viernes, 11 de febrero de 2011

El Cruce de Corin (III)

"¿No puedo escapar de mi destino?"

Mientras corría, Ivaine mantenía los ojos fijos en el frente. No parecía pesarle el escudo, la gruesa placa de acero que empujaba delante suya. Tampoco las botas ni la armadura. En aquella carrera hacia la aldea desvencijada, sus sentidos se habían convertido en vorágines en las que no quedaba espacio para el cansancio, el dolor o la queja. Le pitaban los oídos, creía escuchar un fragor tormentoso en ellos, interrumpido por los pasos, pesados algunos y otros más ligeros, de sus compañeros, el estruendo de metal y el sonido infatigable del cuerno.

Escapar del destino. El soplo gélido parecía alcanzarla incluso debajo de la armadura. Respiraba en su nuca. Una alimaña helada esperando el momento de hincarle el diente, una corazonada oscura y fatal. Gruñó, intentando despojarse de la sensación y apretó el paso. En el caos desatado por Theod, Rodrith y tres soldados más ya habían llegado junto a él, y trataban de hacer frente a la inmunda abominación. Eso estaba mal. Ella era el escudo.

Y llegó a tiempo. Saltó hacia adelante justo en el momento preciso, empujando con el pavés un garfio atroz que se precipitaba hacia el grupo. Desvió la trayectoria con un grito sordo, y el gancho se estrelló en la tierra.

- ¡Vamos! ¡Vamos! - Exclamó Albagrana - Aún podemos volver atrás.

El viento había arreciado. Los edificios de madera podrida crujían, silbaban cuando el aire cruzaba a través de las rendijas oscuras. El cielo se oscureció y la abominación les miró con los ojos macilentos, desorbitados, inyectados en sangre. Las vísceras le colgaban hasta el suelo, y la grotesca boca se abrió para exhalar el fétido aliento y un sonido burbujeante. Alzó la mano en la que empuñaba el gigantesco cuchillo y tiró de la cadena con la otra, arrastrando el garfio.

- ¡Theod! Por la Luz - suplicaba Boddli - aún podemos volver. Vamos antes de que nos cierren el paso.
- Ya está cerrado - replicó Derlen, pausadamente. La capucha le llegaba hasta la nariz. Ivaine les veía a todos a través de la celada, como al otro lado de una ventana. Era una sensación extraña, que la hacía sentirse lejos. - El cuerno no sólo nos ha traído a nosotros.
- Vamos a luchar y a obtener gloria. Aunque sea lo último que hagamos - dijo Theod, en un susurro venenoso.

"Imbécil". Ivaine le apartó de un empujón para protegerle del hachazo que descendía sobre él interponiendo el escudo. El golpe la hizo trastabillar hacia atrás y le arrancó un gemido, el escudo vibró y su brazo pareció adormecerse con la fuerza del impacto. Apenas escuchaba las órdenes, pero no eran para ella. Ella sólo miraba a la enorme mole de carne, que ahora estaba alzando el garfio y haciéndolo girar sobre su cabeza.

- ¡Cuidado!
- Atrás, atrás.
- ¡Fuego, Nyghard, maldita sea! - un bramido furioso - ¡Haz arder los accesos o estamos perdidos!

Un grito se alzó. Ivaine giró la cabeza. Sabía que había más de los que ella veía, pero el yelmo no le permitía una visión global. Al volverse a medias, el corazón se le subió a la garganta. 

La banshee llamaba, con los brazos abiertos y el rostro alzado hacia el cielo opaco. Las nubes amarillentas se habían cerrado en el firmamento, la luz apenas era una broma de mal gusto, una penumbra sucia. Ellos estaban justo en el centro de la plaza. Hetmar y Shalia se habían encaramado a la fuente. La druida, con el semblante tranquilo, mantenía las manos unidas y murmuraba por lo bajo, despertando el poder de la Naturaleza para protegerles. El cazador disparaba flechas rápidas a los necrófagos y los guardianes esqueléticos que asomaban por las cuatro calles, entre los edificios, desde detrás del ayuntamiento... en una oleada que parecía interminable.

El fuego del mago estalló en la izquierda, haciendo estallar en llamaradas a un grupo de zombis. El mandoble de Rodrith golpeaba la carne abultada de la abominación y Berth, junto a él, atacaba con saña. Boddli y Arristan estaban ocupándose de la retaguardia.

Ella solo usaba el escudo. Protegía a sus compañeros, atenta, moviéndose como una ardilla para cerrar esta brecha o defender contra este golpe, sin pensar en que estaban rodeados, sin pensar en que no había esperanza.

- ¡La Luz nos guarda! - gritó entonces el paladín enano, y un haz de resplandor dorado golpeó en todas direcciones - ¡La Luz nos guarda!
- ¡Nos guarda! - Exclamó Berth a su vez, descargando un golpe con la espada. Su rostro era severo y apretaba los dientes. 

"Escapar de mi destino. Ojalá volviera a estar en las nieves, mirando al cielo, con la canción, las manos, el abrigo cálido, las aves blancas y las ramas de los árboles"

La abominación se tambaleó y cayó al suelo.

- ¡Lo hemos conseguido!

Su lugar fue rápidamente ocupado por un guardia esquelético armado con una cimitarra, que hirió a Helki en un brazo. El trol lanzó un grito bárbaro y agitó las dagas, acuchillando el aire. Una nueva oleada de fuego estalló.

- Cerrad en retaguardia. Ahi vienen los nigromantes. ¿Podéis encargaros vosotros dos?

Un brazo de carne descompuesta cayó frente a ella. Golpeó con el escudo en la boca al necrófago que intentaba morderla. Un exorcismo le fundió las vísceras, haciéndole chorrear algo espeso y negro por los ojos y las narices, y la criatura cayó al suelo, inanimada. Y entonces alguien la empujó y escuchó el canto suave de la luz invocada.

Lo vio por un momento. Theod, cubriéndose con el escudo divino y envainando la espada, limpia, que no había usado. Él y Rodrith seguían sobre sus monturas. Y el capitán Samuelson no dudó en usarla. Le hincó las espuelas en los flancos y obligó al caballo a saltar por encima de la fila de esqueletos, partiendo al galope por el camino principal. Ni siquiera les dedicó una mirada.

"No me lo puedo creer. Sucio cabrón"

- ¡¡¡THEOD!!! - gritó, fuera de sí. Una lengua de llamas la lamió por dentro. La rabia desbocada. Una ira tan intensa que creyó que estallaría como un volcán. - Le mataré. Le mataré. Maldito sea.

Tuvo que apartar la cabeza de ese pensamiento. Otra abominación había llegado. Se giró para colocarse en posición defensiva. "Maldita sea, maldito, maldita sea, demonios". 

- Rodrith. Rodrith. Vamos - dijo con voz clara Derlen, el brujo, pocos pasos por detrás de ella - Ahora estás al mando completamente. Solo te tenemos a ti, ¿entiendes?

Albagrana había bajado la gran espada. Estaba mirando a lo lejos la figura que huía, con el semblante pálido y una mirada incrédula, como si de pronto le hubieran despertado arrojándole un cubo de agua por encima.

- ¡Elfo engreído! Por todos los dioses, te necesitamos ya - insistió Ivaine, repartiendo golpes y tratando de mantenerse firme en el suelo. Un geist se había enganchado al borde del escudo y lo golpeaba con los pies para hacerla caer. - ¡Rodrith!

El sin'dorei parpadeó. Apretó los dientes y, tirando de las riendas del corcel, volvió al combate con un brío renovado.

- Intentemos abrirnos paso hacia el Norte. Es el camino mas corto. ¡Vamos! Ivaine, delante. Shalia, mantenla segura. Nosotros...

El grito de Helki interrumpió sus palabras. Ivaine apenas se volvió. Al trol le había crecido una aleta roja y rezumante en la espalda. Pronto comprendió que era el filo de la cimitarra que le atravesaba. "No, no, no. Mierda".

