martes, 13 de julio de 2010

XXIX - Theod: Danza Macabra - Acto I : Adagio grave



La tarde llegó como una lanzada de color rosáceo extendiendo nubes por el cielo. El sol, oculto tras la bruma blanquecina de Cuna del Invierno, contemplaba Vista Eterna como un único ojo dorado y pálido.

Theod se encontraba en el exterior de la muralla, supervisando con languidez cómo Varhys y Derlen hacían pasar las cajas de suministros a través del portal que el mago había abierto. El abisario oscuro del brujo cargaba con los bultos pesados, dejándolos al otro lado del vórtice donde Angela Dosantos y los enviados del Kirin Tor mantenían la flexión de energía necesaria para preservar el portal hasta la Capilla de la Esperanza de la Luz.

- Es absurdo que nosotros tengamos que volar - dijo el mago, en una de sus escasas intervenciones verbales. - Podríamos cruzar también.
- Órdenes son órdenes - argumentó el capitán.
- Será un largo viaje.

Theod miró a Derlen y asintió lentamente con la cabeza. 

¿Estarían ellos enterados? Posiblemente. Les imaginaba a todos abajo, mientras él peleaba con ordenanzas, envíos, lacres y sellos, burlándose de él entre jarras de cerveza, mientras conspiraban para ocultar las escapadas de Harren y Albagrana. Las risitas contenidas. Los chistes a su costa. Meneó la cabeza, suspirando, negándose a dejarse llevar por aquellos pensamientos.

- Arristan, ¿puedes encargarte? - dijo, volviendo la mirada hacia el caballero bardo que afilaba su espada. Éste asintió y se acercó al portal, palmeándole el hombro.
- Desde luego, señor. Descansad. Mañana será un día duro para vos.
- Gracias. Sí. Lo será.

Tenía la impresión de que todos los días iban a ser duros para él en lo sucesivo. Caminó a paso vivo hacia la taberna, peleando con las ideas maliciosas y pesimistas que se enredaban en su mente, tentándole, buscándole, enredándose en su alma y en su espíritu como lenguas hediondas. Allí, con una jarra en las manos, aguardó a la noche.

Una siguió a otra, mientras los minutos se arrastraban, perezosos, y la soledad se tejía a su alrededor con la certeza de la pérdida y el rechazo, pugnando por alejar de sí aquellas diminutas voces mordientes, insidiosas y terribles, hechas de sombra y negrura, que le susurraban al oído verdades inexactas. Lavó con alcohol la herida rezumante, la limpió a fondo con bourbon y licor, la dejó manar su sangre en un esfuerzo por mantenerse entero y firme. Ajeno al ir y venir, sólo esperando al amigo, al hermano. Entraron y salieron goblins y soldados, aparecieron y desaparecieron, y finalmente la sala quedó vacía. Arrinconado en la mesa del fondo, perdió la mirada vacua en el fondo de la jarra.

Nunca supo de dónde sacó el aplomo para sonreír en respuesta cuando Rodrith anunció su presencia inequívoca. No le había oído venir. No le hacía falta. El aura que le acompañaba era un imán.

- Shorel'aran, Samuelson

La sonrisa deslumbrante de una persona satisfecha. Plena consigo misma, sabiéndose amada, la sonrisa de quien tiene todo cuanto puede desear, del afortunado, del perfecto, del sublime. Montar mejor que él no era un consuelo. Se imaginó derribándole del caballo una vez más. Aquellas ocasiones quizá le habrían aportado alguna satisfacción en el recuerdo si el elfo no fuera capaz de reírse de sí mismo cada vez que era vencido.
- Hola, Rodrith - dijo suavemente, haciéndole un gesto hacia la silla.

Él arqueó la ceja. Se escurrió a su lado y se dejó caer con deliberado estruendo, cruzando los brazos tras la nuca y contemplándole con preocupación.

- ¿Estás bien? Tu gesto es fúnebre.

Theod rió desganado, dando un sorbo a los restos del bourbon.

