jueves, 21 de octubre de 2010

XXXI - Tierras no tan lejanas



La hoguera ardía, y sobre ella, el firmamento estaba cuajado de estrellas. Acababa de anochecer, y los soldados de la División Octava ya habían preparado sus almas, sus mentes y su espíritu para lo que había de venir. El capitán les había dicho que aquél era su último respiro, y quizá por eso, en aquel crepúsculo púrpura junto al campamento del Orvallo, todos se habían congregado alrededor del fuego después de cenar, conversando a media voz y mirándose los rostros teñidos de naranja y amarillo bajo el resplandor de las llamas.

- Decimos... saludos a la Noche - susurraba la voz cálida de Shelia, la kaldorei de cabellos de plata y ojos como perlas. Ivaine no se cansaba de mirarla. - y alzamos los brazos al cielo para celebrar la bendición de la Luna. A mi hermana Delin le gustan mucho los festejos de invierno.

El tauren Astafirme, sentado junto a la elfa, asintió con la cabeza e intercambiaron una mirada y una breve sonrisa. Ivaine había aprendido a darse cuenta de cuándo su compañero sonreía, a pesar de que sus facciones animales le hubieran hecho difícil al principio interpretar su lenguaje corporal.

- Creo que ese es mi mejor recuerdo. Mi hermana levantando las manos al cielo entre los farolillos iluminados y exclamando alegremente su saludo a la noche - terminó la elfa, con un suspiro.

Quedaron en silencio, un instante. Habían estado hablando de recuerdos, de sus familias, de sus vivencias en sus lugares de origen. Muchos habían recorrido caminos muy largos. Helki Gar'ak, el trol Lanza Negra, había hablado sobre la dura lucha de sus gentes por sobrevivir, con palabras secas y breves y un brillo amargo en los ojos. Varhys, el mago, también había roto con sus costumbres silenciosas aquella noche, y para sorpresa de todos había confesado que estaba casado y tenía un hijo pequeño. Boddli agitaba una jarra de cerveza que apenas había probado. Estaba recostado en su escudo, con la mirada perdida en las llamas, acariciando a Esposa con languidez. Hetmar Grossen se lo permitía, con la capucha sobre los ojos y la barba espesa asomando debajo, castaña como las hojas ancianas.

- ¿Y el tuyo, Ivaine? - preguntó Berth. El chico se abrazaba las rodillas, sentado a su derecha.

Ella se volvió para mirarle, frunciendo un poco el ceño.

- ¿Mi mejor recuerdo?

Berth asintió. Los ojos de sus compañeros se volvieron a ella. Theod la observaba desde el otro extremo del círculo, pero el sin'dorei tenía la mirada perdida en la oscuridad, más allá de todos ellos, hacia el Norte.

- Cuando era pequeña, me subía a las almenas para ver partir a los caballeros de Stromgarde a la batalla - comenzó, lentamente. - Las lanzas brillantes, los relinchos de los corceles... siempre me ha acompañado eso. Supongo que es mi mejor recuerdo.

Había hablado a media voz. Después de hacerlo, descubrió que era mentira. "Mentirosa, Ivaine", se dijo a sí misma, "no es ese, pero a quién le importa. A nadie, a nadie le importa la canción y la nieve en tu pelo, el cielo despejado y el frío beso del viento. A nadie le importa el brazo que te rodeaba ni la caricia de su voz, ni siquiera a tí".
 

- Yo siempre me acuerdo mucho de mi familia. Le escribo a mi padre de vez en cuando para contarle que soy un soldado, que ya sé luchar - decía Berth. Algunos sonrieron. Al final, el chico se había granjeado el afecto de todos - Espero que algún día esté orgulloso de mí.

"Ivaine, mentirosa otra vez... a tí si te importa, a tí si". Había dejado de prestar atención. Se había quedado atrapada en el recuerdo. Aquella tarde no había nubes en Cuna del Invierno, y las lechuzas invernales surcaban el aire de cuando en cuando. A pesar de la nevada, no hacía demasiado frío, y los copos se le pegaban a la cara; allí se derretían, sobre sus mejillas, o desaparecían en sus labios. Si cerraba los ojos podría recordar exactamente el calor de su cuerpo cercano, la risa suave y su voz.

Por eso, casi dio un respingo cuando la escuchó, real. Sentado a su izquierda, envuelto en la capa color pardo, el sin'dorei estaba diciendo algo.

- ...siempre cantaba canciones antiguas cuando me peinaba. Yo quería ser como Dath'remar, y me negaba a cortarme el pelo. Mi madre se resignaba, me peinaba y recitaba.

Ivaine sonrió a medias. Estaba hundida en el fuego, en el recuerdo. El calor de su cuerpo cercano, la risa suave, los dedos en sus cabellos ásperos y rojos, peinándola bajo los árboles, hablándole de lugares que nunca había visto, de misterios que no conocía.

- ¿Qué recitaba? - preguntó Arristan, rasgueando el arpa. - ¿Recuerdas algún poema de tu gente?

El sin'dorei frunció el ceño y dejó de mirar al Norte, volviendo el rostro hacia los demás. Parecía viejo y joven a la vez, antiguo pero imperecedero, como una escultura. Los elfos tenían ese efecto en la gente, pero para Ivaine, aquel en particular había llegado a conmoverla de una manera que la irritaba consigo misma. Sin embargo, esa noche no tenía ganas de pelear. Los combates Ivaine contra Ivaine la agotaban, y pronto tendría que entregarse a luchas mucho más cruciales.

- Si... claro que recuerdo. Había uno sobre... es difícil explicaros su significado.

Arristan asintió, pulsando las cuerdas en un acorde tenue y suave, casi nostálgico. Los demás parecían expectantes. Todos querían escucharlo. Ivaine se lamió los labios, y cuando la voz grave y profunda del sin'dorei desgranó la primera estrofa, un calor húmedo y feroz se le agolpó detrás de los ojos.

- Soledad en la isla abandonada... ya murió la fragante primavera... crujen las ramas, y a los cielos... vuelan las hojas secas.

La nieve en sus mejillas, derritiéndose, sus dedos en su cabello enmarañado. "Eresse Tol- eressease..."  En aquel momento no había nada más, solo su presencia y ella, y ella que era Ivaine y estaba en paz. Tranquila. Sin ira, en paz, mientras le escuchaba y el viento cantaba, mientras su brazo le rodeaba, y no le molestaba. Estaba bien. Todo estaba bien.

- Arínya losse or lord'aere... - esta era su voz, ella estaba recitando.

- ...se fundirán en el aire húmedo...

- ... ar tiruválye ólor aire, enyalien i vanwa iswa.

Ivaine suspiró y apartó la vista del fuego. El crepitar de las llamas rompía el silencio. Theod la miraba con extrañeza, con los ojos empañados por algo parecido al dolor, y aunque no quisiera saberlo, ella sabía por qué. "Lo siento, Theod. Así son las cosas, hermanastro". Volvió la mirada hacia Rodrith, y sus ojos se encontraron.

- Ar erumesse hiruvalye
I metya harma sa haryalye:
I hesin yenion, alasse
Eresse Tol-Eresseasse.

Ivaine completó el poema y le aguantó la mirada al elfo un instante más. Luego volvió a sumergirla en las llamas. El arpa de Gunther resonó un instante más, y nadie dijo una sola palabra cuando Rodrith le tendió la mano y ella la agarró, enlazando los dedos con los suyos.

Todos habían venido desde muy lejos. Compartían sus recuerdos a media voz, su añoranza por sus hogares y su patria. Ivaine no añoraba Stromgarde ni el caserón de los Samuelson, no estaba hecho su corazón para lamentar la lejanía de aquellos lugares. No tenía familia ni nada importante más allá de aquel círculo alrededor del fuego, sólo hojas secas y nieve fundiéndose en el aire húmedo.
 

Algunas tierras no estaban tan lejos. Y estaba empezando a pensar que quería quedarse en ellas.







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((N. del A. : Por si alguno tenéis curiosidad por conocer la voz de Ivaine, tras mucho investigar he encontrado ESTA: 

http://www.youtube.com/watch?v=jbvFPiPo6ew&feature=related

y además... recitando el mismo poema. El poema "Ninqueldan" es propiedad de Arandil Elenion. Aqui tenéis link a sus poemas :)

http://www.elvish.org/gwaith/arandil.htm   ))

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