- ¡Agárralo! No lo dejéis ahí.
- ¡Vamos! Ahora.

Ivaine asintió y se precipitó hacia el camino. Entonces algo estalló. Una sombra fría y cortante, que reventó en medio de la guarnición, golpeando de lleno al mago, que salió precipitado hacia atrás. No llegó a tocar el suelo. Las garras ávidas de los necrófagos le agarraron de la toga, le robaron el bastón, le apartaron la capucha del rostro.

- ¡NO ROMPÁIS FILAS! ¡Manteneos unidos detrás de Harren!

Las espadas golpearon, intentando recuperar a Varhys Nyghard de las manos de los enemigos, que se amontonaban a su alrededor, haciéndole jirones la toga y buscándole con los dientes. Ivaine nunca había hablado demasiado con él. Ahora, por primera vez, se fijaba en la elegancia de sus facciones aristocráticas, en que tenía el cabello rubio, muy hermoso. Y el mago les guiñó el ojo y les sonrió, calmado y tranquilo. 

- Alejaos, hermanos. Ha sido un honor. - Luego invocó - Rûnya astheron gadh...

Las llamas lamieron los restos de sus ropajes. Se inflamaron con rapidez. Ivaine ahogó un gruñido desesperado.

- Moveos, vamos - insistió Derlen

Varhys Nyghard se convirtió en una antorcha viva, una llamarada de brazos abiertos que ahora rodeaba con ellos los hombros de dos necrófagos, como si fueran sus amigos del alma, y finalmente, estalló en un fogonazo que dejó cadáveres ardiendo y humeando alrededor suya.

- Se han quedado atrás.

No había tiempo de llorar pérdidas. Ivaine observaba a través de la celada aquella irrealidad, aquello que no podía estar pasando pero que sabía que estaba pasando, aquel absoluto y completo desastre que, de alguna manera, ya había previsto. El fogonazo de sombras de los cultores había dividido al grupo.

Berth, Derlen y ella estaban solos, a pocos metros de un camino despejado. Solo tres esqueletos se interponían entre ellos y la libertad, y la vida, y una oportunidad. Y una esperanza.

Detrás, un grupo de esqueletos reanimados por los nigromantes, les separaban de sus compañeros. Se habían abalanzado en medio de la fila tras la explosión de Varhys. El tauren, Boddli, Hetmar Grossen, Gunther Arristan, Shalia Nocheclara y Rodrith Albagrana habían quedado atrás. El elfo estaba manchado de sangre negra, alzaba la pesada hoja y la descargaba, con los ojos inflamados de una llama salvaje que Ivaine reconocía bien y los dientes apretados, como un animal salvaje. Cuando les atisbó con una mirada de reojo, entre la turba de criaturas abyectas que les rodeaban, Ivaine supo lo que iba a decir. Por eso negó antes de escuchar su voz clara alzarse por encima del sonido del metal y los chisporroteos de la luz.

- ¡Marchaos!
- ¿Qué? ¡No! - gritó Berth.
- ¡Es una orden! ¡Id, ahora! ¡A la capilla!

La figura del sin'dorei desapareció por un momento, cuando el corcel relinchó, se puso a dos patas y cayó. 

"Dioses, no sé si creo en vosotros"

La cabeza de la yegua volvió a aparecer. El animal no estaba dispuesto a no presentar batalla. Coceaba y pateaba alrededor, despegándose a las bestias caníbales que hincaban los dientes en su cuerpo, brincando y cabeceando. Salió al galope hacia el otro lado y arrastró consigo a un buen grupo de zombis. A medida que la batalla avanzaba, habían acudido como moscas a la miel, atraídos quizá por el cuerno, por el grito de la Banshee o por el olor de la sangre. Pero ahora ellos eran islas en una marea de cuerpos reanimados, de zombis hambrientos, de monstruos macabros y cultores sin alma que les rodeaban por completo. Salvo a ellos tres.

