martes, 5 de enero de 2010

XXV - Momentos de intimidad

Años después, cuando recordase instantes como aquellos, Ivaine se daría cuenta de la manera en la que, inconscientemente, los había atesorado en su corazón. Se puede contar una historia de amor a grandes rasgos, y hacer hincapié en esos momentos importantes, cuando la comprensión de los sentimientos se abre paso en los corazones de los amantes, cuando la tribulación les golpea con más fuerza o los celos hacen mella. Pero las historias de amor reales, además de esas estaciones que brillan por encima de todo lo demás y marcan el antes y el después, están llenas de pequeños pasos. Como cuentas diminutas de un collar donde, de cuando en cuando, relumbra una perla más grande, pero que sin las demás, que pasan desapercibidas, sólo sería un colgante incompleto.


Para Ivaine, entre los malentendidos, los constantes arrebatos y la pasión desbordante que nunca llegaba a extinguirse, instantes como esos eran remansos de verdadera paz, de calma infinita y bienestar con el universo. Una suave penumbra, una manta polvorienta, el refugio destartalado y el cuerpo cálido y envolvente bajo ella, con los latidos del corazón en su oído y la mejilla sobre el pecho desnudo. Bueno, eso y el pensamiento pesimista de qué o quien iba a aparecer a joderle la felicidad casi onírica que paladeaba en aquel momento, mientras conversaba a media voz con su ex amante y de nuevo amante y muchas otras cosas más que nunca iba a pronunciar, por el momento.


- Era bastante frustrante al principio - decía con un murmullo perezoso, enredando los dedos distraídamente en un mechón de cabellos de oro pálido. - El castillo de Stromgarde me parecía entonces deseable, siempre lo eché de menos. Ver entrar y salir a los caballeros, ya sabes, polvorientos, con la armadura hecha una mierda...
- ¿No regresó nunca?


La voz del elfo era suave y ronroneante, vibraba su cuerpo cada vez que hablaba. Aun en susurros, su voz lo llenaba todo. Le pareció hermosa, siempre se lo había parecido. Ahora le apetecía admitirlo. Una voz que resuena en todas partes sin irrumpir, que arranca vibraciones de cada molécula, que no deja espacio a la soledad.


- No, mi madre nunca volvió a Stromgarde. Los Samuelson nos trataban bien, tuvieron mucha paciencia conmigo. Sarah siempre quiso que yo fuera fuerte, y gracias a ella y a ellos, aquí estoy.


El cosquilleo de los dedos ásperos en su espalda era una caricia cercana, delicada y cálida. Degustó su nombre en la mente, repitiéndoselo como una quinceañera. Hoy se lo permitiría. "Al fin y al cabo, soy una quinceañera", se excusó.


- Tienes muchos cojones, Ivaine. Probablemente seas la persona con más cojones que he conocido nunca.
- ¿Eso es un cumplido? - Replicó, incorporándose a medias para mirarle, con la ceja arqueada.
- Por supuesto que no.


Tan serio y tan engreído. ¿Como podía el condenado mantener ese fondo cálido en la mirada mientras esbozaba esa expresión odiosa de superioridad? Ivaine nunca había soportado a los engreídos, no se explicaba cómo esa característica del sin'dorei se convertía en un encanto devastador tratándose de él.


- Empezaba a asustarme. Y sí, creo que tengo pelotas. Imagino que Sarah y el entrenamiento hicieron bien su trabajo.


Se arrebujó un poco más en las mantas, deslizando el brazo sobre el torso musculoso de su compañero. El frío comenzaba a retornar al ambiente tras el intercambio apasionado, y se le erizó la piel. Como si pudiera percibirlo, con una naturalidad que hacía difícil reparar en el hecho de que él estaba atento a todas sus sensaciones, el soldado Albagrana la estrechó hacia sí y la envolvió con su cuerpo.


- Hicieron bien su trabajo. Y tú también lo hiciste. Eres terriblemente joven, y mírate - replicó la voz grave y cálida.


Se acercó más a él, respirando sobre el pecho fornido, degustando su olor potente, primitivo. Un recuerdo abrasador con su propia impronta, la sal y el metal, como una piedra bañada en sangre o una estatua viva, con un toque chispeante de magia. Era acogedor. Era suave y dulce, y apasionado y violento, y sensible y también frío, era estúpido y maravilloso, posesivo y dominante, y atento y entregado. Era demasiadas cosas. 


- Si vas a alabar ahora mis dotes para el combate, tendré que preocuparme seriamente - susurró ella, esperando la respuesta irónica.