- Tu gesto es fúnebre - repitió, imitándole. - A veces hablas el común como si recitaras una obra de teatro, ¿lo sabías?. Otras... otras sin embargo, pareces un marinero sin educación.

Meneó la cabeza, observando las huellas húmedas que habían dejado sus bebidas en la mesa. Los candelabros apenas iluminaban. Sólo la tabernera goblin permanecía despierta, haciendo calceta en un rincón. Allí, al fondo de la estancia, sus voces no eran audibles a menos que se pretendiera escuchar a propósito, y sabedor de que eso sucedía con frecuencia, Albagrana bajó la voz.

- Estás preocupado. Las batallas que vendrán serán jodidas, nos van a poner a prueba a todos.
- No, no es eso.

Theod negó, hundiendo los hombros y enlazando los dedos sobre el tablero de la mesa, y le miró con franqueza. El lugarteniente Albagrana tenía los ojos entrecerrados y una expresión grave.

- Rodrith, nunca hemos hablado de esto claramente - comenzó el capitán, en un susurro - pero una vez te dije que Ivaine y yo estábamos prometidos.
- Sí, lo recuerdo.

Estudió su reacción. Indiferente. Le escuchaba con sencillez, sin dejar traslucir un ápice de sus sentimientos. No vislumbró retazos de vergüenza en su mirada, ni la menor lividez en las mejillas, no le vio desviar la mirada. Theod tragó saliva.

- Bien, eso no era exactamente cierto, ¿sabes? - prosiguió, dubitativo. - Yo la amo. Muchísimo. Más que a nada en este mundo.

Rodrith abrió los dedos y los volvió a cerrar. Ahí estaba. Fíjate. ¿Culpabilidad, tal vez? No le importaba. Apretó los dientes y siguió hablando, desgranando las palabras muy despacio, con tono contenido.

- Sin embargo, mis sentimientos no son correspondidos. Siempre... siempre creí que con el tiempo, que si no dejaba de intentarlo... ella es joven. Pensé que antes o después tendría una respuesta favorable a mis anhelos.

Apeló a él, buscando un comentario, una respuesta, algo. Los ojos azules, o verdes, o grises, como fuera su color, permanecían ahí, circunspectos y reservados.

- Entiendo - dijo al fin.
- No... no lo entiendes. Creo que ha encontrado a alguien.

Silencio. Theod se tensó en la silla, con una presión convulsa en las sienes y sintiendo los vapores del alcohol que le subían repentinamente a la cabeza y se arremolinaban. Se imaginaba golpeándole. Llamándole traidor. Partirle la cara y, con el tiempo, todo pasaría. Quizá se reconciliaran cuando olvidase a Ivaine, cuando siguiera su vida... podría suceder cualquier cosa.

Pero el elfo estaba callado. No llegó la confesión que esperaba.

- Dime, ¿tu que crees? - casi escupió, conteniéndose para conservar un tono sereno, plácido, exento de amenaza. - La conoces bien. Aunque siempre estéis discutiendo... se... se nota que hay una cierta... intimidad entre vosotros. ¿Sabes si está con alguien, Rodrith?

Las palabras se hicieron esperar. El gesto, sin embargo, fue inmediato. Un destello doloroso en los ojos de Albagrana y la mirada intensa que se alejaba, apartándose, para posarse en un rincón ajeno.
- No puedo hablar por ella, Theod - susurró a media voz.
- ¿Y por ti?

El aire parecía haberse enrarecido alrededor de ambos, flotaba, espeso y tenso. Él permanecía inclinado hacia adelante, vuelto hacia el amigo y el hermano, hacia el soldado que brillaba y era todo lo que quería ser, tenía todo lo que él deseaba para sí. El hermano avergonzado que buscaba las palabras. Para Theod, era un momento terriblemente largo, en el que las voces susurraron con mayor violencia, mientras observaba el medio perfil del sin'dorei, que por un momento le pareció anciano, quizá por esa expresión nostálgica. La incertidumbre aumentaba su ira contenida. Se preguntaba si sería capaz de mentirle, a pesar de todo. 

Entonces el elfo suspiró y volvió a enfrentar sus ojos.

