaba? Había sido una estúpida. Sopesó la opción de regresar al refugio y golpearle, gritarle a la cara el daño que le estaba haciendo, lo que le había hecho, prender fuego a la estructura, inmolarse con él dentro, maldito fuera, maldito... pero ¿qué derecho tenía? Ninguno. Ni siquiera el derecho a sentirse herida, al parecer.
Prescindible. Absolutamente prescindible.


Levantó el pie para seguir avanzando y casi se cae cuando unos dedos férreos se cerraron en su muñeca. Reconoció el contacto enseguida y se giró, rechinando los dientes, lanzando un puñetazo con el brazo bueno.


- Suéltame, desgraciado - gritó, fuera de sí. Un atisbo de la mirada azul, verde, gris, cielos tormentosos en ebullición, cuando Rodrith esquivó su golpe. - ¡Déjame en paz! ¡Olvídame!
- Eso intentaba, pero no parece funcionar - replicó él, casi en un susurro, tapándole la boca con la otra mano para que dejara de vociferar. La tenía sujeta por el brazo aún herido, y cada vez que se movía en la presa de sus manos, el dolor le arrancaba un gemido. Mordió los dedos, con la mente teñida de rojo a causa del torrente de sensaciones violentas, confusas y contradictorias que la azotaban desde todos los frentes. - Harren... no es... no lo entiendes.


¿Que no lo entendía? ¿Que no lo entendía? Oh dioses, quería matarle en aquel preciso momento. "Eres tú quien no entiende nada", quería decirle, pero no podía. Estaba mordiéndole, y aunque ya sentía el sabor de la sangre en la lengua, él no apartaba la mano, no la soltaba.


- Escúchame... por favor, escúchame. Deja de hacer eso, cojones, duele... - suspiró, el arrebato vibrante de sus palabras se escurría en su oído. Maldito gilipollas. - Esto es una puta mierda.
- LO ES!! - gritó ella, cuando el sin'dorei la liberó al fin. Le encaró con brusquedad, levantando la barbilla como una reina digna. - ¡No quiero escucharte! No tienes derecho a pedirme eso, ya he oído suficiente de ti. Puto mentiroso.
- Nunca te he mentido - destellaron los ojos brillantes del elfo y su mandíbula se tensó en un rictus.


Ivaine había llegado a conocer a Rodrith mejor de lo que ella misma discernía. No sabía cómo ni por qué, pero así era. Y reconocía aquella mirada, aquel gesto y la postura corporal, tensa, alerta. Era la que adoptaba siempre que se sentía amenazado. "O asustado... ¿asustado?"


- Tienes que creerme. Lo sabes. No te he mentido, jamás - insistió, haciendo hincapié en la última palabra. Ella se inclinó hacia adelante, desafiante y dolorida.
- ¿Qué coño está pasando? Si no me has mentido, si... ¿Es que te has cansado? ¿Qué coño era eso de ahí dentro, qué coño soy yo? Me estás evitando, hace semanas que me evitas.
- Es... es complicado - replicó el elfo, pasándose la mano por la frente y apartando la mirada.
- Pues explícamelo. Y mírame cuando me hablas. Soy una persona, ¿sabes? Y tengo jodida DIGNIDAD. - gritó ella de nuevo. No iba a darle tregua. "A la mierda, jódete. No puedes hacerme esto y pretender que entienda a saber qué hostias".
- ¡Vale, joder!¡No me presiones más! - el bramido del sin'dorei la hizo estremecerse un momento, pero también despertó una maligna satisfacción. Ser capaz de sacarle de sus casillas era estimulante de un modo algo infantil, pero... si, le gustaba. - ¿Por qué tengo que darte explicaciones? Sabes que no te he mentido, eso debería...
- ¡Eso nada!
- Qué dificil te pones, Carandil - resopló él, levantando la barbilla y volviendo los ojos al cielo.
- ¿Dificil yo? Pero tendrás cara... ¿Yo soy la difícil? Eres TU el que me evita después de... después de haber estado revolcándonos casi a diario durante los últimos meses, eres TU el que se trae una puta al refugio y me trata como a una de ellas. - estalló, escupiéndole a la cara todos sus reproches. - Eres TU el que después me dice que no me ha mentido. Yo no te pedí nada, es verdad que no... no tenemos nada, pero coño... supongo que sí, que creía que teníamos algo, ¿vale? No te pedí nada, pero tú te explayaste a base de bien, con todas esas palabras bonitas en Thalassiano y tus gestos, y tu...
- Calla de una vez.