Pero algo espeso y denso se extendía en la penumbra de la habitación, donde las motas de polvo brillaban con los tenues haces de luz que las ventanas selladas dejaban pasar. Un ambiente demasiado íntimo, demasiado personal, que goteaba despacio desde su presencia. El elfo no respondió. Ella paladeó de nuevo su nombre entre los labios, sin llegar a pronunciarlo. Y él habló, como si le costara mucho.


- ¿Y qué si lo hiciera? Hay... muchas cosas por las que alabarte.


La superficialidad y el sarcasmo fueron exorcizados con aquellas palabras. Tuvo la certeza de que él hablaba en serio, y algo se le anudó dentro, muy profundo, al darse cuenta del modo en el que anhelaba escuchar algo como eso, escuchar más de eso. Sentirse importante para él, admirada, reconocida.


- A pesar de ser insoportable, hay muchas cosas por las que alabarte a ti - replicó sin poder contenerse, con una voz más suave de lo que le hubiera gustado.
- Mejor no lo hagas. De ego voy sobrado.
- Ya me he dado cuenta.


Ambos rieron levemente, estrechándose más. El corazón de Ivaine parecía haberse encogido sobre sí mismo como un pollito mientras contenía el torrente de emociones que latía en sus venas, su cuerpo se caldeaba sólo de pensar en las palabras que estaba pensando. Pero en lugar de decirlas, se incorporó a medias y le miró a los ojos, contenida y desafiante. Él la observó, curioso y con la melancolía perpetua en la mirada, que, ahora lo sabía bien, no era tristeza, sino ese fondo sensible y emotivo que el elfo nunca jamás dejaría que trascendiera más allá del reflejo en sus ojos.


- ¿Cuántos años tienes, Rodrith? - preguntó Ivaine, y saboreó su nombre una vez más, esta vez al pronunciarlo, potente, áspero, vibrante.
- Pues... para vosotros, supongo que unos... treinta
- No. Cuántos años has vivido. - replicó ella, negando con la cabeza.
- Ciento setenta y siete


La muchacha parpadeó y se quedó mirándole, anonadada. Intentó imaginar lo que era vivir tanto tiempo, permanecer así, joven y con esa belleza ultraterrena de los hijos del Sol, los elfos, un pueblo tan distinto pero que, en el fondo, sentía en su corazón lo mismo que podía sentir una humana algo mestiza de quince años. Lo mismo... o algo muy parecido. "¿Lo mismo?", se preguntó. "Le quiero", se respondió.


Rodrith la miraba, confuso. Porque Ivaine se le había quedado mirando, con la expresión de haber descubierto algo que le hacía mucho daño, que se le clavaba dentro con una mezcla de pesar, alegría, frío, calor, miedo y paz que no era capaz de explicarse. Le pareció que su corazón se detenía y se le cortaba el aliento en los pulmones. Así, de esa manera tan tonta, tan improcedente, sin grandes momentos en una puesta de sol, Ivaine descubrió que amaba. "Le quiero", se repitió.


Una mano cálida, rasposa, se deslizó por su mejilla, y el soldado Albagrana se incorporó sobre el codo, ahora observándola con obvia preocupación.


- ¿Estás bien? ¿Qué sucede, Carandil?


El pelo trigueño cayéndole insistente sobre el rostro, la barba recortada y las ásperas mejillas donde el vello plateado despuntaba, el ceño fruncido, los ojos profundos e insondables. "Son esos ojos", se dijo, al borde de las lágrimas. "Es esa mirada. Oh dioses... qué voy a hacer ahora. Me he enamorado".


- Nada... es sólo que... - se lo pensó un instante antes de hablar. Y un acceso de inseguridad la encadenó por dentro. Ciento setenta y siete años, y hasta donde sabía, una vida en el mar, muchas mujeres. No era ningún jovencito adolescente, no tenía por qué ser lo mismo. Podía quedar como una idiota confesando aquello y descubriendo que no era correspondida, o que sí lo era, así que mintió. Mintió, sintiéndose sucia. - Eres demasiado viejo para mí.
- Vete un poquito a la mierda... ¿No hablarás en serio?
- Son muchos años, Rodrith.
- No soy viejo, coño. ¿De verdad te parece un problema?


Él la miró, serio. Ella se mordió el labio y negó con la cabeza. Luego le abrazó, estremecida e inconsciente, mientras el sin'dorei, Rodrith Astorel Albagrana, sin comprender nada y completamente confuso, la abrazaba a su vez, profundamente preocupado por su edad y por el impedimento que ello pudiera suponer para retener consigo a la mujer que amaba.

1 comentario:

  1. ^^¡Bueníiisimooo!
    ¿Seguro que aún no tienes club de fans?
    (Tuyo y de los nenes... :D )

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