viernes, 22 de octubre de 2010

XXXIV - Amaneceres

En las Tierras de la Peste era difícil medir el paso del tiempo, el transcurrir de las horas o las estaciones. Derlen Elikatos, brujo del Alba Argenta, solía apretar su insignia contra la mano para hacerse sangre y recordarse dónde estaba y por qué. Ivaine solía ignorarle de manera continuada, pero aquel día no. 

- Eres de lo que no hay - decía, con su tono de voz habitual, seco y algo cortante, limpiándole la herida y poniéndole la venda en la palma de la mano - No deberías hacer esto aquí. Podrías infectarte, pedazo de capullo.

Acababan de volver a sus actividades tras el saludo al amanecer. Habían formado delante de los estandartes desplegados, los soles blancos parecían tener brillo propio, y Maxwell Tyrosus se había presentado en los escalones de piedra. Una figura alta con un parche en el ojo y aspecto de torre. Eso le había parecido, una torre, una torre que hablaba y cuya voz se extendía sobre todo y sobre todos, entraba en los corazones y los hacía vibrar. Aquella voz todavía resonaba en sus oídos.

"Hermanos, camaradas... saludemos hoy al amanecer, como cada día. Saludemos al amanecer que nos brinda una nueva oportunidad para empuñar las armas y combatir a aquellos que quieren imponer una noche eterna y sin estrellas sobre nuestro mundo"

- No me infectaré... es la costumbre - repuso Derlen, flexionando los dedos cuando ella anudó el vendaje.

Le dedicó una mirada nostálgica y una sonrisa desteñida. Ivaine respondió con la suya, sesgada.

- De nada.

Alrededor, en su esquina del campamento, los miembros de la División Octava emprendían sus actividades rutinarias. Theod examinaba un pergamino junto a Varhys, que hacía gestos con las manos, asentía y señalaba algo.

- Claro, puedo ir en retaguardia como siempre, Capitán - decía el mago - Los hechizos de fuego son muy efectivos contra los muertos, pero no puedo hacer nada contra el olor.
- El asunto del olor es insalvable - replicaba Theod, con una sonrisa - pero mantente entre la linea de defensa, ¿de acuerdo? No podemos perderte.

Varhys asintió y el Capitán le palmeó el hombro. La sonrisa de Theod despertó nuevamente, como si la hubiera rescatado de algún baúl viejo, un poco pesada pero casi tan brillante como antaño.

"Sólo somos hombres. Hombres, mujeres, trols, orcos, enanos, elfos. Sólo somos personas, con armas en las manos, pero hay algo que nos une, por encima de todo lo que nos separa. Si estamos aquí, bajo este estandarte, en este lugar que parece dejado de la mano de los Dioses, es por aquello que nos une y hermana."

- Mañana entramos en combate - dijo Derlen, en voz muy baja. - ¿Crees que irá bien?
- Irá bien - afirmó Ivaine con seguridad, subiendo los pies al taburete en el que se sentaba y guardando las vendas en su faltriquera - no puede ir mal. ¿No ves que yo os protejo?

Derlen rió a media voz, mirándola de reojo.

- Claro, lo olvidaba. El escudo de la Octava.
- Pues procura no olvidarlo, maldita sea. No caeré, y vosotros tampoco.

Hetmar Grossen llevaba la capucha calada hasta la nariz y peinaba el pelaje de su loba. Hel'ki, arrodillado junto a él, le mostraba la manera de comprobar que el animal no tenía restos indeseables entre los dientes.

- Lobo no guh'ta abrir la boca po'que sí - decía, rascándole el lomo al animal - pero si levantah labio y mira ojo, siempre mira ojo. Lobo hace casi solo.
- Pero si está gruñendo. Te va a morder en cualquier momento.

El trol se rió, abriendo la bocaza y mostrando los colmillos.

- No mueh'de, no mueh'de, tú cerca, Eh'posa sabe no pasa ná malo. La eh'tá tocando, ehtá tranquila.
- Bien, bien - asintió el cazador, sonriendo un poco - también te acariciaremos a tí para examinarte los dientes, no sea que comas lo que no debes.

Hel'ki se echó a reír con otra de sus carcajadas.

- Si, si, acaricia trol, acaricia trol, mwaaaahahahaha

"Todos tenemos esperanza. Si no, no agarraríamos una espada y vendríamos a luchar a este lugar. Nuestra presencia aquí significa que creemos que podemos vencer. Que podemos conseguir un mundo mejor, donde la Plaga deje descansar en paz a los muertos y los árboles puedan florecer en primavera y marchitarse en otoño. Sólo somos hombres, pero tenemos fe en nuestro poder. El poder de un solo hombre para cambiar el mundo. Y si sumamos todos esos unos que tienen poder para cambiar el mundo, ¿Qué es lo que obtenemos?"