Ivaine tenía que admitir que Rodrith, pese a ser un verdadero desastre para expresarse verbalmente en asuntos emocionales, poseía la virtud de ser muy expresivo con el lenguaje corporal. El beso con el que la silenciaba en aquel momento era un torrente de calidez apasionada, ávida y sedienta, que le puso el vello de punta y la hizo marearse, borrando de un plumazo el fantasma de la superficialidad, aquel sentimiento vacuo de ser sustituible y sellándole los labios con una certeza de necesidad que arrollaba todo lo demás. Hubiera debido apartarle. Golpearle. Esto último lo hizo vagamente, pero sin mucho convencimiento. Pese a sus esfuerzos, estaba respondiendo al beso, y todo su cuerpo lo hacía con un magnetismo demasiado violento para molestarse, a estas alturas, en ponerle trabas. Cuando se separaron, jadeando y tratando de recuperar el aliento, no le soltó más que un instante para abofetearle con el dorso de la mano buena mientras le confesaba su alivio al volver a sentirle así como mejor sabía hacer Ivaine.


- Gilipollas - le dijo.
- Estúpida - replicó él, frotándose la mejilla. El amor es un misterio, porque ambos estaban más tranquilos tras ese intercambio de pareceres. - No me he acostado con nadie, coño. En eso sí te he mentido.
- Ni que me importara.
- No empieces. - la cortó en seco, con ese otro gesto, el que iba en serio. Ivaine se calló, pero no lo hizo por obediencia. Sino porque sabía que iba a tener la explicación que había exigido. - Tú... tú no me has ocultado nada, ¿verdad?


Ivaine parpadeó y arqueó la ceja con extrañeza. ¿A qué coño venía eso ahora?


- ¿Ocultarte qué? ¿De qué estás hablando, elfo?
- En el puente, cuando combatimos con la Legión... - prosiguió él, muy serio, y de nuevo con el gesto defensivo. Dioses, qué claro podía verlo ahora ella. - El Capitán está... dice que estáis prometidos.
- Yo lo mato - se le escapó, sacudió la cabeza y apretó los puños. - Yo lo mato.
- Vale, vale, eso es un no - replicó Albagrana, sujetándola. Porque Ivaine ya se había vuelto hacia la ciudad y avanzaba con evidentes intenciones violentas. - Es un no, ¿verdad?


¿Como se había atrevido? Maldito Theod, mal rayo le partiera.


- ¡Claro que es un no, pedazo de animal! ¿Todo esto es por culpa de ese merluzo? Dioses, le voy a arrancar la piel a tir...
- Ivaine


El tono de su voz le hizo detenerse. Cerró la boca y se dio la vuelta, mirándole. El soldado Albagrana estaba muy serio, y del hielo en su mirada ya no quedaban ni los vestigios. Cuando se ponía así, tan grave y tan digno, con esa melancólica preocupación, Ivaine se sentía más conmovida de lo que quería admitir. Si, había llegado a conocer bien a Albagrana. "Demasiado bien. No lo suficiente".


- No estoy comprometida. Con nadie - dijo finalmente, más tranquila, contagiada por su serenidad. - Solo tengo compromisos con mis propias emociones, a ellas no las traiciono jamás.


Era consciente de que estaba reprochándole lo que había pasado aquellos días. Lo entendía, sí. Pero se lo reprochaba igualmente. "Yo no lo hubiera hecho", se dijo, y lo tenía muy claro. Cuando le vio asentir, el alivio se dibujó en la mirada del sin'dorei un instante breve, el preciso momento que utilizó en apartarse el cabello de la frente.


- No quería empeorar las cosas. Theod no es un mal hombre, sólo está bastante confundido con respecto a ti. Supongo que piensa que estáis destinados a estar juntos. Es evidente que tú no opinas igual.
- Evidentemente. Estoy aquí montándote la escenita a ti. ¿Qué opinas tú al respecto, tienes algo que decir acerca de mi destino? - replicó, aún malhumorada, poniendo los brazos en jarras.


El elfo apretó los dientes y la atravesó con los ojos, abrumándola con el peso de aquella mirada intensa, que la joven resistió sin llegar a derretirse del todo. Lo cual le costó lo suyo.


- Desde luego que sí - respondió el susurro cortante, contenido. El destello de la mirada ardiente se veló cuando el beso la atrapó de nuevo y la muchacha cerró los ojos, dejándose arrastrar, empujándole a su vez, al conocido combate.


Sí, Ivaine tenía que admitir que Rodrith, pese a ser un absoluto desastre para expresarse verbalmente en asuntos emocionales, poseía la virtud de ser muy expresivo con el lenguaje corporal, una vez más. En las horas que siguieron, a pesar del brazo roto y los jirones de despecho que quedaban en ella, Ivaine se abandonó a su oratoria en una conversación de piel, saliva y cuerpos enredados que no sólo le quitó las ganas de llorar y limpió por completo su tristeza, sanando la soledad y el malestar de aquellas semanas, sino que le devolvió una seguridad fortalecida respecto a aquellas emociones que, para bien o para mal, siempre se negaba a traicionar. 

1 comentario: