domingo, 3 de abril de 2011

Theod: Danza Macabra - Acto II: Nocturno Lacrimoso


La lluvia se había convertido en una cortina densa y parda. Apenas podía ver nada a través de ella. El hedor de la putrefacción se acentuaba alimentado por el agua, el suelo era una ciénaga de barro y hierbas muertas y viscosas hinchadas por el chaparrón sobre el cual las botas se escurrían. Ivaine había perdido todo sentido de la orientación y el tiempo hacía rato. Simplemente avanzaba. Había pasado un brazo alrededor de la cintura del sin'dorei y él le rodeaba los hombros con el suyo. En la otra mano, la pesada espada. En la de Ivaine, los restos del escudo, que alguien había dejado junto a ella.

Su cabeza era una bola de cristal rellena de falsa nieve. Cada vez que se movía, los pensamientos flotaban, revoloteaban y viajaban de abajo a arriba, de arriba a abajo. Los rostros de sus compañeros volvían a ella constantemente, el guiño de Varhys y los gritos desesperados de Berth. Era una pesadilla continua que se repetía una y otra vez mientras caminaba a zancadas hacia donde quiera que iban.

- ¿Sabes donde estamos?

Rodrith asintió con la cabeza. No había vuelto a hablar, y su semblante era de una severidad aterradora. Ivaine prestó atención a sus andares decididos y a la llama viva y furiosa que ardía en sus ojos, a la línea tensa de su mandíbula. No, Rodrith no se tambaleaba a duras penas abatido y en shock. El elfo tenía el aspecto de quien sabe a dónde va y lo que va a hacer.

Ivaine resbaló, él la levantó por el brazo casi con rudeza.

- No estás bien - murmuró ella.

No hubo respuesta. La mirada fija hacia adelante, la lluvia escurriéndose por los cabellos y la armadura. Ivaine suspiró y tragó saliva, decidiendo si dejarle en paz o no. Al fin y al cabo, cada uno lidiaba con el dolor a su manera. Pero al menos, una palabra.

- Por la Luz, Rodrith, dime algo. Háblame. Solo di cualquier cosa para que sepa que sigues aquí - dijo de nuevo.

Había querido que fuera una petición, pero su tono, su voz, siempre iban por su cuenta. Sonaba a orden seca. Ahora, sin embargo, parecía importar bien poco. El hecho es que el elfo reaccionó, y aunque no la miró, tuvo respuesta.

- ¿Ves esa loma? - señaló hacia adelante - La Capilla está detrás. Ya casi hemos llegado.

Ivaine asintió, conformándose con aquello, y apretó el paso. Caminaron, pisando el silencio embarrado. Sin soltarse el uno del otro, recorrieron los últimos pasos que les separaban del alto edificio de piedra, de los campamentos que lo rodeaban, hundiendo las botas en el dolor y la angustia, que se pegaba a sus pies y que, por mucho espacio que recorrieran, nunca conseguían dejar atrás. Vacía y arrasada como la Cicatriz Purulenta, Ivaine notaba el roce áspero del metal afilado en alguna parte de su alma, en los bordes de una grieta aullante y profunda, negra y fría como la pérdida, que ahora mismo parecía más poderosa que cualquier otro sentimiento que pudiera habitar en su corazón.

Y a pesar de todo, al ver los estandartes, éste le dio un vuelco. La oscuridad se había hecho más densa, la noche acechaba, pero los colores del Alba Argenta relucían, puros, entre el aire viciado y la lluvia sucia.

Resolló y agarró la mano del soldado Albagrana, dejando que las lágrimas volvieran a escurrirse por sus mejillas, mezclándose con la lluvia.

- Ahí está. Corre. ¡Corre!

Como volver a casa. El estandarte ondeaba, sucio, mojado, borroso. Tiró de él, resbalando y volviendo a recuperar el paso, intentando dilapidar los metros que faltaban hasta las tiendas blanquecinas agitadas por el viento y la torre de la Capilla, ahora visibles con claridad. "Estaremos a salvo. Podremos llorar las pérdidas, podremos hacer justicia con Theod. Quizá envíen un equipo de rescate para buscar los cadáveres de la pira. Tienen que ser enterrados en las criptas, con todos los demás. Oh, Luz Sagrada, estaremos a salvo. Ya no perderé nada más. A nadie más. Una vez crucemos el cerco no le perderé, a él no, no puedo perder a nadie más, no quiero quedarme sola, por favor, por favor, corre."

- Ya estamos aquí - jadeó, en cuanto cruzaron la primera línea de vigilancia. Los soldados les miraban, decían algo, pero Ivaine no les escuchaba - Hemos llegado, Rodrith.

Al verles llegar, varios hombres acudieron a recibirles. Ivaine, ajena a todo, cayó de rodillas, alzando el rostro al cielo y dando gracias a la Luz al tiempo que maldecía, confusa y aliviada. Ahí arriba, las nubes estaban apretadas como haces de humo denso. La lluvia era tan violenta que le hacía daño en la piel al caer sobre su rostro, pero tuvo la sensación de que también le lavaba. Durante un largo rato, se limitó a sentir la lluvia en el rostro y a flotar en aquel estado de alivio y catarsis. Sólo volvió la atención a la realidad cuando el revuelo que se había organizado a su alrededor se hizo demasiado intenso para ser ignorado. Se puso en pie con dificultad, ayudada por un joven de otro batallón, y observó a los cinco soldados que hablaban con el elfo, unos pasos delante suya.

- ¿Estás bien?

Apenas hizo caso al chico. Asintió con la cabeza. Algo no iba bien.

- ¡Eh! ¿Qué pasa? - gritó, intentando hacerse oír.

El grupo de enfrente no le hizo el menor caso. Los cinco soldados miraban a Rodrith, uno tendía la mano hacia él, como reclamándole algo. Rodrith parecía en guardia y ponía distancia entre él y los soldados, que llevaban las armas desenvainadas y estaban rodeándole de una manera poco amistosa. Luego le vio negar con la cabeza, y de repente, se le echaron encima. Comenzaron a forcejear.

"¿Qué demonios?"

Empujó al tipo que estaba sujetándola del brazo y se abalanzó hacia el grupo.

- ¡EH! ¡Parad! ¿Qué demonios estáis haciendo? - chilló, tirando de la capa de uno de ellos.

La ignoraron absolutamente, y por mucho que empujó, no fue capaz de abrirse hueco.

- ¡Colabora, maldita sea! - decía uno de los soldados

- Quitadle la espada. Es peligroso.

Rodrith espetó algo en su idioma y propinó un codazo a la primera cara que tuvo cerca. Alguien se quejó. Los ojos del elfo relampaguearon y mostró los dientes, como un animal defendiéndose. Su rugido se elevó por encima del entrechocar de las armaduras y las órdenes confusas de los guardias.

- ¡Quitadme las manos de encima!

- ¡Prendedle de una vez! - bramó entonces una voz autoritaria.

Ivaine, desconcertada, alzó la mirada hacia las escaleras de la Capilla. Theod Samuelson estaba allí, junto con el comandante Eligor Albar, quien había dado la orden. El caballero llevaba puesta la armadura de metal y cuero de los Inquisidores, con el rostro cubierto por una máscara, grandes hombreras ornamentadas y una toga monacal tachonada con láminas de acero bendecido y tres veces consagrado. Intentó comprender qué estaba sucediendo, mientras el corazón le galopaba como un loco en el pecho. Miró alrededor y observó cómo arrastraban a Rodrith hacia las escaleras. Le habían quitado la espada y estaba sangrando por la nariz. Le tenían cogido de los brazos y colgaba como una enorme presa en manos de los cazadores. Impulsivamente, se arrojó hacia adelante para ir a su lado, pero una mano rígida la cogió del brazo.

- Quieta. Quédate aquí, es peligroso - murmuró el joven que la había ayudado a levantarse del suelo.

- ¿Qué tonterías dices?

No es que no fuera verdad, a su manera. Ivaine intentó explicar algo, pero no fue capaz. Agotada, confusa y al borde del colapso, contempló la grotesca escena que estaba teniendo lugar en las escaleras de la capilla con completa impotencia. Eligor Albar descendió cada uno de los peldaños y se situó frente al detenido. Los ojos de Rodrith seguían teniendo la misma expresión, aún mantenía los dientes apretados. Animal acorralado.

- Rodrith Albagrana - dijo entonces el Comandante - Has sido acusado por tu superior de desobediencia, amotinamiento, desacato a la autoridad e intento de asesinato. ¿Dónde está el resto de tu división?

Hubo un silencio sepulcral. Ivaine sintió que la sangre le huía del rostro y el estómago se le volvía del revés. La voz del sin'dorei tardó un rato en hacerse escuchar, y cuando lo hizo, fue un gruñido rasposo y amenazador.

- Todos muertos.

Ivaine alzó la mirada hacia Theod Samuelson. El fuego estalló en su pecho, y un odio visceral, más poderoso que todo cuanto había sentido jamás, empezó a abrasarla por dentro hasta casi marearla. La voz de Eligor Albar le pareció lejana cuando volvió a escucharle hablar.

- Hay testimonios contra ti, y documentos de correspondencia entre tus compañeros que confirman esta acusación. Así pues, quedas expulsado del Alba Argenta, y serás juzgado por tus crímenes. Has deshonrado a tu división, a esta institución y a los ideales que representa. Aguardarás veredicto en el exterior.

El Comandante desenvainó una daga y rasgó el tabardo del elfo. Ivaine aguantó un estremecimiento y volvieron a llenársele los ojos de lágrimas. Quería moverse pero no era capaz. Paralizada, con el rostro desencajado, contempló como llevaban al elfo hacia el lateral del edificio. Rodrith ofreció una resistencia leve al principio, pero después comenzó a revolverse como un animal salvaje. Cuando le escuchó gritar con un nuevo rugido, desgarrador, lleno de ira y desesperación, se tapó los oídos y agachó la cabeza.

El corazón se le partió por la mitad como una manzana y cayó, destrozado, al barro.

Las nubes se apartaron cuando el viento arreció. Dos estrellas tímidas saludaron desde un jirón de cielo negro, antes de que la bruma volviera a engullirlas.

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