Boddli rodó por el suelo delante del brujo y la chica, despedido hacia atrás por el impacto del acero contra su escudo. Se incorporó, sacudiendo las barbas.

- ¡Maldita sea! ¿Qué ha sido eso, Berth?

El muchacho regordete levantó el escudo y la espada en señal de victoria, dando un salto, con el almófar deslizándose hacia atrás sobre sus cabellos rubios.

- ¡He ganado, he ganado! ¡Lo conseguí!

Shalia aplaudió y Arristan palmeó la espalda del chico. Rodrith tendió la mano al enano para ayudarle a incorporarse, con una media sonrisa y los ojos chispeantes.

- Eso se llama El Golpe de Berth con el Escudo en tu Cara. ¿Quien dijo que estar gordo era un problema? Te acaba de vencer por su peso.
- ¡Que me arrojen a la Montaña Aullante! No me lo puedo creer... ¡Otra vez!
- ¡Ánimo, Berth!

Ivaine respiró el aire asqueroso de aquel lugar, llenándose los pulmones, y volvió los ojos al cielo. Entre la neblina amarillenta, allí donde la vida era un chiste viejo y una broma pesada, donde los árboles parecían ensayos de sí mismos y bulbos hediondos se levantaban de la tierra marchita, un halcón surcaba el cielo, dejando oír su grito. Sonrió, entrecerrando los ojos.

"Obtenemos esto. Este estandarte representa la Luz de nuestra esperanza, la que cada uno de nosotros tiene en su corazón, reluciente como un sol que no se apaga y no deja de arder. Y si unimos todos esos fuegos, esas hogueras, todos los luminosos rayos de nuestra fuerza y nuestra fe... nadie, hermanos... nadie podrá detener el amanecer. Cada llama alimentará las demás. Cuando la sombra amenace con ahogar el resplandor, ahí estarán nuestros hermanos para levantarnos. Cuanto más densa se vuelva la oscuridad, con mayor fuerza brillaremos, y en la hora más siniestra, en ese lugar donde todo se pierde y no hay nada que pueda iluminarnos... allí no estaremos solos. Saludemos al alba, camaradas. Hoy es un nuevo día. Otra oportunidad para brillar"

- No vuelvas a clavarte esa insignia, Derlen - dijo Ivaine, volviendo la mirada hacia el brujo.

Éste frunció un poco el ceño y se ajustó la caperuza, suspirando.

- Prométeme que no lo harás más. No lo necesitas. Este es tu lugar, donde tú quieres estar... y donde todos queremos que estés.

El hombre se apartó los cabellos oscuros del rostro, tragó saliva y asintió. Tenía la piel apergaminada y un resplandor verdoso en la mirada, pero su expresión era casi dulce cuando apretó la mano de Ivaine, y esta vez sí lo dijo.

- Gracias.

Ivaine sonrió y le revolvió el pelo que acababa de peinarse. Luego se levantó del taburete, desenvainando la espada y haciéndola girar. Se plantó en medio del improvisado entrenamiento, con aires de fingida superioridad y rezumando chulería por todos sus poros.

- ¡He aquí que os reto! Aquel que tenga agallas para enfrentarse a mi poderoso poder... ¡Argh!
- He aquí una mala intervención. No interrumpas al chico, que está entrenando.
- Maldito seas, elfo engreído, bájame - pataleó, retorciéndose sobre el hombro del soldado Albagrana, que parecía muy a gusto con todo su peso y el de su armadura de malla. - Así no hay quien se de ínfulas.
- A ver con cuántos puedes, elfito.

Astafirme, el tauren, se acercó con pesados pasos y trató de encaramarse al sin'dorei. Entre exclamaciones de "no, no", "cuidado, cuidado" y las carcajadas de sus camaradas, la montaña argenta se vino abajo, y se vio sepultada por otro montón de cuerpos que se unieron al aplastamiento general.

- ¡No, Beeeeerth!
- ¿De quien es este pie?

"Cuanto más densa se vuelva la oscuridad, con mayor fuerza brillaremos, y en la hora más siniestra, en ese lugar donde todo se pierde y no hay nada que pueda iluminarnos... allí no estaremos solos. Saludemos al alba, camaradas. Hoy es un nuevo día. Otra oportunidad para brillar"

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