"No sé si existís... nunca os he visto. Nunca me habéis prestado la menor atención. Maldita sea, ¿es que no os importa nada? ¿Quién puede permitir algo así? ¿Quién puede?"

- ¡Es una maldita orden!
- ¡No!

Berth salió corriendo hacia ellos. Ivaine alargó la mano para detenerle, pero solo rozó aire. El chico era valiente, y ahora sí era un guerrero. Llevaba la espada en alto, levantada, dispuesta a asestar otro golpe mortal, cuando de repente, cayó al suelo, como abatido por un rayo.

- ¡Berth!

Una gruesa cadena le había alcanzado. El chico se tambaleó y se arrodilló, llevándose la mano al vientre.

"No sé si existís. Pero por vuestro bien, espero que no. Os juro que vais a pagar por esto, hijos de puta. Ningún dios permite algo así. Se está apagando lo más brillante que existe, se está apagando todo. Nunca os perdonaré"

- ¡Erasus thar no darador!

Ivaine reconoció su propio grito. El grito de la desesperación. Todo había terminado. Se abalanzó hacia el resto de sus compañeros, con el escudo por delante, presta a defender lo que quedara de ellos.

La cadena arrastró a Berth, mientras alargaba la mano y miraba con desesperación hacia el capitán. Como si esperase que pudiera salvarle de algo, a pesar de que dos filas apretadas de enemigos ya se interponían entre ellos.

- ¡Ayúdame! ¡No me dejéis! - gritaba, aún aferrando la espada. El extremo del garfio le salía por el costado - Duele mucho. ¡Me duele! Me due...

Su figura desapareció bajo un enjambre de necrófagos.

Una banshee estranguló el corazón de Shalia Nocheclara. Su cabello blanco se embarró cuando cayó al suelo, con los ojos plateados cerrándose tras haber perdido su resplandor, envuelta en una nube de sombras púrpuras. Astafirme, el tauren, alzó su cadáver sobre sus hombros para apartar el cuerpo de la hermosa druida kaldorei de las garras y los dientes de los necrófagos. 

Nadie pudo derribar al tauren. Murió de pie, apoyado en la fuente, atravesado por las espadas de seis guardianes de huesos.

Un golpe oblicuo de una abominación arrancó el escudo del brazo de Ivaine. 

- Estúpidos. Sois incapaces de obedecer una jodida orden sencilla.

Rodrith escupió el reproche inoportuno mientras cortaba la cabeza de un cultor, jadeando. Estaba rodeado de cadáveres, amigos y enemigos. Fue lo último que dijo antes de que una bola de sombras le impactara en el pecho y le hiciera caer hacia atrás, golpeándose contra la fuente de mármol y sacudiendo la cabeza después para volver en sí.

- ¿Qué co...?

Tres hechizos más estallaron sobre él, arrancando chispas a la armadura. Rodrith tosió sangre, y los ojos brillantes se cerraron, aun con los dedos crispados sobre la empuñadura, aún intentando incorporarse. 

"Que termine ya", rogó Ivaine, incapaz de soportarlo por más tiempo. "Que termine ya". Derlen, Arristan y Hetmar aún estaban en pie. El brujo, inclinado sobre el capitán Albagrana, intentando mantenerle apartado de los esbirros de la Plaga. Boddli había sido separado de ellos, se veía la Luz de sus invocaciones estallar a lo lejos.

La muchacha se sacó el yelmo, arrojándolo al suelo. Tiró la espada. Un frío gélido se extendía en su corazón, le helaba la sangre en las venas. No había luz. No había vida. No había nada. Miró hacia el firmamento sin sol, desamparada, sola, incapaz de enfrentarse al dolor, a la derrota, a aquel destino atroz. Que soplaba en su nuca, frío y oscuro.

- Que termine ya. Que termine ya. ¡QUE TERMINE YAAAAA! - gritó, arañándose el rostro.

Y los dioses la escucharon. De repente, todo se emborronó. El suelo corrió a su encuentro, todo se volvió negro y se sintió caer, caer, caer.

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