- Si. Por mí sí puedo hablar. - murmuró finalmente.

Theod asintió con la cabeza, dejando escapar el aliento de los pulmones.

- Así que estás con alguien
- Sí

Dibujó círculos con el dedo sobre las marcas mojadas de la mesa, asintiendo para sí. Se la había llevado. Había ganado él, también en esto.

- ¿Con qué intención?
- ¿Eh?
- Que cual es tu intención
- ¿Qué clase de pregunta es esa?
- La normal entre dos amigos hablando de sus parejas - replicó Theod apresuradamente, masticando cada palabra con amargura. - En este caso, dos amigos hablando de la pareja de uno de ellos. ¿Y bien? Responde. ¿La quieres?

Silencio.

Theod levantó la mirada, tragando saliva. La angustia era un tentáculo mórbido constriñendo su garganta, y el sin'dorei mantenía los puños apretados, los ojos oceánicos cubiertos por un velo acuoso, la mandíbula tensa. Las llamas de las velas danzaban en sus pupilas.

- No sé lo que va a pasar.
- Vamos, amigo mío, hermano... - sonrió Theod, volviendo las palmas de las manos hacia el techo en gesto de confianza, conciliador. - Nadie sabe lo que va a pasar. Pero sabrás si la quieres o no. ¿O acaso solo es un juego para ti?
- No
- ¿Seducir a las humanas jóvenes para calentarte las mantas? ¿O a lo mejor es algo diferente, quizá para demostrar a otros que puedes tenerlo todo?
- No
- ¿Estás con ella porque es un bonito agujero donde meter tu maravillosa semilla élfica, o porque alimentas así tu ego sobrealimentado?
- No. No. Joder. ¡Ya basta!

La jarra se volcó cuando el soldado Albagrana golpeó la tabla con los puños, resollando un instante. Había una tormenta entre sus pestañas, apretaba los dientes y respiró un par de veces antes de volver a sentarse. Le había hecho perder los papeles y se sintió satisfecho por eso, aunque no le duró demasiado. También era consciente de algo más. De que el segundo al mando de la Octava jamás le habría permitido a nadie asediarle así, hablarle así, sin soltarle un puñetazo o levantarse y abandonar la conversación. Eso le dolía también.

- Eres mi amigo - le dijo, acusador. - Eres mi mejor amigo. Mi lugarteniente. Mi hermano.
- Lo soy... lo soy. Y tú eres mi amigo, mi mejor amigo, mi capitán y mi hermano - replicó el elfo, pasándose la mano por la frente. - No es... no se trata de nada de eso que has dicho.
- Dime que la amas como yo - susurró el capitán, estirándose sobre la mesa para enfrentarle más de cerca, con un bucle de cabello castaño descolgado ante el rostro lívido y los ojos destellando fuego. El dolor abrasaba las entrañas. - Dime que lo es todo para tí, que no puedes vivir sin ella. Dime que serías verdugo y condenado, gusano y león, protector y carcelero, que harías por ella cualquier cosa sólo por su sonrisa escasa, por su felicidad.

Le vio suspirar, cerrar los ojos un instante y tomar aire de nuevo. Su voz sonó dulce, como una caricia de terciopelo triste, teñido de lágrimas.

- ¿Quieres saber la verdad?
- Si - respondió Theod, con el mismo tono - Por supuesto.
- Queriéndote como te quiero a tí, que eres mi amigo y mi hermano, ¿Crees que sería capaz de estar con ella sabiendo el dolor que te causa si pudiera evitarlo de alguna manera?

Por un momento, las voces susurrantes y maliciosas se detuvieron. Theod parpadeó varias veces. Abrió los dedos sobre la mesa y se sintió ahogarse por un instante. Luego negó con la cabeza, hundiendo las uñas en la madera.
- Eso no es una respuesta. No sé si serías capaz. Puede que me hayas traicionado, solo dices... palabras estúpidas con... esa voz grave y herida para conmoverme y...

- Estoy siendo sincero - espetó el susurro cortante. Rodrith se inclinó sobre la mesa hacia él, y los ojos turbios se convirtieron en el espejo de un torbellino de emociones encontradas que hasta un niño podría ver, que parecieron abalanzarse sobre Samuelson como el agua desencadenada de una presa rota - Tengo ciento setenta y siete años, Theod. Tengo ciento setenta y siete años y nadie ha visto mi alma, jamás. Ella lo ha hecho. No sé cómo... y no lo entiendo. Tiene todas las llaves, ha sabido entrar en mí y abrir todas mis puertas, en ocasiones, derribar los muros a golpes. Ha hecho que todo arda. Es un huracán salvaje, y no puedo hacer otra cosa que rendirme a sus pies. Sería verdugo y condenado, gusano y león, protector y carcelero, haría cualquier cosa por su felicidad. Pero soy Rodrith Albagrana, y como tal me arrodillo ante cada aspecto de su ser. Es una reina. Yo también la he visto, y es la criatura más deslumbrante que jamás he conocido en tanto tiempo. Es una lanza certera que te destroza el corazón cuando la miras por primera vez. Es una reina, y yo soy afortunado.

Por un momento se olvidó de respirar. Después tomó aire lentamente, masticando todo aquello. El soldado relajó su postura y volvió a reclinarse en la silla. Mientras hablaba, Theod había creído ver algo desconocido en su expresión, una determinación tan violenta como la que exhibía en el combate, un arrebato incontenible que hizo que el Oso tensara cada músculo y que sus palabras surgieran atropelladamente, como si las liberase de un encierro forzado y antiguo.

- ¿Por qué no me lo dijiste?
- No quiero hacer daño a nadie.

Theod levantó la mirada y observó el semblante del amigo, del hermano. Aún estaba sufriendo su propio despecho, su propio dolor. Sin embargo, fue capaz de ver el de Rodrith.

- No siempre puede evitarse eso, amigo - susurró quedamente.
- Lo siento.

Theod hizo un gesto con la cabeza. Luego movió la mano, quitándole importancia.

- Es igual... no me has robado nada. Yo nunca la tuve, nunca ha sido mía.
- Ella no es de nadie.
- Tienes razón. Nosotros somos suyos.

Rió sin ganas, suspirando con resignación. Aún le destrozaban el alma las garras lacerantes de los celos, la terrible sensación de la traición.

- Siento no habértelo dicho - repitió el elfo. Theod asintió.
- Eso sí que me jode. ¿Cuánto hace?
- Bastante. Yo aún no sabía que tú... - Rodrith hizo un gesto hacia él con los dedos. - Que a tí... bueno, no lo sabía con seguridad.
- Lo sospechabas.
- Siempre.

Theod asintió de nuevo. Luego le miró a los ojos con franqueza.

- No puedo perdonarte por engañarme, Albagrana. Me siento traicionado. - El elfo no dijo nada, pero Theod fue consciente del golpe que sus palabras suponían. Le pareció bien. Quizá fuera su manera de vengarse del sin'dorei, pero por otra parte, era sincero. No podía perdonarle. - Acerca de lo demás... bueno, supongo que me costará un tiempo aceptarlo. Tiempo es todo lo que necesitamos.
- Sigues siendo mi amigo, mi hermano y mi capitán - replicó el Oso, con el mismo gesto serio, casi solemne.
- Bien. Tú sigues siendo mi lugarteniente. Lo demás... ya sanará.

Exhaló un suspiro cansado y apartó la vista del amigo, el hermano, el afortunado. Observó la jarra vacía, consciente de cuánto se parecía él a ese objeto. Vacío, seco y con los restos de un licor demasiado dulce que sólo había podido reservar para que otro se lo bebiera.

Tras un instante de silencio, Rodrith retiró la silla y se encaminó a la escalera. Sus pasos no hicieron ruido esta vez. Cuando desapareció, Theod enterró el rostro en las manos y se zambulló en su lecho de soledad y fracaso, dejando que las lágrimas corrieran en libertad.

1 comentario:

  1. No... no me esperaba ésto.
    ¡Es tan duro amar desesperadamente y no ser correspondido!...
    /clap

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